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El desembarco de Alhucemas

En 1925, España respondió al desafío rifeño con una operación anfibia que sería estudiada por los planificadores del Día-D

El desembarco de Alhucemas
El desembarco de Alhucemaslarazon

En 1925, España respondió al desafío rifeño con una operación anfibia que sería estudiada por los planificadores del Día-D

Miguel Primo de Rivera, como general en jefe de la operación en Alhucemas, remitió un telegrama a Alfonso XIII tras el desembarco en los siguientes términos: «Señor. A las doce las tropas han puesto pie en la playa de Ixdain, a las doce y media han coronado las posiciones tras una breve preparación de fuegos y sin gran resistencia. El Ejército de tierra, el de mar y el de aire saludan a vuestra majestad».
A lo que el rey contestó inmediatamente: «Hondamente satisfecho resultado primera fase operación [...]. Te abraza Alfonso, rey».

El desembarco daba respuesta a un enemigo que definió su causa en los términos que M’hamed, hermano menor del líder rifeño Abd el-Krim, había transmitido en agosto de 1922 a Luis de Oteyza, director de La Libertad: «El Rif combate a ese imperialismo invasor que quiere arrancarle su libertad a fuerza de sacrificios morales y materiales del noble pueblo español. Le ruego manifieste a su pueblo que los rifeños están dispuestos y en condiciones de prolongar la lucha contra el español armado que pretenda quitarles sus derechos, y sin embargo tienen sus puertas abiertas para recibir al español sin armas como técnico, comerciante, industrial, agricultor y obrero».

Para 1925, las fuerzas de Abd el-Krim disponían de un bien asentado sistema de guardias fijas defensivas frente a las posiciones de los ejércitos francés y español. Para hacer frente al desembarco, los españoles estimaban que los rifeños habían conseguido reunir a unos 11.000 hombres, con una línea defensiva artillada. Se trataba de una fuerza que conocía perfectamente el terreno, dominaba las tácticas de guerrilla –numerosos exlegionarios franceses participaron en su instrucción– y contaba con una organización adecuada. Las tropas regulares de Abd el-Krim procedían mayoritariamente del corazón de la resistencia en la cabila de Beni Urriaguel y el Rif central, y se organizaban en tabores, mías (100 hombres), jamsin (50 hombres) y subunidades de 25 hombres y con tropas remuneradas –una fuente establece los sueldos de 150, 100, 80 y 70 pesetas respectivamente para los caídes de cada tipo de unidad y 60 pesetas para los askari–. El resto de cabilas en rebelión del territorio suministraba un nutrido contingente de combatientes irregulares que participaban temporalmente en las harcas, compaginando su servicio con su actividad laboral, y operaban preferentemente en zonas próximas a su lugar de procedencia para simplificar la logística –limitada prácticamente a los pertrechos que los combatientes pudieran portar consigo mismos–.

Ante semejante enemigo, las operaciones de desembarco dejarían un saldo de más de 300 muertos y 1900 heridos en el bando español y cerca de 700 muertos entre los combatientes rifeños. Era el comienzo del fin para Abd el-Krim, justo en el momento de máximo alcance de la sublevación. El líder rifeño se rendiría el 27 de mayo a los franceses y en fecha temprana Alfonso XIII crearía el título nobiliario de marqués del Rif para reconocer al general Sanjurjo sus méritos en Marruecos. El propio Sanjurjo firmaría la orden de 10 de julio de 1927 que ponía fin a las operaciones. El Protectorado de Marruecos se daba por pacificado.

Para saber más

«El desembarco de Alhucemas, 1925»

Desperta Ferro Contemporánea n.º 11

68 pp.

7€

La narración que trata del viaje de Lope Martín a las Filipinas, un oficial desertor de la expedición de Legazpi, y condenado a regresar a aquellas islas para ser castigado por el Conquistador, ha pasado a la historia como paradigma del relato de violencia extrema, traición y castigo en los límites del mundo conocido. La tripulación del barco que llevaba de vuelta a Martín a las Filipinas estaba compuesta por la más deplorable ralea. Con estos mimbres, y la colaboración de unos secuaces, Lope Martín organizó un motín durante la travesía, que acabó con el asesinato del capitán del navío y su hijo. Tras ello, los crímenes se sucedieron en una lucha por el poder entre los conspiradores y los leales, para concluir con una nueva conjura que deja a Martín y los suyos abandonados en una isla desierta y sin posibilidad de regresar al navío. En un último acto de la tragedia, los abyectos secuaces de Martín se ofrecieron a asesinarlo a cambio de la evacuación, sin éxito. El traidor y los veinticuatro tripulantes abandonados con él perecieron de hambre y sed en aquel paraje del Pacífico dejado de la mano de Dios... y de los hombres.