Festival de Berlín / Berlinale

La Berlinale arranca entre besos y patadas

Qué curioso: aunque fuera de concurso, una película del presidente de esta 63ª edición de la Berlinale, Wong Kar-wai, fue ayer la encargada de abrir el festival. Un complejo filme chino sobre kung-fu y empapado de romanticismo muy marca de la casa.

La Berlinale arranca entre besos y patadas
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Para los no iniciados en las artes marciales, el nombre de Ip Man es tan célebre como el «chop-suey» para las tribus amazónicas. Ahora bien, si añadimos que en una de las escuelas que montó en Hong Kong enseñó los secretos del Wing Chun al mismísimo Bruce Lee, y que éste intentó convencerle, años después, de que se convirtiera en su profesor particular por una considerable suma de dinero que él rechazó, la cosa cambia. Wong Kar-wai ha rescatado su figura de las sombras en «Grandmaster», que inauguró ayer fuera de concurso la 63ª edición de la Berlinale. Un largo y exhaustivo proceso de preproducción y veinte meses de rodaje repartidos a lo largo de tres años han cristalizado en una singular película de kung-fu, épica e intimista a un tiempo, marcada a fuego lento por los efluvios estéticos del director de «Deseando amar». Director que, además, preside el jurado a competición: pongamos una vela a la Virgen de los Milagros para que no repita el lamentable palmarés que dio en Cannes hace un lustro, premiando a «El viento que agita la cebada» de Ken Loach.

Parece que el género «wuxia» está viviendo una segunda juventud, sobre todo ahora que los grandes autores asiáticos lo han redescubierto entre las cenizas del cine popular. Hou Hsiao-Hsien está rodando uno en Taiwan, titulado «The Assassin», y Jia Zhang-ke está preparando otro en China. Kar-wai, que no destaca por su rapidez de reflejos, se les ha adelantado con su primera película de «kung-fu» (con perdón de «Ashes of Time»). La preposición es importante: ¿«de» kung-fu o «sobre» kung-fu? «Sobre kung-fu», aclara un Wong Kar-wai siempre parapetado bajo unas negrísimas gafas de sol. «Sobre la generosidad, la disciplina, la modestia y la responsabilidad de cargar la antorcha de la sabiduría y saber traspasar sus habilidades a generaciones venideras. "Grandmaster"habla del código de honor del kung-fu, de su filosofía, y, por extensión, de todo lo que conforma la cultura china, de aquello de donde venimos».

Bellas coreografías

«El kung-fu son dos palabras: horizontal y vertical. Cometes un error y allí te quedas, en posición horizontal. Si eres el último que estás de pie, has ganado», Ip Man dixit. Las escenas de lucha están coreografiadas desde esa simplicidad de coordenadas, y son, sí, muy bellas, aunque no especialmente didácticas a la hora de plasmar posturas y golpes. Kar-wai introduce sus marcas de fábrica siempre que puede: gestos ralentizados, juegos plásticos con el tiempo, miradas sostenidas en el vacío, montajes frenéticos y descompuestos. Su poética se impone a la del «wuxia», sobre todo cuando se detiene en un tema caro a su cine –el amor triangular, el adulterio no consumado–. Los paréntesis románticos, ya sea de Ip Man (Tony Leung) con su mujer o con su némesis femenina, Gong Er (Zhang Ziyi), heredera de la sabiduría kung-fu de su poderosa figura paterna, son oasis de intimidad en los que puedes tocar los rostros de los personajes, filmados en unos primeros planos tan expresivos que parecen romper la fina piel del digital que los acoge en su seno. Son momentos sagrados equiparables a las hermosas escenas de lucha, como si el amor puro, entregado, platónico, perteneciera al mismo código de honor que las violentas peleas («a veces los maestros en artes marciales ni se dan cuenta de que sus manos son armas mortíferas», dijo Kar-wai). Es una bonita manera de entender lo épico como íntimo y lo íntimo como épico.

Los problemas llegan con el relato. La vida de Ip Man representa una parte de la historia china. Gentil, de buena familia y mejores costumbres, vive de las rentas has- ta que cumple los cuarenta. En 1936, la invasión japonesa le deja en la más absoluta pobreza, y a finales de la Guerra Civil, se exilia en Hong Kong y nunca más puede volver a China. El peso histórico de su biografía es innegable, pero Wan Kar-wai es incapaz de que eso se note en la evolución dramática del personaje, que apenas existe, porque su ética es invariable e inasequible al desaliento. ¿Por qué entonces esos saltos en el tiempo, esa confusa fragmentación narrativa que descentra continuamente la identificación del espectador? Por mucho que quiera buscar puntos de apoyo –alternancia de voces en off que aparecen y desaparecen a su antojo, rótulos informativos–, Kar-wai no sabe ordenar una historia a la manera clásica, y la materia prima con la que cuenta necesitaba una linealidad que va contra su naturaleza caótica e imprevisible.

Es un cineasta de atmósferas y texturas, no de relatos. Kar-wai, que no practica artes marciales pero que se confiesa admirador del género, admitía que es una película difícil de seguir incluso para parte del público chino por la variedad de formas del kung-fu de las que habla. «Pero también trata de temas universales, de un sistema de valores, de un código ético que puede entender todo el mundo», apostillaba en rueda de prensa para adelantarse a los que le acusen de ser críptico.

La leyenda negra

Es probable que esta incapacidad para narrar una historia tenga que ver con su célebre leyenda negra. Tanto Tony Leung como Maggie Cheung estaban francamente descontentos con Kar-wai durante el rodaje de «Deseando amar»: nunca les dio un guión al que agarrarse, no sabían qué personaje estaban interpretando, el propio rodaje se alargó durante dos años porque el cineasta cambiaba de opinión constantemente, sometiendo al equipo a los vaivenes lunáticos de sus estados de ánimo; actitud que, parece, se extiende a la fase de montaje, que no da por acabada hasta el último día antes de su proyección en festivales (en Cannes tuvieron que sufrir sus angustiosos retrasos con «Deseando amar» y «2046»).

Leung, que ha trabajado con él en varias ocasiones, está contento con la experiencia de « Grandmaster»: «Al menos, esta vez sabía quién era. Podía consultar libros, practicamos kung-fu durante cuatro años, podía construir al personaje a partir de la documentación y el entrenamiento. Porque Wong nunca nos enseña el guión y eso puede ser muy frustrante».