Andalucía
Alabanzas para un sano
Sobre Alfonso Candón se relata que, en la vida civil, tiene un trabajo como propietario de autoescuela, un autónomo que sabe, por la cuenta que le trae, a cuánto está el litro de gasolina. Al diputado portuense lo despidieron con honores del Congreso en el último plenario del año y especialmente cariñoso estuvo el podemita Alberto Rodríguez, un activista callejero tinerfeño a quien, en su estreno como diputado, Celia Villalobos prejuzgó guarro por su peinado rastafari: «Espero que no me pegue los piojos», vomitó la impresentable malagueña. En el PP, como en cualquier organización humana, cabe lo miserable y lo ejemplar, y esto debe encarnarlo Candón, a tenor de cómo hablan de él sus adversarios. Lo definió el portavoz de Ciudadanos como «un tipo estupendo y un gran profesional». La socialista Rocío de Frutos le dijo ser «una persona maravillosa». Semejante catarata de elogios movería a pensar que se marcha para tratarse de una enfermedad grave, piedad para el moribundo, cuando lo cierto es que cambia la Carrera de San Jerónimo por el parlamento andaluz, para el que fue elegido el 2-D. Dejó un epitafio ilustrado en las redes sociales, pues pedía a sus colegas en el hemiciclo que fuesen «justos y benéficos», como recomendaba la Constitución de 1812 a todos los españoles. Paisanaje obliga, claro, pero qué apropiado resulta en estos tiempos de ignorancia que un padre de la patria conozca las Cortes de Cádiz y qué significativo es que ni siquiera haya tenido la tentación de tunear su modesto currículo académico: una licenciatura monda y lironda en Graduado Social figura en la biografía oficial de un tipo que ha preferido cumplir con las nóminas de sus empleados antes que enfermar de titulitis «fake», la enfermedad que padecen muchas de sus señorías. A ver si Moreno le hace un hueco.
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