Famosos

¿Existe la pareja perfecta para Mar Flores?

Seis días después de que la modelo anunciara la ruptura con el millonario mexicano se les ha visto nuevamente acaramelados, esta vez en la Costa Azul francesa, a bordo de un yate.

Elías Sacal y Mar Flores
Elías Sacal y Mar Floreslarazon

Seis días después de que la modelo anunciara la ruptura con el millonario mexicano se les ha visto nuevamente acaramelados, esta vez en la Costa Azul francesa, a bordo de un yate.

Mar Flores es lo más parecido a un donjuán con faldas. Primero perdió el sentido por el televisivo Bertín Osborne, que en seguida se hartó de ella, pero más calculado y mediático resultó su «affaire» con el conde de Salvatierra. Como el tenorio rompecorazones, a las cabañas bajó y a los palacios subió. Por ejemplo, junto al sevillano de Dueñas, cuando la imponente boda catedralicia –un privilegio que luego negaron al nuevo duque de Feria– de Eugenia Martínez de Irujo y el torero Fran Rivera, que le salió rana. Ayer se retiró en Las Ventas –donde fue despedido con una interminable pitada–, aunque anteanoche estuvo con su mujer, la diseñadora Lourdes Montes, en la fiesta organizada por Cari Lapique, decidida a relanzar su agencia Nuba «especializada en viajes exclusivos». Acudió a la Casa de Velázquez, y allí lo vieron, con un blazer azul anodino y un pantalón color crema, pasmados de que «horas antes de torear en Madrid anduviera de fiesta». Incomprensible para los más puristas. No le quitaron ojo desde la encantadora Tamarita Falcó, con pijama enramado en verdes, a la imponente Raquel Revuelta, ceñida en negro, aunque era una tarde de 34 grados o más en Madrid, y hasta el emprendedor Luis Medina, que en nada se parece al empaque de mamá Nati Abascal.

Mar también pisó el romano palacio de Torlonia cuando se lió con Alessandro Lequio, que era nieto de la Infanta Beatriz, tía de Don Juan Carlos, propietaria de la regia residencia hoy de apartamentos al lado de la comercial Vía Condotti. Allí les hicieron las fotos del escándalo, ambos regocijados en la cama, pasando de otro objetivo que el de gozar. Lequio llegó a confesarme que «nada cobré ni tuve que ver con ese reportaje aunque sí colaboré con Miguel Temprano cuando nos pilló –¿pero, no estaban de acuerdo?–saliendo del alojamiento». La revista «Interviú» pagó 40 millones de aquellas pesetas y un abogado ofreció cien –¡de los de entonces!– para que no se publicaran. Una puñalada trapera a Fernando Fernández Tapias, que la había encumbrado «a pesar de ser muy aburrido», tal y como ella contaba a sus amigos a espaldas del empresario. Hoy su esposa Nuria González no piensa lo mismo y son muy felices.

La modelo se casó con Carlo Constanza di Castiglione, su primer marido, en 1992, vestida por Christian Lacroix, y con él tuvo su primer hijo, Carlo. La pareja se rompió cuatro años después, cuando ella le abandonó una madrugada llevándose al niño en brazos. ¡De culebrón! Tanto, que Mar, tras numerosos episodios de celos por parte de ambos, llegó a hablar de malos tratos, que casi la tira por la terraza. Sólo al principio ella presumía de príncipe italiano, pero éste no llegó a pasearla en salones de tanto pedigrí como ella esperaba. Ni lo intentó, pretendiendo desfilar en las pasarelas españolas y adicto a las juergas de Joy Eslava. Vana pretensión porque, aunque de porte distinguido y arrogante, no daba la talla. El sí era «aburrido», pero Mar ni lo notó, supuestamente arrobada por los encantos y la labia del italiano.

