Corea del Norte
Trump medita su respuesta a Coreal del Norte
Las continuas provocaciones nucleares de Kim Jong Un están cada vez más cerca de convertir a Corea del Norte en la guerra exterior del presidente de EE UU si éste se niega a aceptar la coexistencia con un nuevo «enemigo» nuclear. El problema es que la estrategia del brutal régimen es garantizar que, «si es derrotado, destruirá el mundo».
Las continuas provocaciones nucleares de Kim Jong Un están cada vez más cerca de convertir a Corea del Norte en la guerra exterior del presidente de EE UU si éste se niega a aceptar la coexistencia con un nuevo «enemigo» nuclear. El problema es que la estrategia del brutal régimen es garantizar que, «si es derrotado, destruirá el mundo».
Al rebufo de la escalada armamentística de Pyongyang el mundo mastica la evidencia de que Corea del Norte está cada día más cerca de disponer de armas capaces de alcanzar el territorio continental norteamericano. Para complicar más las cosas, y descontados sus espectaculares avances en el programa nuclear, el régimen de Kim Jong Un mantiene estacionados miles de cañones en la frontera con Corea del Sur. Capaces de alcanzar Seúl, con más de once millones de habitantes, en menos de un minuto. Preguntado por la personalidad del líder norcoreano, el periodista y escritor Bradley K. Martin, autor de «Under the Loving Care of the Fatherly Leader», el gran libro sobre la dinastía que rige Corea del Norte desde 1948, explica que «la mayoría de los líderes totalitarios son unos sociópatas, pero la clave en el caso de Kim es que heredó una estrategia y un conjunto de tácticas y las está siguiendo tal y como le entrenaron. Los herederos del liderazgo en Pyongyang están capacitados, sobre todo, para concentrarse en ganar a toda costa. No hay tolerancia para una estrategia de mera supervivencia. El padre de Kim, cuando accedió al rango de mariscal, juró que si alguna vez se enfrentaba a una derrota absoluta, “destruiría al mundo”. Ese juramento es parte de la tradición que se transmite a los jóvenes guerreros del país. Algo muy similar al pensamiento militarista del Japón imperial».
Un espíritu bélico que brilla con siniestra claridad a la luz del proyectil que Corea del Norte detonó bajo tierra el 3 de septiembre, un artefacto con una potencia aproximada de 150 kilotones. Diez veces más potente que la bomba que arrasó Hiroshima y casi ocho veces más que la de Nagasaki. Con independencia de que estemos o no ante un artefacto termonuclear, tal y como alardean los norcoreanos, para comprender su poder mortífero basta saber que, de explotar en el aire, a la altura del Empire State Building, en Nueva York, la web nuclearsecrecy estima que provocaría 931.120 muertos, 1.524.540 heridos, el colapso de casi todos los edificios en un área de 43,8 kilómetros cuadrados y quemaduras de tercer grado por radiación térmica en un área de 86,9. Si la bomba cayera a ras de tierra, de nuevo en el cruce de la Quinta Avenida con la calle 34, los muertos serían 845.390 y los heridos 714.960, y la nube radiactiva abarcaría 6.480 kilómetros cuadrados. Y ojo, porque la Organización del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares (Ctbto) acaba de anunciar que la potencia del artefacto podría haber alcanzado los 600 kilotones.
«Si yo fuera un japonés o un surcoreano», explica Martin, que reside parte del año en Japón y ha sido corresponsal de «Baltimore Sun», «Asian Wall Street Journal», «Asia Times» y «Newsweek», «estaría deseando que mi país desarrolle su propia fuerza de disuasión nuclear, pues Kim tiene alguna posibilidad de triunfar con su estrategia de sacar a las fuerzas estadounidenses de la región para hacerse con Corea del Sur. Mientras tanto, quiere que los japoneses teman que el hecho de mantener fuerzas estadounidenses en su país sea motivo de un ataque».
Un punto de vista que no comparte el profesor Marco Milani, especialista en Corea del Norte y discípulo de David Kang en la Universidad de Southern California. «No veo cómo una carrera armamentística podría ayudar a mitigar la tensión en el área. Corea del Sur y Japón ya están bajo el paraguas nuclear estadounidense y dudo que si despliegan armas propias cambie el equilibrio nuclear en la región. Ciertamente se deteriorarán las relaciones con China y el único país que podría aprovechar la situación sería, de nuevo, Corea del Norte». En lo que sí coinciden ambos, y en realidad la gran mayoría de los especialistas, es en su rechazo a la opción militar. Para Milani: «Un ataque, aunque fuera limitado, provocaría una guerra total con cientos de miles de víctimas coreanas –y probablemente japonesas– y soldados estadounidenses desplegados en la región. El régimen norcoreano conoce esta realidad y aprovecha esta situación. Además, las sanciones resultaron ser bastante ineficaces en los últimos años. Corea del Norte sabe cómo sobrevivir bajo mucha presión, y China quiere presionar a Pyongyang, pero no un colapso del régimen. Más presión –militar o diplomática– no resolverá la situación. Es hora de pensar en una estrategia para coe-xistir con una Corea del Norte nuclear, al menos temporalmente, y al tiempo lograr que el régimen detenga las pruebas nucleares».
¿Y qué hay del tono incendiario que ha empleado Donald Trump? ¿Le reportará algún beneficio en el tablero geoestratégico? Para Milani, «no es útil responder en los mismos términos a la retórica inflamada de Corea del Norte, y tampoco presionar a un país que está muy bien entrenado para responder a la presión externa y aprovecharla. Ahora es demasiado tarde para poner la desnuclearización en la mesa, y lo que EE UU podría lograr en el mejor de los casos es una congelación de nuevas pruebas, si están dispuestos a dar algo a cambio. Podría ser el momento de pensar sobre cómo coexistir con una Corea del Norte nuclear».
El otro agente involucrado es China, de la que suele recordarse que tiene la llave del comportamiento de Pyongyang. Presionar en el comercio o la política monetaria china, comenta Milani, podría ser contraproducente. «Sería mejor tratar de involucrarla de forma constructiva. China tiene una fuerte influencia en Pyongyang, pero Pekín no tiene las claves del régimen». Además, «las prioridades estratégicas de Washington y Pekín divergen. Para China, el régimen de Kim sigue siendo un activo, debido a su papel de amortiguador estatal, y también porque ayuda a mantener cierta estabilidad dentro del país. Un colapso repentino podría crear mucha inestabilidad en las fronteras de China, dado el posible flujo masivo de refugiados».
Una regla no formulada de la política estadounidense aconseja guerras exóticas en el supuesto de que las encuestas exhiban una brutal desafección por el inquilino de la Casa Blanca. Pero la única guerra que Trump podría atribuirse por completo sería contra Corea del Norte. Una guerra de antemano perdida si creemos al hoy defenestrado Steve Bannon, convencido de que «hasta que alguien resuelva la parte de la ecuación que muestra que diez millones de personas en Seúl morirían durante los primeros 30 minutos [de combate] de las armas convencionales, no sé de qué hablan, no hay solución militar aquí. Nos tienen cogidos».
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