Susanna Griso

Susanna Griso: «Hasta para hacer un programa de televisión se necesita un móvil»

La periodista confiesa que durante sus primeros días de vacaciones sufre un síndrome de abstinencia de información porque «no sé desconectar».

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La periodista confiesa que en sus primeros días de vacaciones sufre un síndrome de abstinencia de información: «No sé desconectar».

Aunque es alta, sin contar los (muchos) centímetros de los tacones, nunca te mira por encima del hombro. Cuando se apaga el piloto rojo del directo, Susanna Griso es igual que la que el espectador acaba de ver cómo despide su programa: con un puntito de contención, unas buenas dosis de espontaneidad y mucho de curiosidad. Es lo que tiene ser periodista: que aunque se tengan sólo dos ojos, las miradas se multiplican en todas las direcciones, llegando a convertirse ésto de la actualidad en una adicción confesable, aunque ella todavía no sufra los efectos secundarios. Sigue pensando que la tensión que generan las noticias es la mejor gimnasia para mantener a punto el músculo informativo. Hoy invertimos las reglas del juego: ella, que está acostumbrada a preguntar y opinar lo justo, va a tener que responder y «mojarse» sobre casi todo, incluso sobre su persona.

–Confiéselo: madrugar le pone de mal humor.

–No, entre otras cosas porque no me lo puedo permitir. Además , soy de buen madrugar. Quizá cuando se está acercando el final de temporada por el cansancio, tengo un arranque, y además los tengo en directo.

–Sí, este año se ha visto a una Susanna Griso más temperamental.

–Es posible, no te diré que no. Durante las primeras temporadas estaba más contenida. Venía de informativos y no quería que el espectador percibiese que estaba cansada o crispada. Pero después de tantos años colándome en los hogares españoles a diario... Mira, pasa lo mismo en las parejas con las que se tiene tanta confianza: sale todo. La televisión también es sentimiento y el reflejo de un estado de ánimo. La gente no espera de mí que sea una lectora de noticias.

–¿Pensó alguna vez que durante su carrera periodística tuviese que hablar de Isabel Pantoja?

–No, pero te tengo que decir que yo no puedo llegar a todo. Me gusta la política, la economía. En el caso de Isabel Pantoja, dejo que mis compañeros me cuenten si le dan el tercer grado o no y si tiene privilegios en prisión. Yo les pregunto y que ellos me cuenten. En ese momento me siento liberada y me coloco en la posición del que nos está viendo.

–Le digo algo como espectadora: a veces me irrita cómo en los programas los periodistas e incluso los presentadores a veces están tan pendientes del iPad que casi ni miran a la cámara. ¡Es como si nos ignorasen!

–A mí también me molesta un poco en ocasiones. En el plató lo prioritario debe ser la audiencia y todos los demás cachivaches, móviles y tabletas, deberían estar en segundo plano. Pero el móvil se ha vuelto tan imprescindible en nuestras vidas, que incluso para hacer un programa de televisión es necesario. Si me lo dejo en casa, pido que vayan y me lo traigan. Me siento huérfana sin él porque el equipo de «Espejo público» tiene un grupo en What’s App y sin él, me quedo al margen y no puede ser.

–¡Pero es que ya hasta quedas para comer con tus amigos todos estamos más pendientes del móvil que de nosotros!

–Eso no lo soporto. Que esté cenando con mi grupo de amigas y alguna se ponga a enviar mensajes, me parece una desconsideración con el resto.

–¿Para usted los primeros días de vacaciones son...?

–¡Uff! Tengo un síndrome de abstinencia tremendo. Estoy en la playa y al tanto de lo que está pasando, llamo al equipo... Los del equipo me dicen: «¡Desconecta, hasta cuando estás de vacaciones nos das la brasa!». Por eso viajar es la mejor medicina. Veo un periódico y me digo: «¡Mira, qué bien! No puedo leer porque todavía no he aprendido vietnamita». Hay que saber parar y a muchos periodistas nos cuesta. Tenemos que vivir: leer libros, ver películas, ir al teatro, hablar con personas que no sean informadores y que su mayor preocupación sea que llueva y se les fastidien los melocotoneros. Estas actividades te ponen los pies sobre la tierra porque existen que saber que hay otras realidades.

Cambio radical de tercio. Las fuerzas de izquierdas emergentes han llegado a las alcaldías de ciudades como Madrid, Barcelona, Cádiz, ¿y?

–Es lo que la ciudadanía ha querido. Está muy bien que los que hacen grandes promesas tengan que lidiar con ellas, enfrentarse al día a día y gestionar los problemas. Es una prueba de fuego para ellos. Como han sido muy exigentes a la hora de pedir responsabilidades a los partidos tradicionales, hay que exigirles el mismo grado de fiscalización.

–¿Se pasó de frenada Pedro Sánchez con esa puesta en escena con una enorme bandera de España?

–Es curioso porque estamos asistiendo a una guerra de banderas. Sánchez se muestra con ella para defender que no es sólo patrimonio del PP. En Cataluña ni te cuento. Otros optan por la bandera de los derechos sociales... La única bandera que ahora mismo genera consenso es la del Orgullo Gay. Nadie la cuestiona, como mucho se pelean para ver quién la pone antes, como ocurrió con el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, que pareció una carrera contrarreloj.

–Estamos terminando la entrevista y hemos conseguido no hablar de las «reinas de la mañana»...

–Es un reto que tienes por delante. A ver si lo consigues. Hay pocas entrevistas en las que no me pregunten por ello. Llevo años diciendo que no quiero ni ese cetro, ni esa corona. No soy reina de nada.