Sevilla
Alfonso Díez y sus amigos se enfrentarán a los Alba
«No me dejéis solo», les pidió el viudo. Y todos ellos le arroparán entre lágrimas y suspiros. Un año sin Cayetana, no sé cómo lo hemos resistido. Era mucho el juego que daba informativamente. Por encima de sus cuarenta títulos y once grandezas, hoy repartidos entre la descendencia, y así dejan de ser «los más» en cuanto a número de ducados, marquesados, condados y hasta baronías conformadores de una España que durante cinco siglos fue grande y libre. Las noblezas acumuladas por la Casa dan muestras de leal unidad nacional, bien lo señalan sus títulos. Van desde el galaico condado de Lemos al de Monterrey, de Ribadeo al ancestral condestable de Navarra, de Almenara a Liria o El Carpio.
w sus confidentes
Un año sin Cayetana, cómo pasa el tiempo, aunque da la impresión de que se fue hace siglos. Igual que muchos catalanes ahora distanciados, su parentela también se alejó de los que fueron permanente apoyo como Marta y Pascual Talegón, Mediabía, De la Cámara o Carmen Tello. Siempre cómplices, confidentes comprensivos, con lealtad respetuosa incluso en dislates y refuerzo a sus caprichos nunca entendidos por sus variopintos hijos. Los encabeza Carlos Huéscar, el futuro duque que dio un vuelco acaso necesario al patrimonio incontable y generalmente mal administrado ante la despreocupación de quien no tenía problemas de liquidez. Y si surgían, siempre se apañaba midiendo gastos, como a la hora de almorzar con su «panda» casi fraternal de Sevilla, donde sus comidas nunca subían de 50 euros. Fueron degustadas indistintamente en el desaparecido Tenorio, vecino a la casa de esa Pepita Saltillo que se autodesmarcó del grupo de incondicionales advirtiéndoles de que «lo de Alfonso era una barbaridad». Así enfrió una devoción que permanece más allá de la tumba sita al pie del Cristo de los Gitanos, donde el próximo viernes celebrarán el primer aniversario mortuorio. Lo hacen a mediodía, hora infrecuente para funerales que siempre se celebran mediada la tarde. «Es por compromisos del duque de Huéscar», justifican.
Por fin, él y sus hermanos se verán las caras en el supuesto de que acudan todos los hijos: se cree que puede faltar Siruela y que Eugenia desaparezca bajo el peso de los recuerdos. Cayetano, a través de su secretaria, anuncia que no sabe si para entonces estará restablecido de la reciente operación de estómago. Sí estarán los abnegados que auxiliaron los últimos años de Cayetana: desde la entregada Carmen Tello, que ahora deja el chalé en cuya inauguración soleada estuvo Rajoy, hasta Tere Pickman, con quien la duquesa disfrutaba sus semanas donostiarras; el duque de Segorbe, los Burgos y hasta una docena de gentes que la añoran, lloran y la mantienen en el altar de sus devociones. Por encima de ser quien era, sostienen que era divertida y generosa. Tello y Nati Abascal no olvidan cómo las apoyó cuando una Sevilla servil les dio la espalda al dejar de ser marquesa de Valencina y duquesa de Feria, respectivamente. Se enfrentó a todos. Y se lo devolvieron. Mujer de educación casi prusiana, se levantaba a las siete de la mañana y repasaba las muchas vitrinas llenas de objetos para ver si seguían allí, tenían polvo o estaban descolocados. «Los tenía en la cabeza de manera fotográfica», me asegura Carmen, que fue el bastón permanente durante la invalidez luego operada por el doctor Paco Trujillo.
No sabemos si será encuentro, reencuentro o encontronazo. Tras morir la duquesa, ya los eliminaron en la misa de «corpore insepulto» y Carmen Tello escuchó allí comentarios desfavorables de parientes nada cercanos de la dinastía. Todos recelaban de esta docena que siempre estaba al pie del cañón y posibilitaron la boda póstuma –sólo tres años bien exprimidos– con Alfonso Díez. Es él quien les pide compañía en momentos y situación tan embarazosa. Aunque, como dijo Oscar Wilde y siempre lo repito, «los buenos modales antes que la moral».
De eso va la cita, la imagino soleada pero triste, bajo el Cristo de los Gitanos, cuya imagen desvirtuó el verso de Antonio Machado luego popularizado por Serrat: «Siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar». Cavilan cómo se repartirán en el templo. Idean que será acontecimiento coincidente con las jornadas del Salón del Caballo, donde al día siguiente reconocerán gratitud a Tello y a la Casa de Alba «por 25 años apoyando esta feria». Seguirán gestos, comportamientos, miradas y actitudes.
w nuevo liderazgo
Todo cambió de un año acá. Eugenia, Fernando y Cayetano abandonaron Liria y Dueñas. Huéscar hizo y deshizo. Reafirmó su liderazgo impulsador de otro «modus vivendi» y él se hizo dueño y señor sin apenas contacto con el entorno humano tan protector de su madre. Eugenia tenía tres habitaciones, salón y dos baños, pero en el resto del palacio había otras 35 habitaciones. Se supone que los Huéscar lo necesitarán todo. Coincidirán en la pena igual que el resto de hermanos, donde los tres últimos renovaron dolor y pérdida con la reciente muerte de Margarita Gallarda. Fue la «nany» que crió a este trío, del que siempre destacan la duquesita de Montoro y su hermano Salvatierra, mientras que Fernando va a su aire. Siempre en su sitio, prodiga atenciones y relación con los medios que no se da en sus hermanos: Cayetano parece bipolar y nunca sabes por dónde saldrá y Eugenia, según el amor o el humor que tenga.
Hay el interrogante de si llorarán a coro, aunque hacerlo públicamente no se estila en esa casta poco exteriorizadora de sentimientos. Por eso, la Duquesa muerta supuso una «rara avis» entre la Grandeza. No entendía ni compartía sus castizas actitudes goyescas en el mejor homenaje a sus antepasados, que nunca fue la pretendida «Maja desnuda» que le atribuyeron. La familia está rota, más distanciada que nunca pero reafirmando individualidades y alcurnia imposibles de conocer mientras vivió Cayetana. Descansó y quedaron en paz. Pronostico que el funeral supondrá otro espectáculo.
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