La columna de Carla de La Lá
Puritanismo en Nueva York
‘And Just Like That’ se entrega obscenamente a los distintos estamentos de poder del siglo XXI.
A ver, no es que las chicas (ejem…) se hayan vuelto unas beatas, pero lo que es indudable es que se han plegado a la mojigatería farisaica del establishment.
SPOILER.
Que sí, que no se me escapa que Carrie y sus amiguis eran cuatro blancas pijas tan normativas como ustedes y yo, pero, con todo y sus cuerpos de gimnasio, y sus almibarados cosmopolitans, en su forma de vivir había algo de rebeldía y un toque de divergencia que enganchaba.
And Just Like That, por el contrario, se entrega obscenamente a los distintos estamentos de poder del siglo XXI, este ridículo templo a la indignación destinado sobre todo a la protección de la sensibilidad del tonto y el envidioso, que verdaderamente comienza tras el covid.
Verán, a mí que disfruté de Sexo en Nueva York, en el 2000, de universitaria, como todo el mundo (hombres y mujeres) que conozco, aunque después lo hayan negado…, me perturbaba el regreso de la serie en formato senior.
Me preguntaba cómo iban a enfocar el argumento, ahora que las circunstancias son otras (ahora que son señoras mayores) y qué discurso iban a compartir con nosotros, ya que con algo de esfuerzo y un poco de suerte podía haber sido sublime, estratosférico, inteligente... una crítica dulce y mordaz del contemporáneo; o quedarse en una fantasía superficial, obtusa, burda, vergonzante, deprimente (toca envejecer, amigues) y antiestética, cuajada de sentimentalismos embarazosos, auto indulgencia de saldo y corrección política. Lo que ha ocurrido.
Pese a sus evidentes gazapos (¿cómo una columnista vive en Manhattan sola y se costea unos Manolos por semana para lucir en los mejores restaurantes del globo, donde se pimpla cuatrocientos cócteles para volver a casa en taxi?) la serie original nos fascinó porque se saltaba alegremente (sobre tacones de aguja) los clichés morales (y estéticos) donde cuatro mujeres solteras o divorciadas, mal que bien independientes, hacían, más o menos, lo que les daba la gana. Y no sólo lo hacían, hablaban de ello. Jamás se había visto en televisión, en una serie comercial y elegante _Sex in the City no tenía ni rastro de ordinariez_ diálogos tan explícitos acerca de los pros y los contras del sexo anal, de orinar en la cara de tu compañero o de lo desinformados que estaban algunos de lo mal que sabe besar a quien te acaba de lamer el polo sur…
La serie ofrecía innegable singularidad moral y estética. Tampoco era muy habitual celebrar la belleza de una mujer con nariz de bruja a través de su estilo (estilazo en este caso).
Desgraciadamente, la vuelta de Bradshaw no ha sabido mantener el espíritu de la historia, que ha pasado de políticamente incorrecta a venderse al pensamiento reinante de manera fría, calculadora y, lo peor, aburrida, por su falta de verosimilitud. ¿Hay tantísima diversidad sexual y racial en cada grupo social?
Si antes recrearon las aventuras de unas mujeres que levantaban tabúes, ahora sin la mejor, Samantha, la serie se ha quedado en un guirigay de inclusividad cursi e impostada (valga la redundancia porque todo lo cursi es impostado, falso y por ello, hortera) donde las bromas, no demasiado inteligentes, marean, aunque menos que los estilismos… (entre la sutileza de la Belleza y el espanto, hay un velo finísimo).
La serie podría ser tan atractiva como entonces si las protagonistas hubieran madurado a lo largo de estos veinte años, como hemos hecho todes, ¡pero no! (tal vez Samantha sí y por eso les ha dejado de hablar).
En la primera escena del primer capítulo se las ve entregadas a la memez más patética del universo (la memez a los cincuenta es muy triste) haciendo chistes zafios sobre semen que dan mucho asquito (hacer chistes de semen con el surco nasogeniano atascado de hialuronico o con el pelo blanco suena como pasar las cinco uñas por una pizarra). Y luego Carrie, con sus mohines de menor de siete años haciendo fotitos de la ropita de la gente para su Instagram…puf…( con la nariz y las orejas más grandes que papá pitufo_y bien que hace en no recauchutarse groseramente como Charlotte).
Charlotte que representaba esa clase de mujer dulce, femenina, ingenua e inteligentemente preciosa, se ha puesto dos preciosas morcillas por labios con los que emite indigestas alocuciones como una máquina de algodón de azúcar hasta dejar a los espectadores derrotados y con las manos en alto. Amigas, no pongan voz de niña, más allá de los veinticinco.
Miranda, que era un ejemplo de valentía, agudeza, sobriedad y buen hacer profesional, se ha convertido en una histriónica borracha, torpe socialmente, agresiva, insensible y lo más irritante (por su falsedad), está a punto de salir del armario o renegar del mundo de los binarios…¡qué pesades!
Confieso que la serie también tiene cosas buenas y que pienso continuar con los sucesivos episodios hasta que acaben (como el que se apresura a terminar con una tableta de chocolate para descansar al fin de su empalagoso influjo).
Lo mejor, sin duda, la muerte de Big, que se hace odioso en el primer capítulo en una escena de sexo masturbatorio, con vaselina_puaj_ en presencia de su menopáusica mujer que casi apago la televisión si no llego a quedar pasmada.
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