Andalucía
Doña Ana adoraba a Melanie Griffith
La madre de Antonio Banderas, que falleció el pasado domingo en Málaga, tenía una simpatía natural similar a la de la actriz estadounidense y de la que carece la actual pareja del intérprete.
La madre de Antonio Banderas, que falleció el pasado domingo en Málaga, tenía una simpatía natural similar a la de la actriz estadounidense y de la que carece la actual pareja del intérprete.
Doña Ana era la mayor fan de su hijo Antonio Banderas y los últimos años yo siempre le pedía el parte cuando coincidíamos en los veranos marbelleros. Vivía magníficamente, sin alardes, pero cómodamente protegida por la internacionalidad del malagueño, que empezó haciendo teatro clásico con una compañía semi-amateur que creó la ex esposa de Edgar Neville. Orgullosa del éxito posterior tras ser aupado al teatro María Guerrero –entonces lo máximo para un actor– por el rendido Lluís Pasqual. No se sabe si admiraba su físico tan mediterráneo o la entonces incipiente calidad interpretativa. Debió de ser lo primero y doña Ana siempre llevaba encima fotos «de José Antonio» –que así lo llamaba, con el nombre de pila luego abreviado artísticamente– luciendo rotundas pantorrillas en plan romano.
El más internacional de nuestros actores actuales, ya más de carácter que atractivo galán, pudo acompañarla en sus últimos momentos porque rueda en Málaga la biografía de Picasso. El reto más importante de su carrera, un tanto opacada en Hollywood, que nunca perdonó su divorcio de Melanie Griffith, perteneciente a uno de los grandes clanes de la meca cinematográfica. Fue adorada por su suegra, que por la enfermedad apenas conoció a Nicole Kimpel.
«¿Cómo va tu madre?», era mi repetida pregunta porque siempre fue atenta o casi cómplice de la Prensa. Tenía una simpatía natural similar a la de Melanie, cualidad de la que carece Nicole. Ambas conquistaron a los medios y juntas se las veía compenetradas aupando al actor, hoy tan dolorido como su hermano Javier, que ningún agosto falta a la regata mallorquina Copa del Rey y coincidía desayunando en el Club Náutico con un relajado Don Juan Carlos, cuya presencia y apoyo realzaba aquello, sobre todo, en sus primeras 25 ediciones, entonces llamado Trofeo Agua Brava, animado por Enrique Puig. Pasando de los rumores de engaños, el monarca siempre se interesaba por los avances del entonces tan solo sólido galán. Antonio a veces se dejaba caer y hasta subía al barco fraterno uniéndose a la tripulación.
Doña Ana era muy admirada en Málaga, donde ejerció de maestra «a la antigua usanza», una especie de madre tutelando desde el aula. Ella le inculcó la devoción por la Virgen de Lágrimas y Favores, cuyo trono procesional empuja Antonio cada Semana Santa. Nunca deja de hacerlo, tal Rocío Jurado cumplía con la Virgen del Regla por alejada que estuviera de su tierra. Curioso destino que ofrece al actor el mejor personaje de su carrera. Todos la lloran y no faltó desde Los Ángeles una llamada de apoyo de Melanie.
«Mi madre nunca quiso que fuera actor, pero no pudo con mi vocación. Sin embargo, me hizo un doble bolsillo en todos los pantalones para que no me robasen las ganancias, ¡pobre!», recordó el actor conmovido en momento tan doloroso. Solo quien perdió a su madre sabe lo que es. Fiel a una costumbre, ya no tradición funeraria mantenida en Andalucía, los hermanos vistieron luto riguroso, igual que su hija Stella del Carmen para despedir lo que más querían. Un amor de señora, simpática y dicharachera, que en todos dejó huella.
Fue comentario predominante en el desfile que la alcaldesa Carmena presidió excepcionalmente en la suntuosa pero acogedora Embajada de Francia. No suele acudir a tales saraos y lo hizo raramente acompañada de su marido, Eduardo Leira. Tiene origen gallego porque en gallego «leira» es huerta o terreno de cultivo.
«La primera generación de Leiras fue mi bisabuelo», me informó oyendo los comentarios sobre el estupendo físico de la alcaldesa, deformado televisivamente. Vestida de negro bajo un abrigo de cuello avolantado contrastando con luminosas cuatro filas de perlas. Se veía su calidad y la perfección del oriente, montadas en degradé. Junto a Teria Yabar, estrenando «lifting» del que presumía, y la adelgazada figura de Loles León, en estilización radiante por su éxito en «La que se avecina», una serie donde destaca por encima de todos, en la línea inolvidable que cultivó el trío Emma Penella, Gemma Cuervo y Mariví Bilbao. Loles cultiva el tono entre castizo y desgarrado que hizo famosas a Florinda Chico y Rafaela Aparicio. Ahora «se come» al entorno actoral copando la atención. Lo reconocía Lucía Dominguín, que bajó desde Segovia para ver el reciclaje hecho por Manu Fernández con prendas en desuso cedidas por treinta populares. Merecen más de un pase. Todas atrevidas, lo mismo combinando el abrigo amarillo de Geraldine Chaplin que la sudadera con capucha de Amaia Salamanca, otra en estado de gracia; el kimono amarillo de Rosario Flores, al que aplicaron una foto de su abuela Lola; el traje negro con capelina de Bibiana o el donado con cuello de lentejuelas por Loles León. Destacaron los atrevidos tocados, uno con dorada Torre Eiffel semi-inclinada. Diseños que merecerían perpetuarse o ser mostrados en Cibeles o pasarela similar, tal sugirió la siempre interesante Pastora Vega. Carmena tiene la palabra.
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