Familia
Isabel Preysler y Ana Boyer prohíben a Tamara que hable de ellas
Pese al veto de su madre y hermana, la pequeña Falcó, cuya naturalidad y espontaneidad se han ganado a todo el mundo, es incapaz de dejar pregunta. sin respuesta
Pese al veto de su madre y hermana, la pequeña Falcó, cuya naturalidad y espontaneidad se han ganado a todo el mundo, es incapaz de dejar pregunta
sin respuesta
Arrebata, conquista y cautiva hasta provocar aplausos por cómo lo dice. Tamara resulta increíble, siempre supone un goce para la Prensa, que, regocijada, hasta le aplaude respuestas nada premeditadas. Es una curiosa mezcla de ingenuidad, ternura y buenas maneras. Algo ya inexistente en el manido espectro de nuestras populares, que no tienen su don: pienso en cómo Amaia Salamanca rehúye preguntas escabrosas –tal le parecen– o la brusca manera de Maribel Verdú, siempre áspera y escurridiza para que no le recuerden sus primeros tiempos aupada sentimentalmente por un director al que volvió tarumba. Son celosas o miedosas de una intimidad que pertenece al público. Será cuestión de educación y seguridad lo de esta Tamara Falcó, que encandiló, reconquista y arrebató en algo tan prosaico como amadrinar unas nuevas cremas de Hawaiian Tropic, marca bronceadora internacional donde las haya. Con ella no hay manera de quemarse y bien escogieron a Tamara, la adorada por los cincuenta periodistas presentes en este bautismo. Vistió larga túnica de Chloé, quizá excesiva para cita tan mañanera, aunque lo justificó sin cortarse un pelo:
–Veo que me engorda, pero me encantó cuando la vi caminar.
–¿A la túnica?
–No, hombre, la llevaba una modelo. La escogí y veo que no favorece mucho, pero es que su multiplisado colorista me recuerda el arco íris. Yo lo adoro desde que Dios dijo que no mandaría otro diluvio castigador y lo creó. Es muy esperanzador. Me encanta.
Entró a todo trapo, no desdeñó cuestiones íntimas o familiares.
–Mi hermana Ana y mi madre me han prohibido que hable de ellas. Ya veis. ¿Cómo no voy a hacerlo si me preguntáis? Estoy aquí para responder. Me traumatizó mucho que, a los seis meses justos de morir «tito Miguel», con el que me llevaba de cine, mi hermana dejase la casa y mi madre empezara con Vargas Llosa. Fue impactante. Pero están felicísimas. Eso es lo que valoro. Mario es un ser encantador y me gusta mucho su suavidad de peruano.
–Que se junta con la de tu madre, filipina de pro.
–Yo sólo quiero que sean felices.
–¿Y tú sola y sin compromiso?
–No le gusto a los que me gustan. Sus razones tendrán.
Kike Solís está olvidado como un traspiés, al que lanzó socialmente en Madrid. Tamara fue buena tarjeta apadrinadora, acaso aprovechada. Volvemos a la túnica.
–Comprobé que me engorda un poco, aunque es que además he ganado unos cuatro kilos. Tengo que cuidarme para no hincharme, pero es que la cocinera de mami lo hace fenomenal y me estimula. «Toma, toma, llévate estos sandwiches para la merienda». Dice cosas así y, claro, debo frenarme.
–¿Qué piensas del nuevo amor de tu padre?
–Lo veo feliz. Aunque no creo que tenga más hijos. Bueno, es lo que pienso, nunca se sabe. No entiendo bien qué es una pareja de hecho.
Y, con las elecciones en el punto de mira...
–Todos los políticos nos han decepcionado, así que no tengo uno preferido. De Pablo Iglesias hay dos cosas que me gustan–, dijo creando expectación por si estábamos ante una fan podemita. Espejismo.
–De Pablo me gusta su apellido, Iglesias, como el tito Julio, ahora renqueante por Rumanía con Julio José, y la coleta.
Aclararlo extendió un respiro tranquilizador.
–¿Sorprendida de que Ana y tú, ella de imagen tan poco playera, «vendáis» productos veraniegos como las chanclas de Ipanema y las cremas?
–Ellos sabrán por qué. A mí me aburre muchísimo tomar el sol durante horas. Prefiero hacerlo a las 9 de la mañana con las piernas bien untadas. Me molesta estar pringosa. Suelo tostarme yendo en barco o caminando. Moustique es mi playa preferida y te cuento que yendo con mami nos pasó en México. Viajamos desde Miami buscando mejor sol y llovió todos los días. Regresamos completamente blancas y eso nos partió de risa. Con mami me llevo muy bien cuando nos vamos juntas.
–¿Bikini o traje entero?
–Depende del momento o dónde estés.
–¿Top-less?
–No, me resulta incómodo, me veo fatal. ¡Aunque lo he probado... ante el espejo!
Todo dicho con un sentido del humor muy comunicativo. Cautiva con su desconcertante postura tan natural y chic.
–¿Que te pareció tu madre dándole al tango en Buenos Aires?
–Preciosa. Pero fue una trampa que les tendieron.
–¿A estas alturas, Tamara? Cuesta creerlo.
–Pues fue así. Los invitaron a cenar a un sitio de tango, les pidieron la foto como recuerdo para el local y fue portada del «¡Hola!» argentino. Mami me encanta con esos taconazos y tan guapa. Y Mario con el sombrero, que ella nunca usa porque le aplasta la melena. Mami me dijo que hasta le colocaron la pierna para que todo resultase exacto.
–Ana afirmó en «Vanity Fair» que para ella eras todo un icono...
–Qué va a decir, con lo que me quiere... Es mi hermana.
No prohibió, esquivó ni eludió cuestión alguna. Respondió encandilando, todo bien remarcado. Parezco el presidente de su club de fans, algo con lo que siempre bromeamos. Ella me acercó a la más difícil y seca, Ana Boyer, con la que ahora comparte promoción. La una émula –qué difícil– de Giselle Bundchen, promocionando «hawaianas» de caminar sensual; y la otra, la ya inclasificable Tamara, untándose cremas. Con ellas es fácil ponerse negro, cosa difícil con la jovial Tamara, claro ejemplo de cómo comportarse tal otras no lo hacen. Envidiable.
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