La Columna de Carla de La Lá
Patetismo por videoconferencia, Skype o Zoom
Pienso que la video llamada debiera ser administrada con suma cautela, igual que los corticoides o los ansiolíticos.
Dicen que “una imagen vale más que mil palabras” y estoy de acuerdo, por eso escribo esta columna, quiero ayudarles. ¿De verdad deseamos difundir la imagen de nosotros y nuestras vidas que dan las conferencias?
Soy una mujer atractiva, objetivamente, pero en las fotos salgo como un orco y no digamos en los zoom. Sin embargo, esta nueva normalidad de plagas majestuosas… ¡bíblicas! y encierros pedestres, que nos han precipitado al teletrabajo y el aislamiento social, hace que la videoconferencia se haya convertido en un lugar común. ¡¡¡Un lugar común que aberro!!!
Han pasado muchos años desde los preciosistas Skypes que se marcaba nuestro inmortal Christopher Reeves (D.E.P) AKA Supermán (kal El) con su padre, Marlon Brando en el papel de Jor-El ¿recuerdan? A veces incluso aparecía ante la cámara su bella madre, Lara… Todos maquillados como vedetes, impecablemente vestidos de blanco, peinados y fijados con laca o gomina, los hombros hacia atrás, e incluso de pie y con la barbilla en alto, para más respeto y dignidad.
Hoy, la video llamada es un grosero cliché en el que, sin yo desearlo en absoluto, se han instalado todos los individuos a mi alrededor presionándome para que yo lo haga también; yo, que no soporto ni siquiera el teléfono (los que me conocen saben que considero la llamada de teléfono, en pleno s.XXI un hecho fundamentalmente invasivo), como lo fue antes aparecer en casa de alguien sin avisar.
Pues bien, la videollamada tiene parte de ambas cosas, de telefonear y rajar sin sentido, cronofágicamente, desconsiderando las circunstancias y el tiempo del otro y de llamar a la puerta de un amigo por las buenas.
Mi marido, que también teletrabaja, se pasa la vida metido en videoconferencias, que realiza desde nuestro dormitorio, ¿saben la cantidad de veces que he atravesado la escena en paños menores? Hace tiempo que Felipe no conecta la cámara, por seguridad; sin embargo eso de no poner el video cuando tus colegas sí lo hacen se considera una falta de etiqueta, “o todos o ninguno”, le digo, “¿qué hacen tus compañeros?”
_Ponen fondos de pantalla, tras su silueta, de La guerra de las galaxias, de una playa del Caribe o de un Loft neoyorquino…
Mi editora, mis clientes, mis padres y hermanos, los profesores de mis hijos y hasta mi ex marido, practican la videollamada. Amigos católicos ¿se confiesan ustedes por zoom? No es ninguna broma y no me extrañaría nada, los psicólogos y psiquiatras ven a sus pacientes por videoconferencia, los médicos del seguro, te dan la opción de la consulta por Teams… ¡He dado clase a mis alumnos del CEU por Zoom! Y no dejo de preguntarme mientras observo los árboles, en el campo, libres, desestresados, solemnes y mecidos por el viento… ¿a dónde nos conduce todo esto?
Los feligreses del video aseguran que transmitir nuestra imagen supone un plus importante a la hora de comunicarnos con los demás y eso es indiscutible. Las video llamadas bien planificadas y oportunas pueden resultar muy atractivas pero no son indispensables para todos los asuntos. De hecho, pienso que la video llamada debiera ser administrada con suma cautela, igual que los corticoides o los ansiolíticos porque además de tener desagradables efectos secundarios, produce adicción. ¿Díganme que no tienen sexo por zoom?
¿Qué sí?
Oh…
Durante el confinamiento, como en casi todas las familias, en la mía instituimos la quedada de los viernes por video con variopintos resultados. Independientemente del placer de ver a mis seres más queridos y compartir nuestras angustias y altibajos acabé escapando de la fiesta familiar porque las dificultades técnicas, sumadas a lo que ya traíamos encima me producía tal ansiedad que me bebía una botella de vino yo sola y me fumaba un paquete de lo que fuera. Soy materialmente incapaz de mantener la dignidad en una videoconferencia alcohólica.
Supongo que somos algo excesivos, creo recordar que en nochebuena mi marido conectó con su familia cinco o diez minutos, yo con la mía seis horas…. No obstante, a lo que vamos, detesto esa nueva forma de comunicación sucedánea y sobre todo la detesto porque afea y envejece, ¡sí! Envejece y embrujece.
Soy una profesional y cuido los detalles, pero es agotador. Sitúe uno como quiera el ángulo de la cámara, siempre aparece en la pantalla un rostro distorsionado. Por otra parte, en las llamadas con video las tomas se realizan diabólicamente centradas en la cara por lo que los gestos que hacemos -muecas, tics, etcétera- estarán mucho más ‘focalizados’ que en una reunión presencial donde nos fijamos más en la escena, el entorno… en todo el cuerpo. No lo olviden, en una videoconferencia no se puede gesticular demasiado, cuidado con el “gesto mínimo” con la dirección de los ojos… ¡No sientan!
“Buscar la comodidad es empezar a morir”, esta máxima era estructural para mí antes de la pandemia… Cada vez que he mantenido una videoconferencia profesional, los asistentes han aparecido, desde sus casas, inadecuadamente vestidos, sospechosamente cómodos, si no en ropa deportiva ¡Un espanto! ¿Y saben lo más traumático de todo? Que yo también. Lo dicho, si no podemos mantener nuestros estándares habituales de ética y estética, rechacemos la video llamada.
Hace poco me preparaba para una videoconferencia internacional… un buen vestido, rojo de labios, brushing, manicura (¡Limpié hasta las gafas!)… Un entorno agradable, fresco, minimalista de fondo… y me dispuse a esperar la llamada. A la hora convenida apareció mi cita, abrió dos cuadernos, unas patatas, un sobre de kétchup, otro de mahonesa, unos aros de cebolla, una hamburguesa doble, y después de dar un sonoro sorbo a su refresco, a través de una pajita, dio comienzo la reunión.
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