Real(eza)

El conde de Berg, el Marqués Luis de Saverny o el Rey Luis II de Baviera

La pasión por todo lo concerniente a wagner se manifestó en que el monarca firmara como «Lohengrin»

Fue un delirante constructor de castillos que hoy se ven en parte Baviera
Fue un delirante constructor de castillos que hoy se ven en parte Bavieralarazon

El carácter del rey Luis II de Baviera propendía al incógnito. Los misterios de su vida casaban bien con ese pasar desapercibido. El embajador de Hannover en Baviera, barón Ludwig von Ompteda, escribió el 30 de junio de 1865 que el rey bávaro encontraba «placer sobre todo en hacer largas y ásperas cabalgadas, además de excursiones a caballo de varios días en rigurosísimo incógnito, acompañado solo por un palafrenero».

Aunque no especialmente interesado en los progresos del siglo XIX, Luis II acudió en 1867 a la Exposición Universal de París. Allí se encontró con Napoleón III. Viajó a la capital francesa de incógnito como «conde de Berg». El 10 de julio de ese año el grupo encabezado por ese «conde» llegó al parisino Hotel du Rhin donde, a pesar del incógnito, fue reconocido por la enorme cantidad de tarjetas postales con su retrato existentes

en el mercado.

El 21 de agosto de 1874 fue el primer soberano alemán tras la guerra franco-prusiana en llegar a París y lo hizo nuevamente como «conde de Berg», acompañado por Holstein y por el director general Schamberger. Le recibió en la Estación del Este el embajador del Reich en París, príncipe Chlodwig de Hohenlohe-Schillingsfürst, conduciéndole al Palacio Beauharnais, sede de la embajada alemana. Sin embargo los periódicos parisinos desvelaron el incógnito.

Ahora bien, ¿por qué Berg? El castillo de Berg, perteneciente a los Wittelsbach desde 1669, está unido a la historia de este desgraciado monarca. En él fue encerrado cuando se le desposeyó de la corona por causa de su locura. Y en el lago adyacente, Starnberg, murió ahogado en compañía de su psiquiatra.

En otra ocasión, con los sobrenombres y pasaportes de Marqués Luis de Saverny y de Didier, Luis II y el actor Joseph Kainz iniciaron un viaje el 27 de junio de 1881 acompañados por seis funcionarios de corte, tres camareros y dos cocineros. Saverny quería estar a solas con Didier en el lago de Lucerna, algo difícil en plena estación. El gran hotel Axestein era demasiado bullicioso para Luis, pero la Villa Gutenberg en Brunner, puesta a su disposición por el librero Schwyz Benziger, fue de su agrado. Allí se alojó el supuesto marqués de Saverny. En la obra de Víctor Hugo «Marion Delorme», Didier era el noble joven que vence en duelo al lascivo Saverny. Luis II había visto a Kainz recitar la obra en el Hofthater de Munich. Se encaprichó con el actor, pero la amistad entre Luis y Joseph se ensombrecerá el día en que el pobre comediante, no lo suficientemente sutil para adivinar la psicología real, se imaginó ser amado por sí mismo y olvidó ser Didier para mostrarse simplemente como Joseph Kainz.

Richard Wagner cumplió cincuenta años en 1866. La tarde del aniversario llegó un visitante presentado como Walther von Stolzing. Era Luis II que había partido en secreto de Berg acompañado del palafrenero Hornig. Walther von Stolzing se llamaba el joven caballero de los «maestros cantores de Nüremberg», la ópera en la que el compositor estaba trabajando. Esa pasión por todo lo wagneriano se manifestó en que Luis firmara como «Lohengrin» cuando escribía a su fugaz prometida Sofía Carlota de Baviera, a la que llamaba «Elsa». En el castillo de Hohenswangau Luis II se disfrazaba de Lohengrin y bajo ese atavío esperaba a su Elsa. A veces firmaba su correspondencia como «Parsifal». Ahora bien, ¿cómo le llamaban los demás? Pues desde el «Rey loco» o «Rey de los sueños» hasta el «Rey virgen» o el «Rey jovencita» pasando por «Hamlet coronado».

Su carácter

Aunque se han escrito decenas de biografías sobre Luis II y su vida fue llevada al cine por directores como Luchino Visconti en «Ludwig», la personalidad del rey era un misterio. Quizá quien mejor le conocía era su prima la emperatriz Isabel de Austria, la famosa Sisi, a quien estaba muy unido. Era excéntrico y tendente a la melancolía, a la soledad o a acompañarse de personas de rango muy inferior al suyo. Pero especialmente de artistas como actores y músicos. Mecenas de Wagner y delirante constructor de castillos de los que hoy vive en parte Baviera, aborrecía las tareas de gobierno y los compromisos oficiales. Y quizá se aborrecía a sí mismo pues luchó contra sus tendencias homosexuales.

La fecha

El 4 de mayo de 1864 Wagner tuvo una larga audiencia con Luis II de Baviera. Eso marcaría en parte la vida de ambos. El primero, acosado por las deudas, vio abrirse frente a sí un panorama de tranquilidad para componer y estrenar sus obras con el apoyo económico regio. Luis se impresionó por «Lohengrin» y luego por «Tannhäuser». Y fue el monarca bávaro quien –probablemente– salvó la carrera del compositor alemán, le proporcionó casa y emolumentos. El nombre de ambos estará para siempre indisolublemente unido.