La Razón del Verano

Barbarroja, la victoria inminente

La confianza en una rápida victoria en la invasión de la Unión Soviética les costó caro a los alemanes

Tropas alemanas cruzan la frontera soviética durante la operación Barbarroja
Tropas alemanas cruzan la frontera soviética durante la operación Barbarrojalarazon

La confianza en una rápida victoria en la invasión de la Unión Soviética les costó caro a los alemanes.

«El objetivo de aplastar al grueso del Ejército ruso a este lado [occidental] de los [ríos] Dviná y Dniéper se ha alcanzado [...] al este [de estos ríos] no nos encontraremos más que fuerzas fragmentarias [...] Por tanto, probablemente no suponga una exageración decir que la Campaña Rusa se ha ganado en el periodo de dos semanas». Estas palabras aparecen en el diario de guerra del general Halder, por aquel entonces jefe del Estado Mayor General alemán y uno de los máximos responsables de la Operación Barbarroja, nombre de la invasión alemana de la Unión Soviética y primer compás de la monumental confrontación que enfrentaría a la Alemania nazi con la Unión Soviética hasta la total aniquilación de la primera.

Halder no era el único que creía en la inminente victoria alemana en el este. Muchos otros oficiales estaban adormecidos por la increíble cadena de éxitos lograda en apenas un par de semanas, el coloso soviético parecía arrodillarse ante ellos; lo que no eran capaces de entender es que, si lo hacía, era para contratacar más duramente. En aquellos días de julio de 1941, con Smolensko en el horizonte, Alemania estaba a punto de perder la Segunda Guerra Mundial. Sin duda el proceso iba a ser lento, sangriento y brutal, pero mientras la Wehrmacht planificaba y ejecutaba nuevas ofensivas exitosas, pero cada una un poco más costosa en recursos que la anterior, el Ejército Rojo, poseedor de unas reservas humanas e industriales que los agresores no podían ni imaginar, aprendía y se preparaba para devolver los golpes. En las semanas de julio, el alto mando soviético redujo el tamaño de sus tropas y eliminó los cuerpos de ejército para mejorar las comunicaciones y hacer que sus fuerzas fueran más manejables; y, mientras, en el extremo superior del escalafón, organizaba mandos multifrente y enviaba a sus representantes para informarse sobre el terreno de lo que estaba pasando. También envió tropas y recursos al combate, pero sin descuidar nunca la profundidad operacional y estratégica necesaria, de modo que cada vez que los alemanes derrotaran a un ejército hubiera otro detrás para sustituirlo y detenerlos de nuevo, y luego otro, hasta que se agotaron por completo. Y, finalmente, el Ejército Rojo apostó por los contraataques constantes, como el del 19.º Ejército sobre el río Vop, al norte de Smolensko, que si bien puede parecer que no fue más que un intento desesperado y apenas tuvo éxito a la hora de recuperar terreno, desde el punto de vista estratégico, y sumado a muchos otros similares, inició un proceso de desgaste del que los alemanes no iban a poder recuperarse. Así, historiadores como David Glantz, autor de «Choque de titanes. La victoria del Ejército Rojo sobre Hitler» consideran, como ya adelantábamos más arriba, que fue en Smolensko ya en 1941 donde fueron derrotados los alemanes, y no en las emblemáticas batallas de Moscú, Stalingrado o Kursk. Pero ni el Führer ni sus oficiales iban a ser capaces de darse cuenta de ello. Ya por entonces diseñaban diversos planes para expandirse hacia Oriente Medio a través del Cáucaso, los Balcanes y Turquía y la costa del norte de África, cerrar el Mediterráneo y derrotar definitivamente a los ingleses. Hitler había vendido la piel del oso antes de cazarlo.

Para saber más

«Choque de titanes. La victoria del Ejército Rojo sobre Hitler»

David Glantz

Desperta Ferro Ediciones

528 pp.

29,95€

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