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Análisis

Testigos de un quiebre global absoluto

Vivimos en una época donde el vértigo del cambio ha reemplazado al sentido común, y donde la promesa tecnológica ya no trae futuro, sino ansiedad y desarraigo

"Estamos ante sociedades virulentas y anestesiadas", aseguran los autores del artículo larazonAP

La confusión es total. Total significa que no hay estamento social que no esté hoy en riesgo y temblando. Trump y sus tasas, Rusia y su invasión, China y sus silencios estratégicos, los avances tecnológicos como una guerra fría global que modifican la forma en que socializamos y comerciamos, el consumo de la política, el deporte o el sexo, el mercado sin entender qué ocurrirá en las próximas dos semanas, los líderes políticos intentando sacar la temperatura de X (ex Twitter) para entender qué decir la siguiente mañana.

Siempre se habla de incertidumbre que ya es un lugar común; sin embargo, hoy estamos ante la imposibilidad de avistar una mínima certeza. Nadie sabe qué ocurrirá en el largo plazo, es decir, el año que viene. Cuando decimos “nadie” es porque vemos a CEOs, políticos y sociedades sin entender qué ocurrirá con ellos. Estamos parados en el filo de un cambio social y cultural nunca visto, en la cima de un cañón orográfico, un paso y todo puede volar por los aires.

Hay tres ejes sociales que nos amalgamaban y se han roto. El primero, las religiones dejaron de ser ese conector que programaba la conducta de las personas. Ese gran regulador y ordenador espiritual se está diluyendo, generando que el hacer y el sentido social penda de la micro-responsabilidad del individuo. Ya no hay una Otredad sagrada que nos sustenta, estamos solos. Huérfanos. Arrojados en el ser.

El segundo, se ha roto el modelo de Estado como entelequia aceptada por todos, el modelo social que elegíamos para habitar juntos el espacio y el modelo de representación política.

El tercero, hasta hoy los procesos sociales eran de continuidad-discontinuidad-continuidad, eso generaba una cierta seguridad que tendía hacia la estabilidad. Hoy la discontinuidad es continua. Y como seres humanos sedentarios, no estamos para todos los días habitar un nuevo espacio. Todos toleramos una cierta dosis de incertidumbre, pero lo que no toleramos es dormir todos los santos días en una casa diferente, en una cama diferente, con una pareja diferente. Somos seres que tienden a la estabilidad y nos está habitando el caos.

Algún agorero podrá decir: “siempre hubo cambios, lo mismo pensaron las sociedades medievales cuando se creó la imprenta”. La imprenta era un avance tecnológico brutal, en estos días tenemos una “nueva imprenta” a escala global por semana. Quienes se dedican a la tecnología en Silicon Valley no consiguen asimilar los cambios porque no hay tiempo para procesar y vuelven a cambiar. La sociedad está totalmente desfasada de aquello que ocurre en las calles de California y que nos involucra a todos.

Las reglas ya han cambiado y no nos damos cuenta. Nuevo terreno de juego, nuevas normas, nuevo lenguaje, nuevo vocabulario. El fin de nuestras civilizaciones, como hasta ahora las creamos, es una realidad y emergen las nuevas sin saber muy bien de qué vienen hechas. Y no se trata de corretear el discurso para parecer apocalípticos, sino de entender que, por dar sólo un ejemplo, las dos potencias políticas y tecnológicas más grandes del mundo están jugando al jenga social con gente adentro. O de comprender que el mundo distópico se ha mezclado con el real: ¿o acaso parecía posible que un presidente norteamericano amenazara con quedarse con un territorio libre y sin disputa geopolítica alguna como Groenlandia? Estamos en la era en donde todo es posible y, quien se esfuerza mínimamente, lo hace posible. Y eso, también genera ansiedad, porque todo psiquismo precisa de límites sobre lo comprensible.

Entretanto, demográficamente, el consumo de la virtualidad y la pornografía han incrementado la soledad y el aislamiento de adolescentes y jóvenes de un modo nunca visto. Ese malestar interno ha aumentado considerablemente las tasas de depresión dinamizadas por esa idea perversa de que los demás son felices y exitosos mientras a ellos no les sale. El futuro tecnológico sólo parece susurrar más aislamiento: la empatía de ChatGPT ante cada respuesta es un gesto que invita a quedarse en casa, no a ir al encuentro del juicio social.

En breve, los robots nos acariciarán sin precisar de la intersubjetividad siempre enmarañada. ¿Qué será elegir un gobernante en ese mundo hiper tecnologizado en donde en toda casa haya un robot que barre y ordena? Las sociedades que conocimos hasta hoy no existen más. Son estrellas que se apagaron, aunque aún aparenten iluminar.

En materia de gobernanza, estamos ante sociedades virulentas y anestesiadas. Pareciera contradictorio, pero no lo es. Son virulentas por los sesgos que zanjan. Y son anestesiadas, por esos propios sesgos, que impiden ver la otredad como una posibilidad.

Son tiempos en los que todo parece creado para romperse. Quien rompe más, es más mirado. La voraz incertidumbre se alimenta de incertidumbre. Como hombres de las cavernas, estamos a la intemperie y la pregunta que se nos viene a la cabeza es ¿se extingue nuestra especie?

Y la respuesta, tan evidente y a la vez atroz, es sí. Nos encontramos en la última frontera de nuestra libertad llamada sentido común que nos parece indicar que el problema no es afuera, sino que la solución es adentro (de nosotros mismos). Porque cuando vives adentro, transformas afuera como si de una donación de vida se tratara, o mejor aún, como si la vida fuera una donación.

¿Qué tipo de liderazgo requiere nuestra especie, entonces, para llevarla a su fin en paz? O quizás a su supervivencia, nos suena más peleador. La respuesta a semejante pregunta es una búsqueda obligada para todos: hoy, ahora. Si nos dejamos a la deriva, nuestra especie en sus sociedades de plástico, parirá ese tipo de líderes emergentes que empujan el proceso evolutivo sin consciencia alguna hasta la muerte por inanición. ¿Acaso no los estamos viendo ya en el uso del poder en mitad del ágora mediática?

Y justamente ahí, en ese ágora llena de segmentaciones binarias, hablar hoy de consensos y de contratos sociales es algo vintage. Huérfanos heridos, los ciudadanos, tomados de las narices por los algoritmos, mendigan la contundencia de un César mediático y viralizador.

Hay mucha sed humana en este Coliseo romano y el agua está siendo usada para hacer imágenes con AI.

Nicolás Isola es filósofo y PhD, coach Ejecutivo y consultor en Liderazgo y Storytelling. Antonio Sola es estratega político y Presidente de la Fundación Liderar con Sentido Común. Ha llevado a cabo más de 500 campañas electorales de todo tipo en 40 países.