Colada en Sevilla

Luego vendría Lequio, bastante menos peludo que ahora. El conde la cegó, dicho y demostrado está. Le seguiría Cayetano Martínez de Irujo, que provocó furiosas críticas cuando, bajo una mantilla azul inédita en semejantes ceremonias, la coló contra viento, marea y desdén en la boda sevillana de la condesita de Montoro. Cayetana de Alba tragó con la antiprotocolaria imposición de su hijo, aunque los invitados, estupefactos desde su Grandeza de España, le hicieron el vacío aún reconociendo lo vistosa que era. No duraron mucho y cuando el aristócrata enfermó, ella generosa, agradecida o añorante, lo veló y hasta pagó los gastos médicos. «Estaba muy traumatizado por su madre», reconoció ella casi ofendiéndolo. Lequio la marcó y descolocó socialmente, algo que el empresario vigués Fernández Tapias intentó remediar dándole lujos, como un apabullante abrigo de martas cibelinas que producía infartos a las de «toda la vida». La codeó con íntimos como Alberto Ruiz Gallardón o José María Álvarez del Manzano, ante los que ella bostezaba.

Probó suerte televisiva, otra de sus obsesiones, sin éxito en «Vip Corazón», sustituyendo sin ninguna gracia a una jovencísima Belén Rueda, que ahí sigue y triunfando cada vez más. Y gracias a la protección de un político, que toda Valencia, tan liberal con los excesos –de aquellos polvos esos lodos–, conocía. Logró tener un programa propio en el Canal Nou de nuestros excesos y sus pecados. En «Tómbola» nos prohibieron nombrarla, vade retro. Esa tele parecía un refugio pecatorum y desde las alturas lo mismo colocaron a Mar que luego a Bárbara Rey, más dotada para el arte y los encantos reales que desaprovechó.

Durante cuatro temporadas Mar Flores hizo durante cuarenta minutos la sobremesa presentando un latoso «La música te da la pista». Era buena manera de, pagando el pueblo, mantenerla, como a Bárbara, distanciadas de la Villa y Corte, donde por lo visto atemorizaban. Entonces la representaba su cuñado, el hoy colocadísimo y temido Kiko Matamoros, entonces casi un justiciero. Con Bárbara se repitió el caso y hasta llegaron a vetar su intervención en un «Tómbola» por órdenes superiores. Ella no se acobardó, al contrario, se sentó en el vestíbulo y con el tiempo la compensaron dándole un espacio diario. Así funcionaba aquello y para aparentar honestidad se cargaron «Tómbola» –una espinita que llevo clavada en el corazón– por «impropia de una cadena pública», aunque vendida a Telemadrid pagaba sus servicios informativos. Se necesita cinismo. Entonces Kiko se limitaba a cuidarla y orientarla. Recibió mal pago, lo que generó sus constantes críticas actuales. Limpiaba su imagen ya mancillada, pero no consiguió romper su amistad profesional con la ex Miss Sofía Mazagatos, con la que llegó a montar una agencia de modelos. O así la vendían, con dinero de ya saben quién. Casi la echó en brazos de Lequio cuando tras un desfile coruñés de la peletera Olga Ríos, en el hotel Riazor, a pie de Atlántico, disfrutaron su primera noche ardiente juntos. Yo los descubrí al coincidir con ellos en el ascensor morreándose. Olí rápidamente la tostada. Luego pasó lo que pasó, el caliente viaje romano y la publicada afrenta al gallego que le pagaba todo. Lequio pudo más que el dinero, así de loco y hermoso es el amor. El italiano primo segundo de Don Juan Carlos acabó harto de ella. Al fin y al cabo, no tenía mundología y todo era fachada.

Sacal, de ida y vuelta

Lo vital es mostrar, enseñar, pasear y epatarlos con el último de la fila, como ahora lo es el mexicano de ida y vuelta, parece que recuperado, Elías Sacal. De él sabemos, por lo que ella exhibe en sus redes sociales, que la lleva de un lado al otro del mundo con su avión privado: del hotel Four Seasons de París a esquiar en Aspen (Estados Unidos), pasando por almuerzos en el Cipriani de Nueva York o en Horcher con sus conocidos de Madrid para presentarles a su pareja. Seis días han bastado desde la confirmación por parte de Mar de la ruptura para volver a verla con el millonario mexicano, de escapada por la Costa Azul francesa, a bordo de un yate y sonriendo para los selfies mientras los rayos del sol le hacen sentir todo lo bueno que tiene la vida. Nadie se imagina, a pesar de su enorme fortuna, a Sacal como punto final a su incansable y eterna búsqueda de amor del bueno. Ser multimillonario a veces no basta, bien lo supo el tan entregado y engañado Fefé.