Terrorismo islámico

El yihadismo armado en el Cuerno de África: "Siempre ha estado allí"

Somalia y Sudán son dueñas de una fuerte tradición islámica ligada a las instituciones del Estado y al concepto de nación

Somalia.- El Ejército de EEUU bombardeó el sábado objetivos de Al Shabaab a petición del Gobierno de Somalia
Militar somalí.Europa Press

Podría escribirse un libro acerca del desarrollo islam en el Cuerno de África. O varios. Su proximidad al mundo árabe, combinada con su ubicación como frontera entre el norte de África y el África subsahariana, conceden a esta región importantes variantes que enriquecen su historia y perfeccionan las tradiciones. De manera que se pueda concretar en la medida de lo posible el desarrollo del extremismo islámico en el Cuerno de África, este artículo se limitará a tratar tres países de suma importancia: Sudán, Somalia y Etiopía.

Sudán

Cada país es un mundo. Y, dentro del mismo, diferentes mundos más chiquititos buscan la forma de encajar entre ellos para crear esa totalidad. Las luchas de poder se convierten en una regla. La guerra es un estado natural de las cosas. Por ello, la inserción del islam en Sudán no podría leerse como un proceso rápido e indoloro, sino que tuvo que ocurrir de una forma gradual; comenzó con las invasiones islámicas de Egipto y su posterior expansión hacia el sur, allá por el siglo VII, pero no fue hasta el siglo XVI que se suprimió casi completamente la herencia cristiana de lo que entonces se conocía como Nubia. Incluso entonces, el sur de Sudán (hoy conocido como Sudán del Sur) tampoco llegó a abrazar la religión islámica en las medidas absolutas que podríamos encontrar hoy en Sudán. Cabe a recordar que el 70% de la población sudsudanesa es cristiana, mientras que 90% de la población sudanesa es musulmana.

En los siglos posteriores pudieron entreverse en Sudán los primeros conflictos con base nacionalista pero conjugada con las creencias islámicas. Es de sobra conocido Mohamed Ahmed ibn Abdullah, que se autoproclamó en 1881 como “al mahdi al muntazzar” (el mesías esperado) y a quien la Historia recuerda bajo el sobrenombre de El Mahdi. Entonces pudo observarse el primer movimiento armado con atributos yihadistas en el actual Sudán, aunque la temprana muerte del Mahdi impidió un desarrollo de sus ideas más allá de la continuación de su apellido y del fuerte peso político que sostuvieron sus descendientes durante los años inmediatos a la independencia sudanesa en el siglo XX.

Alfredo Langa Herrero, autor de Sudán y Sudán del Sur: Génesis, guerra y división en dos Estados, especifica en una entrevista telefónica con LA RAZÓN que “Hasan al-Turabi puede considerarse como el punto de inflexión y cuando el terrorismo islámico, tal y como lo conocemos hoy, se introduce en Sudán”. Afirma que este líder de la rama sudanesa de los Hermanos Musulmanes fue quien introdujo en 1989 un generoso número de organizaciones de corte islámico, y recuerda que su voluntad de crear un centro islámico en Jartum llevó a la apertura de oficinas de grupos tales y como Al Qaeda, el Frente Islámico de Liberación Mora (Filipinas), Hamás o el Frente Islámico de Liberación (Argelia). En este punto, cabe a señalar que el Frente Islámico Nacional, dirigido por al-Turabi, mantuvo una fuerte influencia durante gran parte de la dictadura de Omar al-Bashir entre 1989 y 2019.

No se entiende, por tanto, la introducción de las doctrinas salafistas y wahabitas en Sudán sin la figura de al-Turabi. Esta fuerte presencia institucional del islamismo radical en Sudán no sólo valió que Estados Unidos denominara en 1993 al país africano como Estado promotor del terrorismo, sino que estableció profundos nexos entre los movimientos radicales de todo el mundo con una base en Jartum. Ello provocó un fuerte impacto en la población sudanesa. En palabras de Langa, “el tema del yihadismo en Sudán tiene mucho que ver con la radicalización de los janjaweed [milicias árabes responsables del genocidio de Darfur], que más tarde suponen los orígenes de las RSF”.

