África

Los terroristas de las ADF asesinan a un centenar de personas en dos semanas

El grupo terrorista continúa su costumbre de matanzas en el este de República Democrática del Congo

People gather at the side of an explosion in a refugee camp on the outskirts of Goma, Democratic Republic of the Congo, Friday, May, 3, 2024. The Congolese army says a bomb at a refugee camp in eastern Congo has killed at least 5 people, including children. An army spokesman blamed the attack at the Mugunga refugee camp in North Kivu on a rebel group, known as M23, with alleged links to Rwanda, in a statement provided to The Associated Press. (AP Photo/Moses Sawasawa)
Campo de desplazados en República Democrática del CongoASSOCIATED PRESSAgencia AP

Fuerzas Democráticas Aliadas. Sus siglas: ADF. Provincia de Ituri. Beni. ¿Cuántos europeos sabrán lo que significan estos nombres? Que las ADF se tratan de un grupo fundamentalista islámico que pretende, teóricamente, instaurar un califato en Uganda, pero que la firme resistencia del país africano ha obligado a los terroristas a trasladarse a la provincia de Ituri, en República Democrática del Congo(RDC), cerca de la ciudad de Beni, y que es en este territorio donde ocurren la mayoría (la práctica totalidad) de sus ataques. Que las ADF son la pesadilla diaria de decenas de miles de personas que sobreviven en un lugar lejano, pero extremadamente próximo al machete que cercena. Que la distancia se acorta y se estira en función de las carnes que sufren una realidad distinta.

Las ADF. Criminales con la excusa de Dios. Sus crímenes se cuentan por centenares aunque nadie lleve la cuenta exacta. Sólo este miércoles asesinaron a 25 personas en la localidad de Maikengo. Civiles. Niños, mujeres, ancianos y hombres con las espaldas fuertes para cargar con sus familias. Los terroristas son cobardes por naturaleza y pocas veces se atreven a enfrentarse abiertamente con las fuerzas de seguridad. Prefieren hacer como en Maikengo; entran en las aldeas al cobijo de la nocturna, queman los hogares construidos con sudor y esfuerzo, asesinan al azar, violan y roban las cosechas y se atreven a manchar el nombre de Dios al pronunciarlo mientras perpetúan sus crímenes.

Eduardo, ex suboficial de la Legión Extranjera y actualmente en misión de formación en República Democrática del Congo, habla con LA RAZÓN para conocer en mayor profundidad a las ADF: “Como todas las organizaciones que han jurado lealtad al Estado Islámico, en teoría buscan la instalación de un califato en África Central. Ya sabemos cuál es la procedencia de esta gente. En realidad son antiguos asaltadores de caminos que no tienen una finalidad muy clara. El único problema es que ahora se les ve haciendo operaciones conjuntas con el M23 [otro grupo armado del este de RDC], aunque ideológicamente sean completamente diferentes. Esa es una de las mayores preocupaciones del Gobierno actualmente”.

Las ADF llevan sembrando el terror en sus diferentes vertientes desde 1996. Casi treinta años sin que el público general en Occidente sepa de su existencia. Son el ejemplo ideal de que el terrorismo islámico sólo importa si toca la puerta de nuestra casa; que no importa tanto el agresor como el agredido. Porque más de 100 personas, civiles, niños, mujeres, hombres con las espaldas fuertes para cargar con sus familias, han sido asesinados por las ADF en dos semanas sin que el mundo haya parpadeado. No se debe temer decirlo para aparentar optimismo: sus muertes han sido en vano. Se les arrebató el sentido de sus vidas y nunca sabremos con exactitud si murieron 99 o 101 personas en las últimas dos semanas. Los números inexactos que aparecen con cuentagotas en las pantallas de los teléfonos arrebatan incluso la existencia de quienes no entraron en la cuenta, pese a que les han enterrado igual.

Eduardo señala que el ejército congoleño se encuentra con una traba porque “no puede perseguirlos al otro lado de la frontera [ugandesa]. A menos que sea un destacamento pequeño lo que vayan a tener enfrente, y entonces es cuando las ADF plantan cara. Normalmente entran en un poblado pequeño, matan a la gente y decapitan a la mitad”.

Son asaltadores de caminos venidos a más en sus mentes demacradas. Cobardes de los que ha habido desde que el hombre aprendió a darle punta a un palo.

Podemos comprender esta inexactitud en los números al tomar de referencia el ataque de las ADF ocurrido el 11 de junio contra varias aldeas próximas a la ciudad de Beni. El gobierno congoleño informó de 41 fallecidos, mientras que la sociedad civil indicó que fueron 79 víctimas en total. Parecería que el recuento se limita a contar los cadáveres extendidos sobre el suelo húmedo y blando por las pisadas, pero ni siquiera algo tan sencillo como contar un número inferior a cien es posible en el infierno del olvido, este limbo verde donde se recluye a quienes no tuvieron la fortuna de nacer en un lugar que importe. El resultado inmediato de los últimos ataques del infame grupo terrorista ha consistido en el desplazamiento masivo (tampoco se conocen los números exactos) de las poblaciones próximas a las zonas atacadas durante las últimas semanas. El resultado inmediato, en realidad, es la muerte. Y luego viene el llanto, y luego aparecen los desplazados que cargan sus pocas pertenencias a un nuevo rincón donde nadie sabe si estarán a salvo.

En lo que respecta a la labor del ejército congoleño, Eduardo indica que “RDC es un país muy grande y tiene selvas verdaderamente enormes. Necesitarían por lo menos seis veces los efectivos que tienen ahora para cubrir el país. Si de momento llegasen a realizar buenas actividades de contención, puede que los incidentes se reduzcan. Pero el problema con los yihadistas siempre es el mismo: llevan a cabo acciones muy sangrientas, llevan al desplazamiento de gente y las zonas donde actúan son para ellos de un interés económico enorme, porque tienen un potencial minero muy alto, aunque RDC no quiera explotarlo por el momento”.

Si la guerra es el infierno en la tierra, las ADF podrían considerarse como los diablos, una banda de blasfemos que manchan el nombre de Dios y de los hombres bajo una falsa apariencia de santidad. Su mejor arma no es el machete, tampoco el fusil: es el anonimato. Treinta años después del inicio de sus actividades, siguen siendo desconocidos por una mayoría del planeta. Y seguirán matando siempre que siga así.