Podemos
«Kichi», el catequista converso
El alcaldable, pareja de la «podemita» Teresa Rodríguez, no suele hablar de su pasado como catequista, miembro de las Juventudes Obreras Cristianas y «boy scout».
El mote en Cádiz es algo habitual, incluso entre los próceres políticos. Veinte años de mayorías absolutas no han bastado para que a Teófila Martínez dejen de llamarla «la Rubia» o para que los letristas del Carnaval hayan usado su apócope hasta la saciedad: «Teo, Teo, Teo, hasta el nombre lo tienes feo», cantaba el Libi, uno de los autores más corrosivos. A José María González, alcaldable de la Tacita de Plata tras encabezar la segunda lista más votada en las pasadas municipales (ganó el PP, que nadie lo olvide), todo el mundo lo conoce como Kichi. Hasta el punto de que, en los últimos días son muchos los que le dice «Hello Kichi» –en referencia a los dibujos animados «Hello Kitty»– a modo de saludo. Un periodista local le preguntó si lo mantendría en el caso de sentarse en el sillón de Fermín Salvochea y él respondió que le gustaría, que desde pequeño lo llamaban así y que se siente muy orgulloso. No hay nada extraño: en la provincia hay todo un consejero de Junta de Andalucía, Manuel Jiménez Barrios, a quien todos llaman Chiqui en Chiclana de la Frontera, el pueblo del que fue alcalde.
Desde que comenzó la campaña, sin embargo, los asesores de la lista (para nada) independiente «Por Cádiz sí se puede» fueron eliminando de las notas de prensa el apelativo Kichi, y tampoco apareció en la cartelería. Tiene un origen simple, como todos los apodos. Al pequeño José María lo llamaba su madre «mi niño kichitito» y Kichi se quedó cuando la familia González volvió de Rotterdam (Holanda), donde el primogénito de la familia nació circunstancialmente porque su padre, metalúrgico, había ido a buscarse la vida al puerto con más tráfico de Europa. El origen obrero no es en su caso una construcción, como sucede frecuentemente con las biografías maquilladas de muchos líderes izquierdistas que ocultan sus orígenes acomodados. Su hermana Noelia. De hecho, es una de las miles de jóvenes que han tenido que salir de una provincia con un paro juvenil cercano al setenta por ciento.
Otra cosa es que sea cierto –este periodista no ha encontrado testimonio de ello– que Kichi se ganase sus primeras pesetas en el mismo tajo portuario en el que curraba su padre. Su biografía oficial asegura que descargaba pescado. Un veterano de la lonja gaditana con muchos trienios de guasa a sus espaldas dice que no lo recuerda: «A lo mejor vino un día, o ninguno».
Lo cierto es que Kichi, de quien todo Cádiz habla hoy como si lo conociera de toda la vida, fue hasta hace dos meses un hombre gris. Si alguien tenía noción de su existencia, era porque forma parte de la comparsa de Antonio Bienvenido, aunque incluso en esta agrupación (cuyos componentes se caracterizan por sus ínfulas artísticas, frente a los crápulas de los coros y los humoristas de las chirigotas) se mantenía en un segundo plano. Literalmente, porque su voz de contralto lo ubica en una esquina de la formación o emparedado entre los tenores y los guitarristas, que son quienes firman los autógrafos. Cuando la marca blanca de Podemos lo eligió candidato a la alcaldía de Cádiz, tampoco refulgió el nombre de González por sí mismo, sino como pareja de Teresa Rodríguez, la bella e influyente lideresa regional de la formación antisistema.
De hecho, su primera aparición pública fue en un mitin de su amada, cuando entonó junto a ella «La murga de los currelantes». A medida que transcurría la campaña de las municipales, no obstante, a Kichi empezaba a vérselo más suelto. Durante la noche electoral no parecía dispuesto a hacer declaraciones y se limitó a leer un comunicado sin admitir preguntas pero ya dejó un detalle de coquetería: fue a votar ataviado con un polo con huellas de haber mantenido una larguísima relación con la lavadora pero se cambió para comparecer, tras conocerse los resultados, con una camisa blanca impoluta. Quizá un símbolo, porque ha pedido a los empleados municipales que guarden cualquier documento que consideren importante, ya que quiere hacer limpieza en el Ayuntamiento y dejarlo como una patena. O como esa camisa.
