Javier Sierra
Javier Sierra: «De niño escribí cartas a la NASA para preguntarles por la vida extraterrestre»
Asegura que utiliza internet «como una enorme máquina de pistas. Para investigar de verdad suelo acudir a las bibliotecas»
Viene de la isla de Creta, en Grecia, donde ha pasado las vacaciones, descansando de la promoción de su último éxito, «El fuego invisible» (Premio Planeta). Pero también siguiendo la pista a la invención del alfabeto y repensando el significado de una de las piezas arqueológicas que más atractivo ejerce en él: el disco de Festo. No lo dice abiertamente, pero en su sonrisa se adivina lo que muchos aventuran ya de antemano: que un escritor no acude a los lugares por mero azar y que esa visita al corazón de la cultura minoica, rastreando los caminos que ya recorrió el arqueólogo Arthur Evans, puede ser el germen de una nueva historia.
¿Cuál fue el primer misterio de su vida?
La imaginación, la del niño. Yo vivía a las afueras de Teruel, cerca de una zona que se conoce como las arcillas, que son formaciones arcillosas que tienen formas. Y yo, con seis años, creía ver dinosaurios en ellas. Lo que no pensaba es que, unos años después, en la provincia comenzarían a encontrarse dinosaurios. Es uno de los lugares con yacimientos de saurios más importantes de Europa. Mi imaginación se convirtió en premonición. Fui un niño que convertía el ruido en música. Desde pequeño le daba a todo un sentido narrativo. Era natural que acabara siendo novelista.
¿Escribir cartas le influyó?
(Risas). Tuve suerte en mi infancia. Mi madre trabajaba en Hacienda y mi padre era cartero. A ella la encargaron el catastro de Teruel y tenía que trabajar los sábados y no sabía que hacer con su hijo y se lo llevó. De repente, un niño entra en una oficina donde hay máquinas de escribir, fotocopiadoras... Y se sienta ahí todas las mañanas a que dibuje y pinte, pero el niño acaba escribiendo en la máquina de escribir. Con ellas redacté cartas, porque yo veía cómo otros hacían las serias. Luego se las daba a mi padre, que las llevaba a correos. Le mandé una carta, por ejemplo, al Observatorio Astronómico de El Vaticano para preguntarles si tenían conocimientos de vida extraterrestre, y los jesuitas me contestaron diciendo que no tenían evidencias. Aquello me envalentonó y me terminé enviando cartas a la NASA para que me hablaran de sus investigaciones. En este periodo empecé a preguntar y a escribir.
Fue una época decisiva.
Descubrí algo que luego me ha servido en la vida: la cultura se construye sobre la duda y formulando preguntas. La cultura, no solo musical o literaria, sino también científica y ciudadana, se levanta sobre nuestra capacidad de hacer preguntas y recibir respuestas. También encontré en este tiempo una vocación. El hecho de poder poner un texto en una fotocopiadora, hacer diez copias y repartirlas a mis compañeros de clase, me hizo darme de bruces con el periodismo.
¿A qué edad empezó a buscar respuestas?
Desde una edad muy temprana . Un profesor mío fue determinante: don José Oliver. Él daba historia. Un día explicó el descubrimiento de América. Dijo que Colón llegó a sus costas el 12 de octubre de 1492. Pero yo había leído textos en los que se afirmaba que previamente habían llegado los vikingos a Terranova. Levanté la mano para preguntar si esa historia de Erik el Rojo era verdad. El hombre, que era estricto, me replicó: «Sierra eso es muy interesante, pero demuéstrelo». Me obligó a preparar un trabajo y me hizo consciente de que era bueno haciendo preguntas y, también, que podía dedicar mi curiosidad a buscar respuestas.
¿Qué es un enigma para usted?
Es un agujero negro en nuestro conocimiento. Algo que ocupa su lugar, que ejerce gravitacionalmente una fuerte influencia sobre otros conceptos, y que no somos capaces de esclarecer. Cuando uno cae dentro de un enigma puede acabar en otras dimensiones, en lugares que no podía pensar.
¿Por qué son importantes?
