España

La maldición de la fama

Con horas de diferencia, Inés Zorreguieta y el chef estrella norteamericano Anthony Bourdain se han quitado la vida. Ella tenía 33 años y un largo camino por delante; él, con 61, disfrutaba de una existencia en apariencia acomodada y sin problemas. Con personalidades depresivas ambos, la imposibilidad de hacer frente a sus problemas y superarlos ha terminado con ellos.

Inés Zorreguieta y el chef estrella norteamericano Anthony Bourdain
Inés Zorreguieta y el chef estrella norteamericano Anthony Bourdainlarazon

Con horas de diferencia, Inés Zorreguieta y el chef estrella norteamericano Anthony Bourdain se han quitado la vida. Ella tenía 33 años y un largo camino por delante; él, con 61, disfrutaba de una existencia en apariencia acomodada y sin problemas. Con personalidades depresivas ambos, la imposibilidad de hacer frente a sus problemas y superarlos ha terminado con ellos.

Inés Zorreguieta, la psicóloga que pronosticó su suicidio

En 2010 Inés Zorreguieta se licenciaba en Psicología tras defender una tesis titulada «Las diferencias de género y su relación con el suicidio y las conductas vinculadas». El estudio no tendría la menor relevancia si no fuese porque esa sombra siempre planeó sobre la hermana de la reina Máxima de Holanda, que cinco años antes de presentar dicho trabajo tuvo que ser ingresada después de perder de manera abrupta más de 20 kilos. Fue el inicio de una espiral de recaídas y tratamientos que no han logrado que se recuperase completamente de la anorexia y la depresión que padecía. «Últimamente parecía estar mejor», aseguraba el portavoz de la casa real holandesa Sander Paulus el pasado miércoles, después de que anunciase que la joven se habría quitado la vida en su apartamento de Buenos Aires, donde vivía sola pero controlada de cerca por su madre, Carmen Cerruti, viuda del ex político argentino Jorge Zorreguieta.

Preocupación por sus kilos

Inés nunca llegó a encajar en un mundo donde lo único que conseguía sacarle una sonrisa era su guitarra. La música era su refugio. Desde adolescente lidió con una obsesión por sus kilos, al parecer motivada por la excesiva preocupación de Cerruti por la alimentación de sus hijas. «Con la altura que tenés y con tu hermosa carita, si te pusieras a dieta podrías ser modelo», solía decirle a su primogénita, según narra el libro «Máxima, una historia real» (Penguin Random House).

En su tesis, donde alerta de que «el suicidio [...] representa un grave problema de salud pública», Inés recaba numerosos estudios para explicar por qué las mujeres son más proclives a la depresión desde la infancia, como si pretendiera hacer de la investigación una disertación de su propia vida. «Los padres tienden a incitar conductas dependientes [...] en las niñas» o «las adolescentes tienden a tener menores expectativas, auto atribuciones negativas y menor tolerancia al error que el hombre», son algunas de las citas con las que empieza su trabajo. Lo cierto es que las diferencias con su madre hicieron que se distanciara de ella. Se convirtió en una chica tímida y rebelde que nunca encajó con el perfil mediático de su familia. En el «Máxima, una historia real» se narra asimismo el desencuentro entre la consorte y su familia política cuando les presentó a Inés: «La futura princesa le dedicó mucha atención a Inesita, su protegida, que en plena crisis de identidad lidiaba con unos kilos de más, una profunda timidez y una muy reciente pelea con su madre. Llegó a Holanda con un estudiado “look dark” que preocupó a algunos consejeros de la corona. Máxima, tajante, advirtió que no se metieran con ella».

Para la Prensa no pasó de-sapercibida. Pese a su perfil bajo, fue convirtiéndose en objetivo frecuente de los medios, que no tardaron en destapar sus problemas de salud. «Cuanto más alto es el nivel social, mayor el riesgo de suicidio», prosigue en su tesis. Así, señala que «la anorexia nerviosa suele tener un alto riesgo de suicidio, en su gran mayoría padecido por mujeres», especialmente, «por aquellas recientemente separadas». Unas palabras con las que parece presagiar su ruptura en 2012 de su pareja, episodio que agravó su anorexia y que la sumió en una nueva vorágine de ingresos.

