Famosos

Huyendo del conformismo

Carmen Lomana, a la izda., con Hubertus de Hohenlohe y Simona Galdolfi
Carmen Lomana, a la izda., con Hubertus de Hohenlohe y Simona Galdolfilarazon

El conformismo es una herramienta para no sufrir en el mundo de las frustraciones y es a la vez el cáncer de una sociedad mediocre que busca la autocomplacencia y su salvoconducto hacia la supervivencia. Personalmente no me gusta conformarme con todo lo que me ofrece esta sociedad, a veces muy vulgar, donde priman valores que no comprendo. Ayer, sin ir más lejos, vi por curiosidad un programa estrenado en una cadena que siempre da récords de audiencia y no precisamente por el mensaje ético de sus programas. Era un derroche de efecto demostrativo a través de una casa muy despanpanante, pero de dudoso buen gusto. El contenido y trama para mí carecía de interés, así que decidí que no aguantaba ni un minuto más viendo cómo una de las protagonistas se tomaba un Cola Cao sin respirar.

Mi cabeza se refugia en esos lugares míticos que llenan mi vida de belleza y siempre me hacen aprender algo y salir de la cotidianidad de un país que últimamente, a pesar de ser maravilloso, me desespera bastante. Lugares en los que como decían en la película «Desayuno con diamantes», refiriéndose a Tiffany’s, «nada malo puede pasarte». Algunos de esos lugares para mí son el café Sénéquier de St. Tropez, el hotel JK de Capri, el Ritz en Madrid o nuestro Marbella Club en la costa malagueña. En ellos prima el buen gusto y la sofisticación de un buen servicio. El Marbella Club es un claro ejemplo de ello. Su encanto radica en los maravillosos jardines y la armonía que se respira, utilizando los elementos de la arquitectura andaluza sin querer impresionar con edificios que nada tienen que ver con el medio donde prima lo dorado y barroco, que quizá pueda uno imaginar en la corte de San Petersburgo pero nunca en la Costa del sol.

El cafe Sénéquier, otro de mis lugares adorados, sigue con el mismo espíritu que cuando se abrió en 1930 . El color rojo y blanco, las mismas sillas y mesas, incluso la forma en la que están ubicadas y, por supuesto, la riquísima tarta «tropezienne», que no pueden dejar de pedir si alguna vez tienen el placer de sentarse en ese mítico lugar mientras contemplan los impresionantes barcos que atracan delante y ese devenir de los paseantes como si estuviésemos contemplando un desfile de moda. En ese café hemos visto sentados a los que hicieron de St. Trop un lugar mítico: Brigitte Bardot, Françoise Sagan, Jane Birkin, Johnny Hallyday o Picasso.

Otro lugar para perderse es el Hotel JK en Capri colgado en un promontorio con vistas espectaculares al mar y sintiéndote en tu propia casa. Muy pocas habitaciones, todas decoradas en blanco y azul marino y, sin lugar a dudas, para mí probablemente el mejor servicio del mundo. Muchísimo más cerca, en Madrid, el hotel Ritz y su terraza de verano, de la que tanto se ha escrito... «las tardes del Ritz», donde se bailaba en sus salones y terrazas mientras se tomaba un té o un delicioso chocolate con todas las «delicatessen» que ustedes puedan imaginar. Durante la Segunda Guerra Mundial el papel neutral de España atrajo a muchos personajes. Entre los que se alojaron en él estuvo la famosa espía Mata Hari, que se instaló con el nombre de condesa Masslov. Todos estos lugares están impregnados de un aura especial que te envuelve y hace sentir privilegiada y puedo asegurarles que no es cuestión de precio o lugares inalcanzables es cuestión de buen gusto.

Cuando se acerca el fin de agosto siento que ya se está escapando mi estación favorita del año donde me instalaría para siempre. No me gustan el frío ni los días cortos y grises. Me gusta el dolce farniente que produce el verano. Las cenas en jardines con mis amigos sin prisas en la agradable charla porque al día siguiente no es necesario madrugar. Los baños de mar y la siesta, tomar el sol sin importarme si mi piel se arrugará porque el placer que me produce es superior a cualquier vanidad. He acudido al maravilloso espectáculo de las carreras de caballos en Sanlúcar de Barrameda, a las canchas de Polo en Sotogrande animadísimo ambiente, cenas con flamenco del bueno en Mabella, almuerzos con mis amigos los Luchinos en la preciosa casa de Enrique Rúspoli y así cada día... Ya saben la canción de Rafaella Carrá y el Sur... Pues eso...