Julio Valdeón
Trump fulmina a Tillerson por sus desacuerdos en Irán y Corea
El presidente despide a través de un tuit a su secretario de Estado y le reemplaza por el director de la CIA, el «halcón» y fiel Mike Pompeo. El cara a cara con Kim y el acuerdo nuclear quedan en el aire
El presidente despide a través de un tuit a su secretario de Estado y le reemplaza por el director de la CIA, el «halcón» y fiel Mike Pompeo. El cara a cara con Kim y el acuerdo nuclear quedan en el aire.
Fiel a su estilo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, destituyó con un tuit a su secretario de Estado, Rex W. Tillerson. Lo hizo con la retórica habitual en la red social. Sin dignarse a anunciarlo cara a cara. «Mike Pompeo, director de la CIA, será nuestro nuevo Secretario de Estado. ¡Hará un trabajo fantástico! Gracias a Rex Tillerson por sus servicios. Gina Haspel será la nueva directora de la CIA, y la primera mujer en ser elegida. ¡Enhorabuena a todos!».
A las pocas horas la Casa Blanca también destituía a uno de los principales colaboradores de Tillerson. El subsecretario de Estado Steve Goldstein. La causa, un explosivo correo electrónico que Goldstein había enviado a la Prensa. Una declaración tremebunda en la que mostraba su profunda estupefacción por la destitución de Tillerson y le afeaba a Trump los modos: «El secretario tenía la intención de quedarse debido a los importantes progresos en materia de seguridad nacional (...) no habló con el presidente y desconoce los motivos».
Tillerson supo de su defenestración no bien aterrizó el avión que lo traía de vuelta de su gira por África. Aunque eran conocidas las sustanciales diferencias de criterio entre un secretario a menudo desautorizado y un Trump que rumiaba qué hacer con él, su caída fue demasiado abrupta. Sobre todo, radicalmente imprevista. Nadie esperaba semejante hachazo, que prescindía hasta de la retórica homologada en estos casos.
Nada de medias verdades o mentiras piadosas. Despedido. Y nada menos que en el día en el que el presidente tenía previsto desplazarse hasta San Diego para contemplar los prototipos del muro en la frontera. Diez imponentes murales con los que espera taponar la hemorragia, entre real y ficticia, del narcotráfico y la inmigración ilegal. «No pensábamos lo mismo», explicó Trump a los corresponsales en la Casa Blanca. No miente. Su relación fue difícil. Oscilaba entre la incapacidad para ponerse de acuerdo y la facilidad para cortar amarras. Tanto en la cuestión iraní, donde Tillerson se mostraba partidario de respetar el acuerdo multilateral con la Unión Europea, Rusia y China, como respecto al Kremlin, a la que el ya exsecretario de Estado contemplaba con mucha más prevención, y no digamos ya en las negociaciones comerciales con México y Canadá, abundaban las fricciones, la frustración, la incapacidad para caminar juntos.
Puestos a perfilar un «leitmotiv» la Prensa especula con las inminentes conversaciones con Corea del Norte. Trump necesita rodearse con un equipo de diplomáticos más fieles. A ser posible bajo la tutela salvaguarda de un capitán predispuesto a escucharle. Alguien, en fin, como Pompeo, al que siempre se la ha definido como el prototipo del «halcón» en Washington.
En realidad Trump haría bien en contar no ya con expertos afines, sino, sencillamente, con expertos: desde que Tillerson accedió al cargo faltan por cubrir decenas de puestos en el Departamento. Incluido el de embajador en Corea del Sur. La moral de su tropa, amenazada a diario con recortes de personal, estaba muy próxima a la bancarrota. Como escribía Zack Beauchamp en la revista Vox, «bajo su mandato ha dimitido cerca del 60% de los diplomáticos de carrera más importantes y las solicitudes para trabajar en el servicio diplomático descendieron a la mitad».
El que fuera presidente de Exxon Mobile, saludado en su momento como un fichaje saludable, capaz de contrarrestar los impulsos presidenciales, acabó siendo percibido como un desastre. Incapaz de comprender los sutiles mecanos de la diplomacia. Enfrentado a muchos de sus subordinados. Lo suficientemente soberbio o negligente como para no cubrir algunas bajas claves. Y siempre en fuera de juego respecto a Trump. Frente a los escorzos intelectuales de otros áulicos, del nacionalismo abanderado por un Steve Bannon a la calculada ambigüedad de Jared Kushner, Tillerson lucía un perfil amorfo, casi comatoso.
En Washington todavía resuena el brutal corte que recibió a manos del presidente. Sucedió el pasado 1 de octubre, cuando apostó tímidamente por abrir vías de comunicación con el régimen de Pyongyang. Pierdes el tiempo, le respondió Trump. O más exactamente: «Le he dicho a Rex Tillerson, nuestro maravilloso secretario de Estado, que pierde el tiempo tratando de negociar con el Pequeño Hombre Cohete. Reserva energías, Rex. ¡Haremos lo que haya que hacer!». Con un tuit lo humilló y con otro, cinco meses después, lo arrumbó a los libros de historia.
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