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Arturo Fernández quiere morir trabajando

«No entiendo a los cantantes actuales y no soporto a David Bisbal porque apenas vocaliza», dice el actor

Arturo Fernández quiere morir trabajando
Arturo Fernández quiere morir trabajandolarazon

«No entiendo a los cantantes actuales y no soporto a David Bisbal porque apenas vocaliza», dice el actor.

Arturo Fernández presume de sus 88 años, como bien se pudo comprobar durante el almuerzo que protagonizó en Lucio con la peña IV Poder, que batió récord de asistentes. Signicativo. Acompañado de Carmen Quesada, desde hace 37 años la mujer y hasta cerebro gris de su vida, demostró querencia por los arenques en vinagre, un plato que también es uno de los preferidos de Esperanza Aguirre. Dio repaso a su vida pendiente siempre de la «Alta seducción», un título que vive y con el que llena desde hace treinta años. «Es la comedia, o alta comedia tal decíamos antes, perfecta. La hicieron como nadie Rafael Rivelles o Alberto Closas en los que me fijaba cuando empecé. A mi la Prensa nunca me ayudó».

–Tampoco lo necesitaste...

–Procuré apartar mi vida de lo profesional. Cada cosa en su sitio. No he sido de camarillas ni de salir con compañeros, pero recuerdo con gratitud la ayuda de Carlos Larrañaga cuando vine a hacer «La fiel infantería». No tenía un real ni dónde vivir. Muy generoso, Carlos me metió en su casa «todo el tiempo que lo necesites». En eso también hemos cambiado desde que hace 68 años aterricé en Madrid sin saber a qué dedicarme. Empecé haciendo figuración . Yo pretendía cantar boleros, quería ser un Antonio Machín blanco, pero no funcionó. Eran textos solo para hablar de amor. No entiendo a los cantantes actuales y no soporto a David Bisbal porque apenas vocaliza.

–Te mantienes como ejemplo de elegancia, siempre hecho un pincel. (Doy repaso a su chaqueta de crudo lino azulado, perfecta para el tiempo intermedio. Elegante donde las haya. Carmen combina zapatos de tiras verde y crema con tres cuartos de punto verdoso).

–Es ella la que elige qué ponerme cada día.

Reparo que Arturo ya no enarca la ceja izquierda cual interrogando, eso hacía en sus películas. Era un casi tic endurecedor superado por la comedia.

–En mi época la imagen era muy importante y ahora si veo a alguien mal vestido sé que es actor. Cuando te contrataban más que en el físico preguntaban cuánto vestuario tenías. Era tan fundamental como hablar por derecho. Si nos faltaba una de las prendas –generalmente esmoquin o frac–, la alquilábamos. En Peris podíamos pagar a plazos. Era otro tiempo, ya te digo.

–¿No piensa en dejar de trabajar?

–Disfruto al trabajar. Es más, los días de descanso me aburro que me mato y sigo la política tan revuelta. Rajoy ha progatonizado una gran lección de estadista enfocando muy bien cómo tratar la región –años que no oía esa palabra reemplazada por autonomía– catalana, siempre tan adelantada, moderada y culta. Rajoy es un presidente muy importante. Y lo digo porque jamás he pedido ni me han dado una subvención.

El mismo afán trabajador de Arturo Fernández tiene María Teresa Campos, con las pilas recargadas tras la magnífica audiencia de «Mi casa es la tuya». Logró un 18,2 % de «share» elocuente, representativo y estimulante. Nadie esperaba tal seguimiento de este documental sobre Teresa secundada –ellas decían que tal si fuesen renacidas Florida Chico y Rafaela Aparicio– por Terelu y una Carmen Borrego a quien la cámara quiere. Quedó demostrado ante el repaso que les dio Bertín Osborne, que parecía acomplejado y menos suelto ante el mito Campos. Un resultado de lo más optimista. Así está ella, totalmente recuperada del ictus que tanto inquietó. Reconoció que ya ve perfectamente por los dos ojos, que antes se le triplicaban las imágenes y que está preparada para reaparecer «cuando encuentren algo a mi medida». Es la de siempre: locuaz, comunicadora, divertida en ocasiones y cáustica también en otras. Con camisa amarilla de Moschino –«la compré el otro día y es de la temporada próxima»–, demostró que no es supersticiosa.

«Tengo ansias de volver a trabajar, añoro las cámaras, no sé estar sentada entre doscientas paredes», dice. Y eso que son opulentas tal y como reflejó su mansión el documental de casi tres horas que amplía, completa y remata los especiales que se le dedicaron hace meses. Es total, hasta profunda cuando habla del feminismo, en lo que ella fue adelantada cuando aquí no lo defendía nadie considerándolo «cosas de mujeres». Esta exhibición de carácter, temperamento y profesionalidad tuvo el contrapunto casi cómico de sus hijas reconvertidas en cocineras, algo que «aprendimos de la abuela». Una faceta inédita de quien ofrece tanta carnaza televisiva.

«Necesito volver», me dijo la mañana siguiente cuando la felicité por el óptimo resultado del programa de Bertín, toda una inyección de vitalidad donde tuvo la elegancia de que no apareciese Bigote Arrocet, que a sus 67 sigue enamorándola desde hace ya cuatro años. «Nosotras nunca opinamos sobre ese amor porque mamá tampoco interviene en los nuestros», dicen sus hijas.