Las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) conforman el bando que se enfrenta al ejército regular sudanés en la tercera guerra civil sudanesa (2023-presente) y sus acciones destacan por la persecución de pobladores negros y sus vínculos con las milicias janjaweed mencionadas previamente. Langa especifica que el de Sudán “no es un yihadismo como el que tenemos aquí con los atentados, sino que se trata más bien de un tipo de paramilitarismo. Por eso me gusta también hablar de paramilitares en África, porque en base a sus intereses es muy difícil separarlos del yihadismo, porque tiene ese componente religioso e ideológico, pero no dejan de ser paramilitares”. Sin embargo, los vínculos entre el extremismo religioso y el Estado son tan profundos que las propias RSF han acusado en repetidas ocasiones al ejército sudanés de sostener fuertes vínculos con los Hermanos Musulmanes.

Y no deja de ser cierto que el teniente general Shamseldin al-Kabashi, una importante figura durante el régimen de Al Bashir, es hoy el número dos del ejército sudanés. También vinculan al actual ministro de Exteriores, Mohamed Osman al-Hadi, con el antiguo gobierno de corte islámico. El radicalismo islámico en Sudán, por así decirlo, lo abarca todo. De una manera ligada a las ambiciones de poder y de las estructuras políticas, antes que considerarse un movimiento exclusivamente religioso. La actual guerra civil hace temer a los expertos el resurgimiento del yihadismo armado, que, tal y como especifica Langa, “nunca se ha ido, siempre ha estado allí”.

Somalia

Siempre ha estado allí. Y puede que esta frase deba ser el titular del artículo. Porque lejos de Sudán, pero no tanto, en Somalia, las dinámicas vinculadas al extremismo islámico son ancianas. Ya en el siglo XVI existen registros de yihad contra el cristianismo etíope desde los territorios somalíes y dirigidas por el imán Ahmad B. Ibrahim. Y la Unión de Tribunales Islámicos fue considerada por muchos como la verdadera autoridad somalí a principios del siglo XX. Sería en el contexto de la guerra civil somalí (2006-2009) que esta unión fue derrotada y llevada a la desbandada, de manera que uno de sus grupos principales pasó a controlar, y todavía controla, importantes zonas del país: Al Shabaab. Y nuevamente puede encontrarse un fuerte vínculo entre el extremismo islámico y dinámicas políticas y sociales que trascienden a las décadas.

Boris Aristin, coordinador del clúster de protección de Naciones Unidas en Somalia entre junio de 2023 y febrero de 2025, contribuye a arrojar algo de luz en el complejo panorama somalí. Indica que, a ojos de muchos de los nacionales, “el Estado moderno y con un modelo occidental ha fracasado, y la solución implica un regreso a los modelos tradicionales, incluyendo el islam”. Es importante comprender en todo momento que hace 30 años que Somalia se encuentra en una situación caótica a distintos niveles. A la penuria económica se suman movimientos nacionalistas en Somalilandia y Puntlandia; situaciones provocadas, entre otros motivos, por la distribución de la población en cuatro “clanes” mayoritarios y una serie de minorías que dificultan la cohesión nacional. A ojos de muchos, Al Shabaab se presenta como ese pegamento con capacidad de mediar entre los distintos conflictos entre clanes (como hizo recientemente en Jubalandia).

La incapacidad mostrada por los organismos gubernamentales a la hora de construir una nación ha despertado asperezas que llevan, en última instancia, a apoyar a Al Shabaab como una alternativa viable. Pero las fidelidades son volátiles. Aristin señala que habitantes de los territorios controlados por Al Shabaab cruzaron a zonas de control gubernamental durante las inundaciones de 2023, para adoptar el estatus de desplazados y acogerse a los beneficios económicos que acompañan al estatus. La dinámica en este punto es sencilla: si abandonar a Al Shabaab conlleva beneficios económicos en materia de ayudas, algunos optarán por esta vía, pero el corte de financiación de USAID por parte del gobierno de Donald Trump ha terminado con esta alternativa, dificultando de esta manera desvincular la dependencia a Al Shabaab de las poblaciones afectadas. Si Al Shabaab ofrece una alternativa más tradicional frente al fracaso del Estado moderno, y el Estado moderno sufre constantes desajustes en su financiación (que es una de sus mejores armas) por parte de la comunidad internacional, el grupo terrorista sale beneficiado en este sentido.

