Artistas

Odiar a Bono es lo que se lleva

Demonizar al cantante goza de gran predicamento entre los voluntarios del odio o los inquisidores de la conciencia ajena, que no soportan su insistencia en meterse en política, que se codee con los líderes mundiales o acuda a debatir al Banco Mundial. Desconfiamos de los ricos cuando tratan de ayudar, pero si se atrincheran en su piscina, los ponemos a parir por insensibles

Marzo de 2002: ¿Puede Bono salvar el mundo?, titulaba la revista «Time»
Marzo de 2002: ¿Puede Bono salvar el mundo?, titulaba la revista «Time»larazon

Cuarenta años de rock and roll, la llama olímpica del escenario bajo la chupa de cuero, gafas siderales, los estudios bíblicos, la lucha contra el IRA, el aniversario de Martin Luther King, himnos de los que embrujan a un estadio con sus zalamerías de estrella «bigger than life». Bruce Springsteen le admira aunque compitan. Cuando Bob Dylan tocó fondo, finales de los ochenta, le invitó a su casa para enseñarle sus nuevas canciones. Ha cantado con B.B. King. Hizo el peregrinaje a Graceland como un personaje de Paul Simon o Jim Jarmusch. Supo reinventarse cuando parecía acorralado por la megalomanía y las ansias benefactoras, redimido del exceso mesiánico con aquella aventura berlinesa junto a Brian Eno y Daniel Lanois, que deparó en su mejor disco, Achtung baby. Bienvenidos al universo Bono, mascarón de U2, el grupo al que sólo los Rolling Stones contemplan desde arriba en la torre de la canción. Estos días vuelve a sonreír en las portadas, después de testificar ante el subcomité de Ayuda a los Refugiados del Senado de los EE.UU.

«Puede que les parezca poco serio», explicó el músico que gestiona millones de dólares en ayudar a los sirios, «pero creo que deberíamos de emplear la comedia. Cuando hablamos de violencia hablamos su idioma. Pero si te ríes de ellos cuando desfilan con paso ganso por la calle les quitas todo su poder. Lo que sugiero es que el Senado envíe a Amy Schumer, Chris Rock y Sacha Baron Cohen». Sus palabras fueron recibidas con la sorna habitual. A la gente le pone de los nervios su insistencia en meterse en política, que se codee con los líderes mundiales y acuda a debatir al Banco Mundial y al Capitolio. Pero los senadores, lejos de expulsarle de la sala por vacilón, parecían complacidos. La NBC recordaba horas después que algunas de estas tácticas, encuadradas en la guerra de propaganda, ya han sido ensayadas. Sin demasiado éxito.

La cadena también entrevistó a Laith Alkhouri, experto en contraterrorismo, convencido de que si bien el EI no sabe lidiar con la parodia es muy posible que respondiera tasando el pellejo de los humoristas. Tampoco necesitas ser arabista para recordar que estos alcornoques, entre el feudalismo teocrático y la psicopatía 2.0., toleran mal la risa. Precisamente por eso la idea de Bono es una buena idea. Payasos como paracaidistas. Vitriolo y sátira frente a la rimbombante pestilencia del dogma. Claro que ya imagino a los posmodernos en su garita, a los imbéciles que denunciaron el premio del PEN Club a Charlie Hebdo, advirtiendo contra la caricaturización de unos asesinos, criaturas, víctimas de las aciagas consecuencias de la colonización, el racismo, la pobreza y blablablá. Qué susto despertar una mañana y comprender que la flecha del tiempo es irreversible y no hay forma de volver al siglo XV.

Que a Bono le hayan llovido los bofetones y arrojemos metralla contra su efigie tampoco sorprende. Denigrarle, chotearse, denunciar sus aparentes contradicciones, recordar que U2 se llevó el dinero a Holanda, es moneda corriente en el estercolero de las redes sociales y, ay, cierto periodismo. Demonizar a Bono goza de gran predicamento entre los voluntarios del odio o los inquisidores de la conciencia ajena. Desconfiamos de los ricos cuando tratan de ayudar, pero si se atrincheran en su piscina, rodeados de mucamas y mayordomos, los ponemos a parir por insensibles.

Para recuperar la credibilidad Bono debería de regalar hasta el último de sus euros, donar sus canciones, quemar sus casas y, a ser posible, morirse. No perdonamos el éxito. El impulso natural cuando llevas demasiados años aplaudiendo al ídolo es colgarlo de una farola. Incluso hay quien afeó a U2 su denuncia implacable del IRA, al que boicotearon en los años de plomo. Que pérfidos los rockeros irlandeses, que prefieren fotografiarse con George W. Bush que jugar al justiciero proscrito, del lado de los monstruos porque representan al pueblo en armas y el pueblo unido jamás será vencido. Aconsejaría rebajar un poco el descorche de bilis, aunque cuando uno decide hacer de su vida un tiovivo público, si empuñas la pluma o la guitarra, está condenado. El llanto de los que añorarán a Bono el día que falte, los obituarios lacrimógenos, los tuits babosos, son escorpiones mientras respire.

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