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Jesús Gil: El día en que se encontró con Torrente
Nos fascina Trump y Tony Soprano, pero en España tuvimos un híbrido: presidente del Atlético de Madrid y candidato al Gobierno, alcalde y empresario, dos veces indultado y muchas más imputado. De estilo casposo y gangsteril, racista, machista, y tal y tal. Un libro cuenta su historia «imperiosa»
Nos fascina Trump y Tony Soprano, pero en España tuvimos un híbrido: presidente del Atlético de Madrid y candidato al Gobierno, alcalde y empresario, dos veces indultado y muchas más imputado. De estilo casposo y gangsteril, racista, machista, y tal y tal. Un libro cuenta su historia «imperiosa».
La vida de Jesús Gil es tan alucinante que no nos la creeríamos en una película. He aquí el hombre que fue indultado dos veces (una vez en el franquismo y otra por un gobierno socialista), pisó cinco cárceles (repitió en Segovia) y construyó un personaje que le devoró. Mientras tanto, fue alcalde de Marbella y constituyó un partido político sin más ideología que su apellido (en esto y en los chándales se parecía a Maduro pero cuando abría la boca era más Donald Trump), aunque luego reveló que su razón de ser era la corrupción institucionalizada. En realidad, a Trump, a Maduro y a Berlusconi se parecía en que también ganó elecciones. Así que no señalen con el dedo al biografiado. «Salvaje. La imperiosa historia de Jesús Gil y Gil» (Contra) nos acerca a esta leyenda cañí.
Castelló, periodista de la Agencia Efe y de «As», fue socio atlético y presenció el gilismo desde la barrera crítica. «Pero me prometí a mí mismo contar lo que hay, volver a documentarme. Y lo que encontré es un genio del cambalache, un volcán en sí mismo, un fenicio moderno que conseguía lo que quería sin pensar en los daños colaterales. Y por la noche dormía a pierna suelta», dice el autor del libro, que hace una excepción. Fue en la tragedia de Los Ángeles de San Rafael, (Segovia), donde por culpa de su voracidad inmobiliaria se hundió un comedor y fallecieron 58 personas. «Eso le pesó más de lo que nunca se ha contado», dice Castelló. Puede que sí, pero el menú que ese día se iba a servir se revendió antes de malograrse, con Gil camino del calabozo. Ese fue el rito inciático de este empresario, con un pie en el franquismo, el otro en la democracia y las manos llenas de billetes. Franco, a instancia de Carrero Blanco, firmó su indulto.
A Gil el fútbol le traía sin cuidado (era, en todo caso, hincha del Athletic de Bilbao), pero vio en él la oportunidad de llevar a cabo un plan. «Siempre supo que el negocio era el sector inmobiliario y su plan era llegar a alcalde de Marbella o de donde fuera, y luego ya se vería», dice Castelló. En una jugada de tahúr que involucra a Mario Conde (otro icono) se hizo con el control del Atlético de Madrid y, aunque la Audiencia Nacional (2003) le condenó junto a su hijo por apropiación indebida y estafa, los hechos estaban prescritos. Ese fue el pecado original, el gilismo y tal y tal. «Que se mueran todos aquellos a los que les jode que yo sea rico, y el Atlético, líder», dijo poco después. Pero bueno, para equilibrar, también le deseó la muerte a sus propios jugadores y amenazó con ametrallarles. «Al negro le corto el cuello. Me cago en la puta madre que parió al negro» (dijo de su jugador, «Tren» Valencia) y a Klinsmann no lo fichó porque decía que «perdía aceite». La narración de las vicisitudes deportivas del club está plasmada, año por año, pero la gran aportación de Gil y Gil fue teórica.
Franco y el Che
Por ejemplo: «Mis ídolos son Franco, Jesús y el Che Guevara», decía no en vano, pues afirmaba de sí mismo que podía «ser comunista a las nueve de la mañana, a las diez socialista y a las once de derechas». Con esos mimbres y con otra certeza fundó el Grupo Independiente Liberal (G.I.L): «El hormigón tarda en fraguar sesenta días, una sentencia en España, diez años». Y es que Gil no era en absoluto racista en lo tocante a planes de urbanismo porque anunció: «Me da igual que las zonas sean verdes, azules o amarillas». Él solo le consultaba al espejo y, sin embargo, cuando quería, era estricto. Su primera medida como alcalde de Marbella, el 26 de junio de 1991, fue derribar con excavadoras la vivienda de su predecesor, el socialista Francisco Parra, porque «estaba fuera de la ordenación vial». Un grupo punk de Sevilla le compuso una canción: «Marbella y la bestia». ¿Cómo no iba a enamorarse Santiago Segura de este proceder para su «Torrente»? Gil le invitó a comer, «para no quedar retratado sino integrado digamos que en la broma», cuenta Castelló. Segura no enseñó sus cartas y se fue decepcionado: «No sabe nada del Atleti», se quejó.
«Si yo ya soy rico, no vengo a robar. Si tengo 300 millones se los doy a la gente», proclamó. Y es que Gil era un caso único. O más bien varios, como el Caso Camisetas, el Caso Eventos, el Caso Atlético, el Caso Van Doorn y Caso Negritos, el Caso Facturas Falsas o Caso Minutas, el Caso Saqueo 1, Saqueo 2 o Tribunal de Cuentas, el Caso Jinete, el Caso Sermosa, el Caso Ceuta y el paquidérmico Caso Malaya, esos en los que salía su nombre. Concurrió a las elecciones generales en 2000. «Somos el nuevo amor de España», proclamó. Pero por suerte ese partido también lo perdió. Dejó una huella en la cultura popular, una inspiración para «Huevos de oro», dúos con Benny Hill, el jacuzzi, su caballo Imperioso y demás glorias de Telecinco. Los que no dejó en su testamento es mucha herencia: sólo 845 euros. Ese iba a ser su truco final, pero no exactamente: la justicia condenó a sus herederos a devolver 81,01 millones de euros.
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