Internet
Una ventana a la libertad de expresión frente a los regímenes autoritarios
E.S. SIETEIGLESIAS -
Pavel Durov, el considerado como el «Mark Zuckerberg ruso», sufrió el acoso del Kremlin por no compartir con ellos la información de los líderes de las protestas en Ucrania a través de sus perfiles en Vkontakte, versión rusa de Facebook. Tras vender su empresa y abandonar el país, Durov ideó Telegram, la aplicación de mensajes para los amantes de la seguridad y la privacidad. Similar a Whatsapp o Kakaotalk, pero con su red social encriptada, nació en 2013 y Durov ha prometido que nunca venderá las conversaciones vertidas en ella a las autoridades y los Gobiernos de turno.
Si bien es cierto que los yihadistas del EI se aprovechan de esta tecnología, también es visto como el único rincón en el que algunas personas se pueden expresar libremente. En algunos lugares del mundo, Telegram es sinónimo de libertad. Así lo pudo comprobar LA RAZÓN cuando esta periodista cubrió las elecciones parlamentarias en Irán. Al contactar con diversos activistas y personas contrarias al régimen de los ayatolás, muchos insistían en que por teléfono no querían hablar, que era mejor que los «agregara a Telegram». En Irán se da la paradoja de que los mandatarios poseen Twitter y Facebook, pero sus ciudadanos lo tienen censurado.
Sin embargo, parecía que Telegram sí funcionaba a la perfección. Una vez allí, en las calles de Teherán y ante el temor a que algún miembro de los servicios de Inteligencia estuviesen cerca, muchos iraníes preferían no hablar a las claras sobre la situación política del país y ni se atrevían a criticar a las autoridades. Pero al chatear con ellos a través de la aplicación, el cambio era considerable. «Mira, vivimos en una dictadura», insistía M. Hamzi en la aplicación cuando horas antes en la calle todo en Irán le parecía bien. Incluso, algunos activistas y periodistas, al no tener confianza aún, pedían que se creara lo que se conoce en Telegram como «chat secreto», en el que se puede poner fecha de caducidad. «Apunta todo lo que necesites, porque este chat se destruirá en 24 horas», advertía un activista político. En estos chats, si se hace el típico pantallazo (que después se puede compartir como imagen) la aplicación avisa al otro interlocutor de que se ha hecho. También hay miles de canales en los que se debate libremente o se dan consejos. Al preguntar a un informático iraní cómo podía entrar en mi Twitter o en Facebook, el joven invitó rápidamente a un canal en persa, con cientos de usuarios, en el que se van actualizando los proxies para saltarse la censura y los filtros del régimen iraní. «La esperanza de los 20 millones», titulaban algunos medios esos días, en referencia al número de ciudadanos iraníes en Telegram, y a que a través de los debates y la falta de censura se pudiera dar un giro en las urnas y ganasen los reformistas.
Pero las autoridades ya se han dado cuenta del poder y de la total libertad de expresión que se respira en la aplicación y ya han demandado explicaciones y ante su negativa fue bloqueada durante un par de horas. A la acción han pasado ahora hackers iraníes conocidos como Rocket Kitten, que han logrado comprometer una decena de cuentas y lograr el número de teléfono de al menos 15 millones de usuarios. El haber traspasado la brecha de seguridad pone en riesgo ahora a cientos de personas que comparten material, que en Irán sí se puede considerar sensible e incluso podrían suponer penas de cárcel.
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