Cuando no está «de servicio», Kichi se sigue dejando ver por los bares de siempre y con su gente, aunque desde que lo nombraron candidato se muestra mucho más comedido. También ha cambiado la manera de vestir cuando sabe que habrá cámaras delante: era habitual de las camisetas y la ropa cómoda, pero empieza a lucir cada vez más camisas aunque no ha renunciado, de momento, al pendiente. Su universo, desde niño, consiste en unas cuantas calles entre los barrios de La Viña, el más castizo de Cádiz, y de San Lorenzo. Hizo la Primera Comunión en la parroquia La Pastora, a la que ha estado vinculado con participación en causas sociales y grupos de convivencia, como los Boy Scouts. Luego formó parte de las Juventudes Obreras Cristianas, donde tuvo su primer acercamiento al Carnaval, con una chirigota que actuaba en las fiestas de la iglesia. Ya para entonces era inseparable de varios de sus compañeros actuales de la comparsa. Amigos desde la infancia como el cantaor David Palomar, que dejó el Carnaval hace unos años para centrarse en su carrera artística. Este tránsito desde el catolicismo al activismo social era frecuente hace medio siglo, al albur del movimiento de los curas obreros, pero no tanto ahora. Por eso Kichi se guarda de comentarlo entre sus cuates de Izquierda Anticapitalista, a los que, a lo peor, también oculta que fue catequista con los hermanos de La Salle.
Licenciado en Historia y profesor de secundaria, el Kichi contestatario emergió hace unos años, con la irrupción de la marea verde en defensa de la enseñanza pública, fruto de lo cual se ganó la bicoca de dejar la tiza para holgar como liderado del sindicato sectorial Ustea. Fue llamativa su participación en una de estas protestas, en la que entregó un pepino a la delegada de Educación, Cristina Saucedo, mientras él iba vestido como un presentador de televisión, traje de chaqueta incluido. La razón del pepinazo, este escrache hortofrutícola, permanece inexplicada.
En ese contexto de euforia reivindicativa, conoció a Teresa Rodríguez, también profesora y también asidua a las algaradas con trasfondo sociopolítico. El amor brotó enseguida, para lo que no fue obstáculo el segundo embarazo de la esposa de Kichi, pues éste abandonó el hogar conyugal a las pocas semanas de ser padre por segunda vez. Hoy vive con la portavoz parlamentaria de Podemos en un modesto piso de alquiler de setenta metros cuadrados. Nunca ha ocultado su relación con Teresa, una mujer de bandera que no merece ser escondida, ni mucho menos. Se les ha visto pasear de la mano desde el principio y se prodigan constantes muestras de cariño. La más efusiva, la portada del pasado lunes de un diario local, que los sacó dándose un beso al más puro estilo de Sara e Iker. Ello no le impide mantener una relación cordialísima con su ex. Quedan para estar los cuatro juntos, progenitores y críos, algunos fines de semana.
La vida de Cádiz se divide en dos hemisferios: el Carnaval y la Semana Santa. Aunque la mayoría de los gaditanos comparte sus devociones sin conflicto entre un autor de chirigota y un Cristo yacente, el Consejo de Hermandades de la ciudad tiene reticencias ante la posibilidad de que un activista con fama de rojo irreductible sea el próximo alcalde. Mientras a los carnavaleros se les hace la boca agua con el anuncio de unos presupuestos participativos que regalarán al pueblo coplas todo el año, un conspicuo capillita de La Palma recuerda que «los más comecuras son los que pertenecieron en su día a asociaciones católicas. Es como la fe del converso, pero al revés». Lo cierto es que Kichi en ningún momento ha planteado crear un conflicto sobre este asunto. No es cofrade ni se le vincula a ninguna hermandad pero sí ha mostrado en reiteradas ocasiones que respeta la Semana Santa como una de tantas tradiciones de Cádiz y que velará para conservarla.
✕
Accede a tu cuenta para comentar