La Razón del Domingo

La lujosa vida de los ladrones de narcos

Inhibidores, pasaportes, móviles. Nada les faltaba a la banda de búlgaros que vivían en Mijas.
Inhibidores, pasaportes, móviles. Nada les faltaba a la banda de búlgaros que vivían en Mijas.larazon

Robaban coches de alta gama, les colocaban localizadores y los vendían a narcos. Cuando los cargaban de droga, los asaltaban y se quedaban.

El «negocio» de la droga es lucrativo, aunque exige a los traficantes cierta infraestructura e inversión para, por ejemplo, traerla a Europa por España. Un «negocio» mejor, sin duda, es ahorrarse esos pasos y robar la droga a los narcos una vez que la han traído. Apenas exige inversión y en cambio da muchos beneficios. Tanto como para ir con tu mujer de compras a uno de los locales más exclusivos de la Costa del Sol y gastarte 475 euros en unas zapatillas de andar por casa. Es lo que hizo una pareja de una banda transnacional de búlgaros en Mijas, Málaga, que robaba en España la droga a los narcotraficantes y luego la vendía por toda Europa. Era un negocio tan lucrativo que a veces ni podían esconder el dinero en casa.Uno de la banda dormía con 45.000 euros en la mesilla de noche, otro guardaba el dinero debajo de la bolsa de la basura del cuarto de baño y también en los botes de la cocina. O 172.000 euros en una bolsa del Carrefour, que llevaba uno de los miembros cuando fue detenido por la Sección de Delincuencia Organizada del Automóvil de la Guardia Civil. Los doce miembros de la banda vivían en Mijas, en varias casas a pie de playa y con segundas residencias en Benidorm y por toda la costa. Pagaban alquileres de unos 1.000 euros mensuales por cada una de sus viviendas y adquirían legalmente coches de alta gama para moverse con velocidad. Para comprar iban a las grandes tiendas de lujo de la zona. El dinero que no gastaban aquí lo invertían en hoteles en Bulgaria.

No tenían mucha vida social, ni falta que les hacía. Vivían sin pensar en gastos, cogiendo vuelos a Suramérica o Europa, desapareciendo de vez en cuando sin dejar muchas pistas. Porque si los búlgaros vivían y «trabajaban» en España no era sólo por el buen tiempo y la calidad de vida que hay en esa zona. También porque España es la puerta de la droga para el resto de Europa. Y la droga era la pata más importante de su negocio.

El plan estaba bien montado: la banda de búlgaros era especialista en robar coches de particulares de alta gama, que tanto abundan en la zona de la Costa del Sol. Los ojeadores de la banda se movían por ahí, seguían a los coches que les interesaban y con escáneres copiaban la frecuencia de los mandos a distancia de garajes y vehículos. Robarlos era más o menos sencillo para ellos, después les colocaban un localizador y más tarde se lo vendían a los narcos por unos 3.000 euros cada uno. Así ya tenían vigilados sus movimientos.

El localizador les avisaba de cuándo ese coche se ponía en movimiento y, sobre todo, de cuándo se acercaba a la playa. Ése era el momento clave. El hachís, sobre todo, es desembarcado en España por playas de difícil acceso, en muchas ocasiones por Cádiz o por el Levante. Los narcos solían pedir un BMW 4x4 porque aguanta sin problemas una gran cantidad de carga de droga y puede moverse por la arena de la costa.

Los búlgaros, una vez que comprobado que los narcos ya habían cargado el coche de droga, o bien lo seguían mediante el localizador hasta la casa donde se escondían y con tácticas militares (con un jefe al mando, guiando por «walkie-talkies»), la asaltaban y se llevaban la droga; o bien, de una manera más ingeniosa, se hacían pasar por policías y detenían el automóvil. En Benidorm, en una glorieta, hicieron eso: pusieron luz de destello de Policía en sus coches y pararon al vehículo que sabían que iba cargado de droga. Con carnés y placas falsas de Policía de Bulgaria hicieron bajar al conductor, le dejaron allí y se marcharon con la mercancía. Golpe perfecto.

Amenaza de narcos

El peligro del «negocio» de la banda de búlgaros era doble. No sólo debían temer a la Guardia Civil que buscaba coches robados. También tenían que estar atentos para que ninguno de los narcos se diera cuenta del engaño. El ajuste de cuentas sería peor que una detención por las Fuerzas de Seguridad españolas. Una vez sintieron el peligro, el miedo, muy cerca. Un traficante vio desde lejos cómo su vehículo repleto de hachís era parado por unos policías. Observó cómo bajaban al conductor y se iban con la droga. El asunto no le cuadraba al traficante y menos cuando su conductor le dijo que le habían parado policías búlgaros, que no hablaban español. El narco sospechó enseguida. En ese mundo no hay matices para la solución de un problema: o quien le había vendido el coche pagaba la cantidad que costaba la droga o habría consecuencias. Los búlgaros pagaron.