Nunca lo superó y lo que en 2014 parecía una remontada tras conseguir un puesto en uno de los ministerios del gobierno de Macri se convirtió en una oleada de críticas de enchufismo que la llevó a una recaída. La muerte de su padre el pasado agosto terminó de hundirla. Inés concluye su tesis proponiendo «establecer un plan de acción que mitigue aquel acto que va en contra del principio mismo de la vida», quizá en un intento de evitar entonces lo que ocho años después ha sido inevitable.

Anthony Bourdain, un chef entre las drogas y el jamón

Adiós al cocinero renacentista, ácido y rockero, al divulgador, al melómano, al filósofo sin pedantería, enemigo del esnobismo, divulgador del negroni –a su entender, el mejor cóctel del mundo–, al amante de la casquería, los «noodles» callejeros, el punk del Bowery, el jamón de pata negra, la poesía de la «beat generation», los divinos Stooges de Iggy Pop, la cocina de Ferran Adrià, los bares gloriosamente alérgicos a las chorradas, los viscosos que ejercen de fuerte con el débil y «correveidile» con el fuerte, los tontainas de la corrección política, los puritanos en todas sus repugnantes encarnaciones y los cada día más aborrecibles enemigos de la Ilustración con independencia de que se sitúen a izquierda o derecha del espectro ideológico.

Anthony Bourdain, 61 años, ha muerto de su propia mano en la habitación de un hotel en Francia. Había llegado a Kaysersberg-Vignoble para grabar un episodio de «Parts unknown», la soberbia serie de CNN que escribió, dirigió y presentó durante 8 vibrantes temporadas. El suicidio de Bourdain resulta directamente inexplicable para quienes seguíamos sus andanzas de lejos. Convencidos de que vivía en el mejor de los mundos. Especialmente, desde que proclamó su felicidad al lado de la actriz Asia Argento, una de las pioneras del #Metoo. Parece que fue uno de sus grandes cómplices, el cocinero Éric Ripert, el hombre de «Le Bernardin», quien encontró su cadáver. «Anthony era un amigo muy querido», ha dicho, «un ser humano excepcional, inspirador y generoso. Uno de los grandes contadores de historias de nuestro tiempo, capaz de conectar con mucha gente. Le deseo paz. Mis oraciones están con su familia y amigos».

Bourdain había asaltado la fama gracias a un libro, «Kitchen confidential», en el que contaba la vida en las cocinas, los horarios de pesadilla, los pasotes, los vicios, los desparrames y catástrofes de unos cocineros vapuleados por las exigencias de un oficio con vocación de vampiro. Lo hizo, además, con prosa superlativa y un toque cínico solo al alcance de los mejores discípulos de Sam Spade. El germen de su epopeya fue un artículo que envió al «New York Times» cuando todavía ejercía de cocinero. El periódico lo publicó y poco después recibió ofertas para publicar un libro. El resultado fue tan original, tan inteligente y brillante, que Bourdain aterrizó en televisión. Allí, primero en un canal de cocina y más adelante en la CNN, acuñó un formato que puede calificarse sin hipérbole de absolutamente novedoso. El del cocinero/periodista/escritor que viaja por el mundo y, a partir de la cocina, establece conexiones y desbroza caminos. El del narrador atento a la letra pequeña de las ciudades y las personas. El del pensador que no va de nada y descoloca por la originalidad y la belleza de sus reflexiones. El del hombre que hizo del método socrático un bisturí para indagar en las contradicciones de nuestro tiempo.

Viajero, pero de otro tiempo, de cuando viajar parecía una aventura para repensar el mundo y desvelar sus rincones secretos, eso que hoy llamamos «celebritie», o famoso, o personalidad, pero gracias a su inteligencia, Bourdain fue más, mucho más que un mero presentador de programas dedicados a la gastronomía. Quien dude no tiene más que ver los capítulos que le dedicó a España. Sus escapadas a Madrid, sus garbeos por San Sebastián, sus gloriosas reflexiones sobre El Bulli y Arzak, asombran por su capacidad para explicar y explicarnos con apenas cuatro elementos. Hay que ser muy listo, muy intuitivo, muy culto y muy atrevido para saltar de país en país y atrapar la mejor definición de cada uno con la vocación desplanchada y la bendita facilidad de un un hombre que parecía inoxidable a los prejuicios. Su pérdida es la de cualquiera que amara la belleza, la bondad, la inteligencia. Pasarán décadas hasta que llegue alguien capaz de competir con su coraje, su honestidad, su talento.