Moda
El poder del estilo
Podría hablarles del Toro de la Vega o de la importancia de los símbolos por la polémica surgida a raíz de las esteladas en el encuentro de la final de la Copa del Rey, de la misma forma que se prohíbe exhibir banderas no constitucionales con una ideología en contra de lo establecido, como la esvástica. Pero me aburre soberanamente. Prefiero hablar de las mujeres que para mí y para varias generaciones han sido un símbolo de estilo y poderío por su personalidad y elegancia, que nada tienen que ver con la belleza, aunque, para qué negarlo, ésta siempre ayuda. Hace casi 2400 años, Aristóteles concluía que la razón por la que queríamos ser más guapas, tener más dinero, una familia feliz, etcétera, era que nos creíamos que obteniendo estas preciadas posesiones íbamos a ser más felices. Éstas no eran un fin en sí mismas, sino un medio para conseguir un fin.
Hoy, en el mundo de la belleza y la moda creo que hay cierta confusión. Parece que la legitimidad del éxito y la belleza se mide en «likes» de Instagram. Existe una auténtica invasión de «instagirls» fotografiándose con un postureo continuo y mostrando su intimidad hasta lo más inverosímil, como el trasero «en pompa» de una colaboradora muy conocida de televisión para conseguir más «likes» y más seguidores. Pero también tenemos iconos de la moda, como Kate Moss, que ni siquiera tienen Instagram. En esta controversia, he decidido alinearme con mis iconos de toda la vida, con esas mujeres intemporales y de una elegancia sublime que sobreviven a las modas y los tiempos, como la duquesa de Windsor, Pauline de Rotchschild, Diana Vreeland, Jackie Kennedy, Babe Paley, Grace Kelly o Gloria Guinness. Mujeres de una época prodigiosa que va de los años cuarenta a los setenta. Estas mujeres, sin necesidad de la masificación de las redes sociales, marcaban un impacto en las mujeres de todo el mundo. Sus vidas estaban marcadas por la búsqueda de la perfección y la excelencia hasta el punto de que Babe Paley, considerada la mujer más elegante del mundo, planeó su propio funeral y el «lunch» que se daría a continuación. Organizó dos menús, uno en caso de morir en verano, y otro, en invierno; los dos, por supuesto, exquisitos y sofisticados. La duquesa de Windsor solía decir: «Mi vida es una vida corriente, que yo supe convertir en extraordinaria...». Tenían algo en común a parte de su elegancia: una delgadez sutil no cincelada a golpe de gimnasio, pero que era un denominador común en ellas, supongo que por su contención a la hora de alimentarse.
Al contrario de lo que sucede ahora, rodeaban su vida de un halo de misterio. Sería inviable verlas haciéndose fotos comiendo, besándose, mostrando su enorme tripón de embarazadas o poniendo caras extrañas sacando la lengua. Nada tan horrible y vulgar como enseñar la lengua. ¿Por qué en una época donde la moda y la educación es más accesible que nunca vivimos rodeados de tanta vulgaridad? Algo tan habitual como viajar era un acto elegante con preciosas maletas y ropa cómoda, pero adecuada. Ahora que se acerca el verano puede convertirse en el feísmo máximo con personas dentro de la cabina de un avión en short y tirantes.
Mi semana ha sido de mucho trabajo. El sábado visité Santander y me reuní con un grupo de blogueras de moda y belleza en la tienda de Top Queens, de la que soy embajadora. Charlamos de actualidad, de la vida y me quedé asombrada de los vestidos y bolsos tan bonitos que se pueden comprar por 25 euros. También ha habido tardes de toros, afición heredada de mi padre a la que no renunciaré por mucho que me insulten. Hoy me bajo al sur. Necesito sol y mar... Les aconsejo una luminosa sonrisa durante el fin de semana. Serán más felices.
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