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La feria juega al empate
Ausencia casi total de riesgo y apabullante presencia de pintura en una edición conservadora sin espacio para el vídeo
Ausencia casi total de riesgo y apabullante presencia de pintura en una edición conservadora sin espacio para el vídeo.
Fría, conservadora, previsible, sin obras capaces de sacudirte y sacarte de la inercia con la que se recorren pasillos y stands. Así es ARCO 2018, más allá de anuncios de cambio de paradigma, polémicas de adolescente y expectativas varias. En realidad, se trata de una edición fácil de analizar, en la medida en que la mayor parte de las galerías han optado por fórmulas casi calcadas, diseñadas por una suerte de Mourinho que ha salido a jugar al empate y no a lograr la victoria. De ahí que no sorprenda que se haya optado por nombres consolidados que garantizan un resultado aseado y defendible ante los medios. Artistas de mediana edad, con un currículum internacional incuestionable, y que epitomizan las singularidades del arte del siglo XXI es lo que más abunda: Ángela de la Cruz (presente en Helga de Alvear, Carreras Múgica o en la vienesa Krizinger), Katharina Grosse (con obra en Barbara Gross y Nach St. Stephan), Muntean & Rosenblum (en Horrach Moya) y Joachim Koester (Elba Benítez) constituyen algunos de los nombres que podrían ser incluidos en esta lista del «artista-tipo» de ARCO.
Uno de los indicios que más explícitamente señalan el temor con el que se desenvuelve el mercado es el retorno casi aplastante al objeto artístico y, más particularmente, a la pintura. En tiempos de incertidumbre económica, el mundo del arte se refugia en la obra pictórica. Lo sorprendente es que en un contexto en que la experimentación en pintura es máxima y su capacidad de disrupción ha alcanzado unas cuotas impensables hace unas décadas, la elección mayoritaria de los expositores ha privilegiado un tipo de abstracción muy aseada, que se desenvuelve en un registro acotado por un expresionismo ácido y de aires pop, y un tipo de monocromo efectista y tedioso, apto para ricos poco exigentes.
Hiperrealismo matérico
El problema no es la pintura, sino que la que hay en la feria es soporífera y casi homologada por la misma necesidad de supervivencia de todas las galerías. Quizá, por citar un caso atípico y que reclama la atención del público, el ejemplo de Antonio Satin (Marc Strauss Gallery), cuya obra «La edad del pavor» define un hiperrealismo matérico capaz de engañar al ojo más avezado.
Fuera de la pintura, y de una buena cuota de fotografías y de esculturas, vuelve a demostrar que el vídeo es el lenguaje hegemónico y más querido por curadores y conservadores para capitalizar los más aclamados proyectos expositivos, pero con una difícil comercialización. Nadie se atreve con él. Ni tampoco con la performance. La idea de mercado que modela la feria huye de productos que no sean asumibles de manera inmediata. Entre los déficits más clamorosos e inexplicables el que quizá mejor explica su papel de secundona en el circuito internacional es la pírrica presencia de artistas orientales. Con excepción de Haegue Yang –uno de los grandes de la generación china del «Fuck Off» presente en Chantal Crouel, la representación de artistas de estos países es prácticamente nula. Si ARCO quiere garantizarse un futuro sostenible bien haría en otorgar presencia a autores de esta región, máxime cuando de ella han salido algunos de los nombres más cotizados, y China constituye la tercera potencia mundial en venta de obras de arte. Mientras esto no suceda la imagen de la convocatoria artística más importante de España no ganará peso internacional ni reclamará la atención de los coleccionistas «top-end», aquellos que construyen los gustos de cada época.
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