Nos hacen avanzar. El hecho de que haya zonas de penumbra ha obligado al ser humano, desde la prehistoria, a dar un paso más, a explorar y dominar el entorno. El ser humano tiene una desmedida ambición por el control de la naturaleza y la realidad que le circunda y cuando algo se escapa a ese control, se irrita y trata de explicárselo y cuando no puede, inventa una religión.
¿Qué dice un enigma de nosotros?
Mide nuestro nivel de conocimiento. Un enigma nos grita a la cara que somos ignorantes en ese terreno. Los enigmas son distintos según evoluciona el hombre y nos educamos. En el mundo antiguo buscábamos en los dioses explicaciones para terremotos... Ya no hay misterios en ese respecto. Pero algunas cosas que los filósofos griegos se preguntaban siguen responderse: Si estamos solos y a dónde vamos después de la muerte.
¿Cuál es el misterio de la literatura?
La literatura somos nosotros. Ahí están nuestros anhelos, emociones. Y mediante la literatura podemos fijarlos y convertirlos en inmortales. El espíritu humano está en ella.
Un consejo para enganchar con un texto.
Implicar al lector desde el primer párrafo, que lo que cuentes le importe desde el primer momento. Hay que apelar a cuestiones muy esenciales. Cada vez creo menos en una literatura de entretenimiento y cada vez apuesto más por una literatura de motivación de despertar inquietudes, seducir al lector para que descuba las preguntas esenciales que debería estar haciéndose el lector. La literatura es un elemento trascendente.
¿Prefiere documentarse en internet o en una biblioteca?
En una biblioteca, porque ahí tu acceso al conocimiento es pausado. El material que encuentras va calando dentro de ti. En internet pasa rápido. Uso internet como una enome máquina de pistas, preparar viajes, acceder a un documento, encontrar a alguien para entrevistar... pero la investigación de verdad, yo prefiero hacerla en una biblioteca.
¿Qué tiene un manuscrito que no tiene wikipedia?
Biografía. En un documento, una mancha, de café, de sangre,d e tinta, te dice cosas que no te la da un texto. Continente y contenido te cuentan historias. En internet solo está el contenido.
Un misterio todavía sin resolver: ¿Por qué Trump ha ganado las elecciones?
(Risas) Sí que es un misterio, pero creo que tiene que ver con la decadencia del sistema educativo. El auge de los populismos y de personajes como este tienen que ver con una falta de hábito de reflexión en la ciudadanía y está concectado con auge de las redes sociales, de lo digital, de lo inmediato, que en todo va tan rápido. Hoy se decide el voto en los últimos días, con la última algarada aún fresca. Nadie es ajeno a eso. Pasa en Europa y en América. Es el mundo al que vamos, que se aleja de lo reflexivo y se vuelve hacia lo instintivo. Es nuestro peligro como especie: acercarnos a aquello de lo que veníamos huyendo desde la prehistoria, que es lo instintivo, y a lo que ahora volvemos otra vez.
¿Qué resulta más difícil de comprender: el Santo Grial, que conecta con lo espiritual o la macroeconomía, que es más material?
Pues no existe tanta diferencia en el fondo. La macroeconomía llega a convertirse en algo casi de ficción, es un acto de fe, y como tal es muy manipulable, igual que el Grial. De repente se nos dice que la economía va mal y nos lo creemos de tal manera que hay crisis generalizada; en otro momento se nos convence de que va mejor y también nos lo creemos, aunque los mecanismos de producción básicos no han variado tanto. Hay una cierta intangibilidad extraña en la macoeconomía, mucho más de lo que pensamos.
¿Qué lleva en la maleta?
Javier Sierra (en la imagen, en el Museo del Ferrocarril) es un autor disciplinado, que siempre lleva en la maleta un cuaderno de notas con páginas blancas (sin rayas ni cuadrados) y un tubo de pegamento «para pegar las entradas, tickets, mapas» y otros papeles varios relacionados con los lugares por los que pasa. «Mis cuadernos son un collage», asegura, de sus peripecias y travesías. Una práctica que aprendió del arte de la memoria de los griegos. En su viaje le acompaña también un ejemplar de «La edad de la penumbra», una obra que tilda de «increíble».
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