Pero normalmente, su negocio era más que rentable. En España iban a las tiendas de la Casa del Espía, estudiaban los aparatos, decidían cuáles eran lo que les interesaban y los pedían a una rama de la banda en Bulgaria, que se los conseguía a mejor precio. De ese modos se hicieron con todos los objetos tecnológicos necesarios para robar un coche y hacerlo «desaparecer» después: muchos automóviles de lujo tienen localizadores para que, si son robados, la empresa que los renta o la Policía puedan saber dónde se hallan. Los búlgaros quitaban ese localizador. Y si el comprador lo pedían, subiendo el precio, también cambiaban el número de bastidor, que es como el DNI del coche, el registro que facilita su localización. Este número de 17 dígitos suele estar en varios lugares del automóvil, junto al asiento del conductor, en la ventana, en el motor o también en la guantera. En un taller que regentaba un búlgaro cambiaban ese número, la matrícula y el coche ya era «nuevo». Aunque fuese detenido en un control policial nadie podría identificar que era robado.

Un error

Conscientes del peligro, eran cuidadosos. Hablaban a través de móviles de prepago y en cuanto se acababa el saldo, tiraban el teléfono. Para complicar más a quien quisiera seguirles se comunicaban mediante sus mujeres, que hacían de telefonistas. Se llamaban varias veces al día, se preguntaban qué tal y si el otro contestaba, sabían que todo iba bien, no había peligro. Lo importante era evitar un fallo. Un día, un miembro de la banda se quedó tirado con su coche en Granada. Llegó la grúa y le dijo que lo acercaba al taller más cercano. Cambió de opinión en cuanto vio la cantidad de dinero en metálico que le daba el búlgaro por llevar el coche a su taller en Valencia.

Sin embargo, no se puede engañar a todos todo el tiempo. Tuvieron un error en febrero de hace dos años, en una nave en Picassent, Valencia, lejos de Mijas, donde vivían. Un vecino vio que la puerta de una nave, un fin de semana, estaba abierta. Acudió la Guardia Civil y se encontró dentro con un despliegue de coches, una embarcación, 800 kilos de hachís, armas de fuego y sistemas electrónicos de localización. Mientras los dos agentes echaban un vistazo, llegaron dos miembros de la banda. Al ver la Guardia Civil intentaron huir. Uno estaba dentro del coche, el otro intentó entrar por la ventana, pero un agente lo agarró y lo detuvo. El de dentro, entonces, arrancó y el otro agente se tiró sobre el capó para detenerle. En un giro, salió despedido con tanta violencia que las lesiones producidas le han impedido continuar con su servicio.

La Guardia Civil ya estaba sobre la pista. La Sección de Delincuencia Organizada del Automóvil, con el apoyo del Juzgado de Instrucción número 2 de Picassent, se hizo cargo del asunto cuando se comprobó que era una organización que además de en España, tenía ramificaciones en Bulgaria, pero también en Suramérica (desde donde les avisaban de posibles llegadas de droga) y en otros países de Europa, donde vendían la droga robada a los narcos.

La operación no ha sido sencilla porque los búlgaros no paraban de moverse y cambiar de casa, en busca de seguridad. Había noches que alguno de ellos viajaba de Mijas a Madrid y de allí a Valencia, a su segunda casa. Y con sus aparatos electrónicos eran capaces de detectar cuando un coche estaba siendo espiado por la Guardia Civil. Cuando lo notaron en uno, lo dejaron en un taller y no volvieron a tocarlo. Poseían, además, múltiples personalidades: eran búlgaros, pero se hacían pasar por lituanos o griegos. Tenían más de una veintena de pasaportes. La Guardia Civil ha vivido año y medio detrás de ellos, sacrificando horas con la familia para seguir una pista o a un posible miembro. Y en muchas ocasiones, para llegar a un callejón sin salida. Creían tener a alguien, pero éste de repente desaparecía durante un tiempo y se perdía la conexión. Sólo la perseverancia hizo que detuvieran al final a nueve hombres y tres mujeres. Doce ladrones de coches y de narcos, doce búlgaros que creían haber encontrado el negocio perfecto.