Sociedad
La contracultura del «Flower Power»
A la postre, jipis y friquis no fueron más que el resultado de la masificación de la ideología antiburguesa de beatnicks y yippies
A la postre, jipis y friquis no fueron más que el resultado de la masificación de la ideología antiburguesa de beatnicks y yippies.
l impacto del Verano de Amor fue de tal magnitud que los jipis y su estilo de vida alternativo, con sus largas melenas al viento, flores, collares y chaquetones afganos, pasó a ser el uniforme internacional de la trashumancia de este movimiento de San Francisco a Katmandú, pasando por Ibiza y Marrakech, en busca de iluminación interior, kifi que fumar y mucho karma. Ese que acabó siendo el buen karma capitalista. La simplista y por ello exitosa ideología jipi, nutrida por la ideología política contracultural de beatnicks, hipsters y «freaks», fue la primera señal de que vivíamos en un mundo globalizado en el que las modas trascendían lo local. De repente, cualquier joven que se dibujara la insignia pacifista de Bertrand Russell en los vaqueros e hiciera la V con los dedos en señal de paz se convertía en un jipi «groovy» y enrollado, pero lo que le daba sentido a toda aquella papilla contracultural era la experiencia religiosa que proporcionaban las drogas psicoactivas.
El LSD y el peyote, y para los muy iniciados, la ayahuasca, eran perfectos para que la generación del amor lograra el «misticismo químico» y alcanzase la meditación trascendental y ese suspiro cósmico del cara a cara con Dios. Aunque fueron las drogas duras las que comenzaron a hacer estragos entre los grupos de «rock ácido» y causaron la muerte por sobredosis de Jimmy Hendrix, Jim Morrison y Janis Joplin.
Liberar el yo
Ante el extraordinario éxito de aquel Verano del Amor, y debido a la cantidad de disturbios por los cientos de jóvenes que deambulaban por Haight-Ashbury, los organizadores del Consejo del «Summer of Love» recomendaron que, además de flores en el pelo, los jóvenes llevaran dinero, sacos de dormir, ropa para soportar las bajas temperaturas de las noches de San Francisco y algún tipo de identificación.
En «La cultura underground», Mario Maffi explica con un prosa ilegible que «el objetivo es organizarse para derribar el sistema; en la base, como punto de partida, sigue estando la liberación del yo, la explosión de la mente («mind-blowing») que extirpa las categorías obvias y burguesas e inaugura nuevas relaciones entre el yo y los demás y la realidad». Es un nuevo tipo de lucha alejado del marxismo tradicional, pero sin renunciar a los galimatías pseudoteóricos, entremezclados con un nuevo despertar político en el que el yo psicodélico lo impregna todo.
Maffi escribe que el yo estalla «programáticamente en la búsqueda de la creatividad vital, cotidiana, política, una lucha fragmentada y personal que se sitúa junto a la de los demás grupos radicales (yippies, Motherfuckers, White Panthers) con modalidades y tácticas particularísimas e inconfundibles: el punto máximo de la parábola dadá, surrealismo, beat, hippie, provo, Merry Pranksters, en la traducción de la burla artístico-existencial a mueca-bofetada político-radical». Sintetizando, hacer el friqui y provocar en todo momento y lugar era una forma nueva de llevar a término la revolución contracultural dadá.
Por su parte, Norman Mailer, en «Advertisements for Myself», escribía que, para el hipster, atemorizado por la amenaza de la bomba atómica, «la única respuesta vital es aceptar los términos de la muerte, vivir con la muerte como peligro inmediato, divorciarse de la sociedad, existir sin raíces, embarcarse en un viaje desconocido en los imperativos rebeldes del propio ser».
Este nihilismo de posguerra fue adoptado por los beatnicks y, posteriormente, por los yippies de la Nueva Izquierda que descubrían alborozados la libertad sexual, el pacifismo y las drogas alucinógenas al mismo tiempo. Los antiguos hipsters los motejaron despectivamente de «hippies», un término adoptado como denominación generacional. A la postre, jipis y friquis no fueron más que el resultado de la masificación de la ideología antiburguesa de estos grupos elitistas. Un movimiento contracultural y antimoderno de proporciones masivas que acabó convertido en un estilo de vida cercano al movimiento juvenil utópico alemán Wandervögel, que floreció entre 1896 y 1930 del siglo XX, y cuyos gurús, emigrados a EE UU, pregonaban el rechazo a la sociedad mercantilizada burguesa y una vuelta a la naturaleza, en plan el buen salvaje de Rousseau.
Para sumarse al movimiento, apenas se requería llevar el pelo largo, adherirse a las manifestaciones pacifistas contra la guerra del Vietnam y declararse insumiso. No se necesitaban demasiadas alforjas teóricas, sino el simple hecho performativo de la enunciación. Como sus herederos: progres y podemitas.
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