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¿Quién fue el arquitecto de las checas?

Alfonso Laurencic, fusilado tras la Guerra Civil, ideó un auténtico museo de la tortura física

El esquema de la checa de Vallmajor
El esquema de la checa de Vallmajorlarazon

Alfonso Laurencic, fusilado tras la Guerra Civil, ideó un auténtico museo de la tortura física

El 12 de junio de 1939, todas las miradas confluyeron en un hombre alto y corpulento, que vestía abrigo negro y pantalón de dril blanco, e iba calzado con unas sencillas alpargatas. De su rostro sobresalía una descuidada barba rubia y los ojos permanecían ocultos bajo unas gafas oscuras. Caminaba esposado, dando muestras de una pasmosa serenidad. Antes de tomar asiento en el banquillo, saludó al Tribunal con una ligera inclinación de cabeza.

Poco después, comenzó el procedimiento sumarísimo contra Alfonso Laurencic, de 37 años, casado, nacido en Francia, de padres austriacos y por entonces súbdito yugoslavo. Había estado en España con anterioridad a 1923, en Barcelona, trabajando en diversos oficios. En septiembre de 1933 se afilió a la CNT, y en abril de 1936 lo hizo a la UGT. El 7 de febrero de 1939 fue capturado en El Collell por las tropas nacionales, y fue puesto a disposición de un oficial de la Legión Cóndor por haber alegado que poseía la nacionalidad austriaca.

Ahora permanecía sentado en el banquillo, acusado de diseñar y construir dos de las checas más atroces de Barcelona –las de las calles Vallmajor y Zaragoza–, donde cientos de infelices habían sido torturados y asesinados durante la Guerra Civil española. Laurencic era el arquitecto de las checas. Un engendro de hombre; una especie de perverso Frankenstein. Músico de profesión, ideó la instalación del «metrómetro», un aparato de cuerda semejante a un péndulo que emitía un penetrante y continuo tic tac para desesperar a los encerrados en las asfixiantes mazmorras.

Entendido en colores y efectos de luz, combinaba figuras de ilusión óptica en las celdas –los llamados «efectos psicotécnicos»– que hundían el ánimo del recluso. Dibujante, diseño los «armarios», verdaderos ataúdes en los que el preso, por las exiguas dimensiones del habitáculo, se veía obligado a sostenerse sobre las puntas de los pies. Mecánico, hizo que se colocase en un orificio hecho en la pared, visible para el preso y manejable desde el exterior por su guardián, un reloj que marcase las horas como uno normal. Sólo que con un truco imperceptible que consistía en acortar el muelle regulador del engranaje para que el reloj adelantara cuatro horas al día.

- Espía y estafador

Espía, se dedicaba a traicionar a la CNT y a la UGT, y en los sucesos de mayo, a las fuerzas gubernamentales y a los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Políglota –hablaba siete idiomas–, consiguió sin problemas el puesto de intérprete en la Consejería de Orden Público de Barcelona. Estafador, distraía fondos de la Administración del Servicio de Investigación Militar (SIM) y facilitaba la salida de España a personas pudientes, cobrándoles antes elevadas sumas de dinero por sus gestiones.

Aventurero internacional, se hizo pasar por oficial del Ejército yugoslavo e ingresó en 1921 en la Legión con la falsa graduación de sargento.

Sólo un diablo como él pudo concebir un averno semejante. La checa de la calle de Vallmajor era un auténtico museo de los horrores. En el jardín mismo se hallaba el «patio de los fusilamientos», en cuyo centro los guardias habían abierto una gran fosa para proceder a los simulacros. Colocaban a su víctima al borde del agujero, haciéndola creer que iba a ser enterrada allí mismo, mientras el pelotón la apuntaba con sus fusiles sin llegar a disparar.

En un extremo del jardín estaba «el pozo». El instrumento ideal para infligir a los presos el tormento del agua. La entrada era muy estrecha y de la parte superior colgaba una polea que servía para hacer descender o subir a la víctima. A veces se suspendía a ésta por los pies, introduciéndola de cabeza y sumergiéndola en el agua durante unos segundos. En otras ocasiones, se la colgaba por los brazos o las axilas, y se la mantenía sumergida durante largo tiempo hasta un nivel de agua próximo a la boca.

Por no hablar de las «mazmorras alucinantes», instaladas en el interior de un pabellón dividido en celdas, donde se aplicaron los métodos denominados «psicotécnicos». Cada celda tenía unos 2,5 metros de fondo por 1, 80 de ancho. En su parte derecha había un poyo de cemento que hacía las veces de cama y en la izquierda, un pilar, también de cemento, con una superficie de 40 centímetros y una altura de 90. Cama y pilar tenían una inclinación de unos veinte grados y estaban revestidos de una capa de brea, características que hacían imposible reclinarse e impedían el descanso.

Y esto era sólo el aperitivo ideado por un auténtico monstruo...

Laurencic instaló también las «neveras», celdas cuadrangulares y estrechas, revestidas en su interior con cemento poroso. Un depósito de agua situado en la parte superior proporcionaba un líquido que, filtrado a través del techo y las paredes, convertía el habitáculo en un auténtico frigorífico. Los sacrificados permanecían allí durante horas casi a oscuras, dado que junto al techo sólo había una minúscula abertura enrejada, a modo de respiradero. La higiene y el régimen alimenticio en Vallmajor eran también una tortura. Las comidas consistían en un cucharón de caldo aguado con unas cuantas judías o garbanzos, un pedazo de pan y un vaso de agua. Eso cada día. Los presos debían permanecer todo su encierro con la misma ropa que llevaban puesta al ingresar. Para hacer sus necesidades eran sacados de la celda tres veces al día. Si alguno se sentía indispuesto, tenía que evacuar en un rincón del propio calabozo.

@JMZavalaOficial