Austin
La independencia de Texas
Hoy un congreso en Austin sobre la opresión de Washington DC movería a risa a sus organizadores. Nuestra Constitución es muy joven y necesita que se la pode mucha fronda, no que se la revuelque
Hoy un congreso en Austin sobre la opresión de Washington DC movería a risa a sus organizadores
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tuvo una de esas iniciativas políticas que carga el diablo cuando en una de las decisiones de su primer mandato abrió una página web en la Casa Blanca para las sugerencias directas de los ciudadanos. De inmediato más de cien mil firmas testificadas exigieron, con razones históricas y jurídicas, la independencia de Texas. La patriotera filmografía sobre las heroicidades en El Álamo, las intrigas de Austin, la astucia del general Sam Houston o la impericia militar del presidente mexicano Antonio López de Santa Ana, retrata solo el comienzo de una independencia aplazada y frustrada.
Texas levantó su bandera de la estrella solitaria en 1836 y hasta 1845, nueve años después, no se adhirió voluntariamente a la Unión. En una cámara acorazada de la capital, Austin, guardan su primera Constitución, y tienen tantos motivos históricos y morales para reclamar la restitución de su independencia como cualquier viejo reino español.
Y de hecho continúan ejerciendo su reivindicación. Tampoco en la Historia los males viajan solos, y entre 1861 y 1865 volvieron a tomarse por la mano el derecho a decidir, esta vez no para hurtarse a México sino a la Unión, tomando facción como sudistas en el bando equivocado de los confederados durante la Guerra de Secesión. En menos de veinte años el Estado de Texas no pudo comenzar con peor pie. Hoy dan petróleo en cantidades estratégicas, la más sofisticada tecnología médica y espacial, carne para exportar y soldados y presidentes para la Unión.
No faltan los iluminados que quisieron ver en el magnicidio de Dallas un reflejo de odio hacia la omnipotencia federal de Wa-shington. A ustedes les sonará, aunque solo sea por un ramalazo visual, la figura de un actor bajito, barbado y experto en artes marciales, Chuck Norris, protagonista de una eterna serie televisiva sobre los Rangers de Texas (una Policía Autónoma) que se sigue emitiendo en España, y que aún se candidatea periódicamente, en serio y legalmente, a la Presidencia de Texas, como un Arthur Mas cualquiera. Aducen los texanos, a más de su historia nacional, que dan a la Unión más de lo que reciben y que en calidad de independientes serían la novena potencia económica mundial. Suenan tan iguales ambos instrumentos que a veces no se sabe si fue primero la guitarra texana o el Stradivarius catalán. En su onanismo secesionista no están solos nuestros hermanos texanos, pues les acompañan, aunque con menor vehemencia, los Estados de Vermont, Florida y Hawái. Descontando a Massachusetts, que fue Estado independiente en la temprana fecha de 1780. Por supuesto que estos retales de la Historia no pesan para nada en la política de la primera potencia mundial, pero que no falte su apoyo y referencia para los románticos ultranacionalistas europeos. Lo primero que se globalizó, aún antes que la travesía de Colón, fue el sueño de la razón. La enseñanza americana para nuestros irredentos independentistas se encuentra en la vigencia de la Constitución de EE UU (1787), decana de las escritas. Su longevidad obedece a su concisión en solo siete artículos, enmendados 27 veces. Pero enmiendas que no son correcciones o anulaciones sino como leyes de acompañamiento que desarrollan el título primigenio. La argumentación de Abraham Lincoln para oponerse a la voluntad de decidir de la Confederación no fue el esclavismo (la manumisión no llegó hasta mediada la guerra) sino la metástasis, palabra desconocida entonces: que la independencia de Cataluña de España genere la de Tárragona de Barcelona, por traducirlo de la oncología a la catalanidad.
Hoy un congreso en Austin sobre la opresión de Washington DC movería a risa a sus propios organizadores. Nuestra Constitución del 78 es muy joven junto a la estadounidense y necesita que se la pode mucha fronda, pero no que se la revuelque. ¿Dónde está escrito que cada generación ha de tener su texto máximo?
Que duren
Hay que vivir en el futuro para ser contemporáneos del presente, y es bueno que las constituciones duren, por más que se enmienden. ¿Sería buen paso esa federalización que proponen los vendedores de crecepelos? En árabe, puente «es alcántara», y cuando decimos puente de Alcántara nos estamos rebozando en la redundancia.
Nuestra última y vigente es una Constitución federal por más que nuestros constituyentes no se atrevieran a apellidarla así. Recordar el federalismo de la I República todavía mueve a espanto o a chufla. Entre nosotros las derechas vasca y catalana (Oriol Junqueras, como toda ERC, es de derechas pero no lo sabe) se han aferrado a lo más insolidario del nacionalismo decimonónico pretendiendo leyes a medida o inventando conceptos identitarios tan salvajes como el derecho decisorio, extraído con fórceps de la descolonización de la postguerra mundial.
Derecho a decidir es matar al vecino que sintoniza muy alto el televisor. En la Independencia de Texas el único al que asistía la razón era al sátrapa del general-presidente Antonio de Santa Ana, considerando indivisible el Virreinato de México. Y cuando el president Mas se mira en el espejito, es el patético Norris y no Clark Kent con quien sueña ser.
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