Nuevamente incide Aristin en la imagen de Al Shabaab, no como un grupo terrorista que ponga bombas en las capitales, sino como un grupo de corte paramilitar al estilo de los janjaweed o las RSF sudanesas. Desde su perspectiva, los distintos atentados ocurridos en Mogadiscio (capital de Somalia) se deben principalmente a una forma de “generar cierto grado de terror y recordar su presencia en el territorio”.

Otro tema sería la expansión del Estado Islámico en el norte de Somalia. Que no es lo mismo. Aristin señala que Al Shabaab (que opera en el sur del país) sigue un corte claramente nacionalista, mientras que el Estado Islámico (que opera en Puntlandia, al norte), fiel a sus costumbres, persigue objetivos de corte más internacional o panislamista. Prueba de ello es que algunos de sus combatientes son extranjeros, algo poco común en Al Shabaab. Si Al Shabaab ha actuado en Etiopía o Kenia en el pasado, esto Aristin lo identifica antes como “un interés por unir a todas las entidades somalís de la región”, considerando que las hay también en el norte de Kenia y en el sureste de Etiopía. Además, el enfrentamiento entre Etiopía y Al Shabaab, que se remonta a la guerra civil somalí, vuelve a los etíopes “el mayor enemigo” del grupo terrorista. Nuevamente, esta enemistad no se debería tanto a una cuestión puramente religiosa, como a una pugna vinculada a las cuotas de poder.

Etiopía

Etiopía se considera así un fuerte agente a la hora de mantener a raya a Al Shabaab por medio de las misiones de la Unión Africana en Somalia, y Aristin teme que los roces entre Addis Abeba y Mogadiscio perjudiquen esta materia en un futuro cercano. Sin embargo, deben considerarse brevemente las corrientes islámicas dentro de Etiopía, un país de tradición cristiana en el norte, aunque islamizado hasta cierto grado en el sur. Recientemente ha cobrado fuerza en el país un nacionalismo étnico por parte de los oromo, que ocupan importantes áreas del centro y del sur del país y que les enfrenta a etnias norteñas y de mayoría cristiana (Tigray, Amhara); pero que también enfrenta dentro de los oromo a ciertos tipos de islam entre sí, a cristianos oromo y musulmanes oromo, etc., en un plano de inestabilidad que tiene su epicentro en la capital etíope, Addis Abeba. Este nacionalismo oromo ha llevado en ocasiones a la persecución de “extranjeros” (etíopes venidos de otras zonas del país) en sus territorios, pero también a la persecución de cristianos ortodoxos.

Mario Lozano Alonso, profesor e historiador especializado en Etiopía, profundiza en las distancias que afectan a los oromo y considera que “hay un crecimiento del rechazo hacia la ortodoxia [cristiana] tradicional porque se considera que está demasiado “amharizada”, y lo que sí que hay es un crecimiento de iglesias neopentecostales. Pero el nacionalismo oromo, hasta donde yo conozco, no se ha centrado en un mensaje de tipo religioso. Esto no significa que no se está generando un caldo de cultivo de violencia, porque precisamente en Oromía y otras zonas del sur sí que ha habido conflictos y ataques entre comunidades. Hay veces que se han quemado mezquitas, hay veces que se han quemado iglesias… normalmente son episodios aislados, pero han puesto en duda ese modelo ejemplar de los oromo, que era el de una convivencia interreligiosa”.

El yihadismo en el Cuerno de África es asunto viejo. Desde las yihad del medievo hasta hoy. Numerosos grupos que ahora son calificados como terroristas participaron en un pasado reciente en las estructuras del Estado, su influencia en la población local es fuerte. Las ayudas intermitentes de la comunidad internacional, vinculadas a un desinterés patológico, dificultan los procesos de reconciliación y alimentan las dinámicas violentas en territorios donde la guerra es una realidad habitual. Incluso en Somalia, tal y como especificaba Aristin “debe comprenderse a Al Shabaab dentro de la tradición bélica somalí”.