Boxeo
Cassius Clay pierde fuera del ring
En abril se negó a incorporarse al ejército por Vietnam y en verano se le condenó a cinco años y 10.000 dólares de multa. En agosto quiso marcharse a Japón para poder participar en unas galas pero el juez Joe Ingaham se lo impidió.
En abril se negó a incorporarse al ejército por Vietnam y en verano se le condenó a cinco años y 10.000 dólares de multa. En agosto quiso marcharse a Japón para poder participar en unas galas pero el juez Joe Ingaham se lo impidió.
En marzo, en siete asaltos, Cassius Clay ganó a Zora Folley su combate número 29, todos con victoria. Era el rey del boxeo, pero se iba a convertir en un símbolo. Porque no es posible entender el final de los años 60 sin que aparezcan los puños de Muhammad Ali y no se puede escribir una historia de esa década de rebelión y felicidad, de esperanza y guerra sin el «no» rotundo, controvertido y fatal para su carrera con el que el boxeador, en abril de 1967 respondió a las Fuerzas Armadas para que se incorporara, en plena guerra de Vietnam. No, dijo y retumbó por todo el mundo y dio aire a la contestación del poder y a la toma de conciencia. Que no existe el amor sin espinas.
Fue en primavera y en verano, el asunto empezó a tener consecuencias. Como Cassius Clay había dicho no la ley fue siguiendo su curso. En junio, en una reunión de «notables negros», como anunciaron los periódicos, le pidió que se lo pensara dos veces, que fuese consciente de lo que podía suceder con su carrera deportiva. «No hay vacilación alguna por mi parte: un ministro de los musulmanes negros no puede vestir el uniforme del ejército». No es no, que dirían algunos ahora.
El verano del amor iba a ser el verano de las batallas perdidas para Cassius Clay. Le quitaron los títulos de campeón y a finales de junio el Tribunal Federal de Houston ponía la primera una piedra encima del boxeador, una piedra que no había puños tan fuertes como para levantarla: una pena de cinco años de prisión y 10.000 dólares de multa.
Un juicio de cinco horas
La reunión de los jurados que le declararon culpable no superó los cinco minutos. Cassius Clay siguió diciendo que era inocente, que el boxeo ya sólo ocupaba el 10 por ciento de su tiempo, mientras que el resto lo dedicaba a predicar el Corán y que, por tanto, no era apto para el servicio militar.
A las seis mujeres y a los seis hombres del jurado nada de eso les convenció. Para ellos, el gran boxeador no había cumplido con sus deberes como ciudadano, como sí habían hecho miles de estadounidenses que se marcharon a Vietnam sin saber por qué. Es decir, que tenía que ser condenado. Los doce miembros del jurado eran blancos. Estados Unidos y el resto del mundo vivían momentos convulsos, a la espera de la mecha que incendiase todo. Ésa podía ser Cassius: estuvo viajando por California, celebrando reuniones, manifestándose, con los periodistas detrás de él, en busca de información. Le perseguía, por ejemplo, Harold Keen, un periodista televisivo, que con su ayudante, fue al barrio negro de Ocean View Park, porque por allí estaba Clay. Pero ellos eran blancos y cuando la multitud los vio con la cámara grabando fue hacia ellos. Aquello no parecía tener buen fin. Hasta que apareció Clay y dijo: «Calma». Los sacó de allí, los puso en lugar seguro y, de paso, les concedió una entrevista.
Cassius seguía convencido de que tenía razón y de que, por mucha sanción que le impidiera boxear era lo suficientemente bueno y los suficientemente joven para volver a ser el más grande en su regreso. Y el tiempo pasaba y el calor se vivía entre manifestaciones, guerras, disturbios raciales y una tensión inaguantable. Cassius no dejaba de tener actividad, de ir de ciudad en ciudad. Era el símbolo para una generación y el sello de una época.
Quería boxear, sin embargo. Sus principios contradecían su vocación y le podía la impaciencia. Desde Tokio le ofrecieron una salida con unas galas al principio de agosto: el verano, que estaba siendo como un saco de boxeo para Cassius Clay, podía mejorar. Pero el juez Joe Ingaham dijo no. Otro no. Terminó el verano del amor, el otoño de la resaca, el invierno. Pasó un año y otro, pasó la vida y en octubre del año 1970, Cassius Clay regresó. Y no, otro no, no iba a dejar de ser el mejor.
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