Yihadismo armado

El terrorismo al sur del ecuador: "El personal logístico se va a enriquecer con esta guerra"

Los grupos yihadistas en sendos países africanos destacan por su brutalidad, el control de los recursos y su caótica ideología

Militares vigilan la zona de Cabo delgado después del ataque de Daesh. que ocupó la zona durante varios días EFE/EPA/JOAO RELVAS
Militares vigilan la zona de Cabo delgado después del ataque de Daesh. que ocupó la zona durante varios días,JOAO RELVASAgencia EFE

La presencia del yihadismo armado en Somalia, Nigeria o la región del Sahel es relativamente conocida por el público general. Sin embargo, todavía quedan por explorar dos áreas de influencia del extremismo religioso en el continente africano, cuyos efectos son dejados de lado habitualmente en los análisis y conferencias. Se tratan de los grupos armados que operan en República Democrática del Congo y Mozambique, cuya presencia se remonta a 1995 y 2015, respectivamente. Ambos casos son en extremo complejos, diferentes entre sí y distintos en sus detalles a otros procesos de radicalización religiosa que puedan encontrarse en África.

República Democrática del Congo

La amenaza yihadista en República Democrática del Congo (RDC) se representa por medio del grupo conocido como las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF por sus siglas en inglés), que nacieron en 1995 como resultado de la fusión de una amalgama de grupos cuyas acciones individuales no obtuvieron los resultados deseados para sus líderes. Entre estos grupos primigenios podríamos contar con el Movimiento Democrático Aliado y el Ejército Musulmán de Liberación de Uganda, o con miembros del Tablighi Jamaat. Resulta interesante comprender que el islam, a diferencia de otras naciones con influencia yihadista, se trata de una religión menor en RDC (5% de la población) y en Uganda (12% de la población), que son los países afectados por las ADF. Por otro lado, las ADF se crearon con el objetivo principal de derrocar al gobierno de Uganda, pero resulta representativo que sus bases de operaciones y la mayoría de sus ataques se centren en el este de República Democrática del Congo, en las provincias de Kivu Norte e Ituri.

Mientras que el resto de los grupos yihadistas en África pueden expresar un motivo religioso o político que oculte sus verdaderos intereses económicos, encontrar motivaciones concretas a la hora de definir a las ADF es en extremo complicado. Es cierto que dicen desear la instauración de un califato islámico en Uganda, pero esto sería del todo ridículo, si se considera el reducido número de musulmanes en dicho país y la perspectiva de que nunca contarán con suficiente apoyo popular; además, choca directamente con sus supuestas intenciones una realidad imperturbable: que la mayoría de sus ataques, más del 90%, tienen lugar en República Democrática del Congo. Y los niveles de violencia que caracterizan a las ADF son aterradores. Las masacres a civiles son una constante. El 14 de febrero de 2025, sin ir más lejos, cien civiles fueron asesinados por los islamistas en el territorio de Irumu. Y cada semana se repiten esta clase de atrocidades, ejecutadas sin un orden concreto, donde las víctimas son generalmente civiles y donde la herramienta más utilizada por las ADF es el machete.

Vicenza Lofino, oficial de Gestión de Información para apoyar al Clúster de la OMS en República Democrática del Congo, señala en una entrevista con LA RAZÓN que “los hechos [en Irumu] no fueron denunciados por la organización benéfica católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) ni por la agencia de noticias católica Fides. La ACN decidió no revelar su identidad por temor a represalias de las ADF. Sin embargo, informaron que fue sumamente inhumano, ya que las víctimas, entre ellas mujeres, niños y ancianos, fueron tomadas como rehenes por el grupo islamista y posteriormente brutalmente asesinadas; algunas fueron atadas o decapitadas”. Resulta difícil entender los actos de las ADF sin tener en cuenta, además, la situación general del este de la República Democrática del Congo. Una región acribillada por muchos otros grupos armados que causan enormes niveles de inestabilidad, similares o superiores a los provocados por las ADF, entre los que destaca el grupo rebelde conocido como M23.

El este de RDC es rico en materias primas como coltán, oro, madera y cobalto, en un contexto en el que más de 100 grupos armados buscan un hueco desde donde llevarse una parte del botín. Las ADF, como es de suponer, participan en esta dinámica por medio de la explotación y del contrabando de la madera y del oro. Mientras que sus bases ideológicas podrían definirse como inconsistentes (lo que empezó como un movimiento nacionalista ugandés de corte salafista ha terminado por incluir elementos etnicistas relacionados con los nande, e incluso se rumorea que una parte de las ADF se escindieron para afiliarse al Estado Islámico), el factor económico ha sido, probablemente, su faceta más consistente en conjunto con sus métodos violentos. Todavía inmersos en las dinámicas del este del Congo, los avances del M23 en los últimos meses y las consiguientes derrotas del ejército congoleño han sido en extremo provechosas para las ADF.

