Opinión

Tan muerto como Lenin

La desigualdad derivada del conocimiento, la capacidad y el espíritu emprendedor ha dejado de ser injusta, convirtiendo así en obsoleto el socialismo

MOSCÚ, 19/01/2024.- Vista del busto del dictador soviético Iósif Stalin al que le rompieron la nariz y después se la repusieron junto con el busto de Lenin en el parque de Muzeón en Moscú. La guerra en Ucrania ha impulsado la rehabilitación de la controvertida figura de Iósif Stalin, que condujo a la Unión Soviética a la victoria sobre la Alemania nazi, maquillando el lado oscuro del dictador. EFE/ Ignacio Ortega
Rusia rehabilita a Stalin en el centenario de LeninIgnacio OrtegaAgencia EFE

Ese mismo día, hace un siglo, Vladimir Lenin, el arquitecto y líder de la revolución bolchevique en Rusia, murió en una mansión del siglo XVIII en las afueras de Moscú, donde pasó los dos últimos años de su vida, casi completamente apartado de la política debido al deterioro de su salud. Así, durante cien años, los comunistas y otros activistas de izquierdas de todo el mundo han reiterado que “Lenin ha muerto, pero su causa sigue viva”. Yo no estoy de acuerdo, y no tanto porque haya una escasez de dictadores sangrientos que deseen guiar a sus pueblos hacia un futuro desconocido, pero definitivamente mejor, sino porque creo que la izquierda tradicional está tan muerta como Lenin, que yace en su mausoleo en el centro de la Plaza Roja, rodeado de las tumbas de sus lugartenientes y compañeros de partido.

El movimiento de la izquierda tradicional (o socialista) surgió en el siglo XIX como respuesta a los descontentos del capitalismo. Sus fundadores partían de la premisa de que una gran parte de la sociedad, la clase obrera, crea riqueza con su trabajo, mientras que una parte importante de ella se la apropia la burguesía. Dado que las personas han sido creadas iguales, consideraron que esta situación era injusta y debía corregirse. Hasta mediados del siglo XX, los principios fundamentales de la teoría seguían siendo razonables, y la protección de los trabajadores era una causa digna y popular. Sin embargo, hace aproximadamente medio siglo, todo empezó a cambiar.

Por un lado, las sociedades desarrolladas lograron una reducción significativa de la desigualdad. A principios de los años setenta, la desigualdad de la riqueza había alcanzado mínimos históricos, y los sistemas de bienestar social se habían extendido a todos los países occidentales, incluido Estados Unidos. Por otro lado, los cambios tecnológicos y económicos redujeron tanto la parte del proletariado industrial como la importancia de los capitalistas. Surgió una clase de personas creativas de éxito, que trabajaban como contratistas independientes y cuyos ingresos empezaron a crecer rápidamente a partir de la década de 1980: programadores, científicos, abogados, arquitectos, médicos, por no hablar de músicos o deportistas, se convirtieron en los principales beneficiarios de estos cambios.

Además, surgieron nuevas empresas, creadas con inversiones iniciales mínimas, pero que crecieron hasta convertirse en grandes corporaciones: desde Microsoft hasta Google y Facebook. Muchas de ellas pagan sueldos extremadamente generosos a sus empleados y ofrecen sus servicios básicos de forma gratuita, aprovechando los ingresos por publicidad.

En el siglo XXI, la relevancia del movimiento de izquierdas se ha visto radicalmente socavada, ya que la desigualdad derivada del conocimiento, la capacidad y el espíritu emprendedor ha dejado de ser injusta, convirtiendo así en obsoleto el código moral central del socialismo. Además, la desigualdad basada en el mérito es lo que hoy hace avanzar a los países desarrollados, mientras que la igualdad impuesta artificialmente parece ser la mejor receta para la degradación social. La izquierda empezó a transformarse en otra cosa. Sus adherentes ya no eran necesarios para defender a los trabajadores “pobres” y cambiaron su enfoque hacia los “desfavorecidos” de todo tipo, muchos de los cuales no pueden ser llamados trabajadores en absoluto. Me atrevería a decir que hoy el principal mensaje de la izquierda es el antiimperialismo, que inculca a los ciudadanos de los países desarrollados un sentimiento de culpabilidad hacia los habitantes de las antiguas colonias y de cualquier país pobre en general por el mero hecho de serlo. La lucha contra el origen de las desigualdades actuales ha sido sustituida por la exigencia de compensaciones por las pasadas, incluso más allá de las fronteras de una misma sociedad. De la defensa de los emigrantes, la izquierda ha pasado, naturalmente, a la defensa de los derechos de cualquier otra minoría, que, según ellos, debería beneficiarse de la redistribución de la riqueza obtenida por la mayoría.

Hace más de un siglo, Thorstein Veblen se refirió a los estratos superiores de la sociedad de su tiempo como una clase de ocio. Sin embargo, creo que los esfuerzos de los socialistas han llevado a una situación en la que la actual clase del ocio está formada por millones de personas necesitadas que dependen de la asistencia social y no tienen intención de cambiar su posición social. Las sociedades contemporáneas dejan de ser comunidades de individuos para convertirse en combinaciones de grupos: étnicos, religiosos, de género y muchos otros. La discriminación positiva, que sustituye al ideal de “ingresos laborales plenos y sin recortes”, se ha convertido en una poderosa herramienta para la desestructuración de las sociedades europeas, que se construyeron durante la Ilustración sobre los principios de dignidad individual e igualdad ante la ley. El deseo remanente de la izquierda actual de proteger a determinados grupos socava los cimientos mismos de la civilización occidental. Los movimientos de izquierda, antaño centrados en la mayoría, se han convertido en apologistas de las minorías y parecen obsesionados con hacerlas triunfar sobre la mayoría representada por el centro político en vías de desaparición.

La evolución de la situación es realmente preocupante, ya que la respuesta a lo que algunos perciben como un exceso de filantropía de izquierdas está llegando en forma de fuerzas de extrema derecha que ganan impulso (como demuestran las recientes elecciones parlamentarias en los Países Bajos) y que están predestinadas a convertirse en una nueva corriente dominante en las próximas décadas. La única respuesta a los acontecimientos en curso sería reevaluar el papel y el destino de la izquierda, que hace tiempo que superó su época clásica, y comprometerse en el desarrollo de nuevas teorías sociales que no contradigan los principios de la época de la Ilustración europea, sino que tengan en cuenta las características tecnológicas, económicas y sociales de nuestro tiempo...