Vicenza considera que, considerando el actual contexto, las ADF “parecen estar operando con mayor libertad desde que el ejército desvió algunos recursos de la zona. Como consecuencia, es probable que lleven a cabo ataques casi a diario en las provincias rurales de Kivu del Norte e Ituri, ya que esta zona es la más atractiva para invasores externos […] por su ambición de obtener recursos minerales como coltán, oro, diamantes y una rica gama de hidrocarburos”. Por otro lado, asegura que “el pasado febrero llegaron noticias oficiales que indicaban que las tropas gubernamentales en el territorio de Beni, donde también operan las ADF, priorizarían la recuperación de las zonas controladas por el M23”.

Las ADF conforman un grupo con objetivos “oficiales” del todo surrealistas y casi podría decirse que caóticos. Desde una base extremista religiosa, inmersos en un entorno de guerra permanente por el control de los recursos, podrían considerarse como uno de los grupos armados más despiadados del Congo, donde destaca además su interés por acabar con el mayor número de cristianos posibles. Es importante destacar que, junto con los extremistas fulani de Nigeria, las ADF congoleñas son responsables del mayor número de asesinatos de cristianos en el continente africano.

Mozambique

Esta niebla que vuelve desordenadas las ideas de las ADF puede hallar ciertas similitudes en la insurgencia armada de la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Esta rama del extremismo religioso nació en 2015 pero no empezó a actuar de forma violenta hasta 2017, poco después de descubrirse en Cabo Delgado importantes reservas de Gas Natural Licuado (GNL) que atrajeron de inmediato la atención de energéticas internacionales. En Mozambique resulta complicado desligar al yihadismo armado de los recursos económicos que proporciona el GNL, tal y como aseguró en una entrevista concedida a LA RAZÓN Abdul Rashid, líder de la Comunidad Islámica de Mozambique (CIMO). Entonces, señaló una conspiración orquestada por Occidente donde “mercenarios” son utilizados bajo la fachada de terroristas islámicos para perseguir un doble objetivo: conseguir los intereses de las compañías europeas desplazando a las poblaciones lejos de las áreas de extracción y demonizar al islam.

Esta visión choca de frente con la postura ofrecida, no sólo por las propias energéticas, sino por las fuerzas armadas europeas (en su mayoría portuguesas) desplegadas en el país bajo el marco de la operación EUMAM-Mozambique. Desde este lado, se dice que la presencia de una insurgencia nacida casi a la vez que el descubrimiento del GNL se debe a una dinámica ya conocida en otras zonas del mundo: el deseo del yihadismo armado de debilitar a Europa.

Unos para otros, la casa sin barrer. Este cruce de acusaciones entre las comunidades islámicas pacíficas, representadas por Abdul Rashid, y los organismos europeos, vuelve sumamente difícil encontrar una definición clara a la hora de referirnos al yihadismo armado en Mozambique. Pero tendría que considerarse un nuevo detalle. La doctrina salafista que caracteriza a la insurgencia no tiene un origen histórico en Mozambique, sino que se atribuye a los periodos inmediatamente posteriores a la independencia del país. El líder de la CIMO expresó que “muchos niños fueron llevados a Arabia Saudita para que les lavaran el cerebro con la doctrina wahabita. Chicos que nunca recibieron una educación laica y que regresaron a Mozambique con nuevas ideas, apoyadas por el Gobierno [de Mozambique] y que se enfrentaron al islam malikita de sus mayores”. Rashid considera que “hoy son gente sin trabajo. Les pagan por hablar en árabe y decir Allahu Akbar delante de una cámara”. Así, puede determinarse que, cualquiera que sea el objetivo oculto de la insurgencia, no cabe duda de que se basa en una ideología importada del exterior de Mozambique y que no casa con el islam local.

Aunque la población musulmana en Mozambique apenas alcanza el 17% de la población, este porcentaje aumenta considerablemente en Cabo Delgado, donde ronda un 60% de la población debido al contexto histórico que vincula a la provincia con el comercio instalado por los árabes desde la Edad Media. Ex miembros del ejército mozambiqueño también quisieron señalar que existe un factor de beneficio económico que afecta a los propios altos mandos mozambiqueños: “Cuando se dona una determinada cantidad de millones de dólares para apoyar la guerra en Cabo Delgado, primero se llevan su parte y luego utilizan lo que queda simplemente para justificar informes falsos a los donantes. Los dirigentes mozambiqueños se están enriqueciendo a través de las fuerzas armadas; el personal logístico se va a enriquecer enormemente con esta guerra”.

No podría considerarse a las ADF ni a los grupos yihadistas armados en Mozambique como movimientos puramente religiosos (aunque tampoco puede hacerse con ningún otro islamismo radical en África). Aparte, debería considerarse la importancia del factor económico, que vuelve en extremo útil para estos grupos hacer uso de la violencia con el objetivo de controlar los recursos, que siempre tienen, como es inevitable, un comprador final. La yihad armada es amiga del dinero. Compañera de la violencia sin parangón. Enemiga de las propias poblaciones locales, que son las que sufren de forma directa sus excusas y sus justificaciones para encontrar un hueco en territorios donde la ley del más fuerte es la única ley que cuenta.