Historia

Barcelona

Carlos Herrera, la vida es un millón de cosas por hacer

Es un éxito continuado de más de seis horas al día en Onda Cero; del resto del tiempo, en una existencia intensiva, no perdona ni las raspas

Carlos Herrera, la vida es un millón de cosas por hacer
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«Medio gitano y medio parisién», Herrera es una voz de referencia que despierta al país desde la salita de estar. Hace que la temperatura encienda el receptor, mantiene la velocidad de crucero, locuta como si no hubiera tormentas fuera ni huracanes dentro. Ha encontrado una «coiné» con la que agarra a las chachas, a los paletas, a los universitarios y a los banqueros. La calle es la torre de Babel pero él se ofrece con todos los acentos. Admira, por ejemplo, a Cab Callowey, del que recuerda que moribundo encontraba en el blues un surtidor de aliento. Este efecto placebo de relación familiar, de enganche emocional con su legión de oyentes, dibujó una acuarela romántica, y por tanto angustiosa, cuando un suicida, al borde del Puente de Triana, exigió que el locutor se presentara de inmediato, a la manera del cabo Rusty y Rin Tin Tin, o se arrojaría al vacío. Herrera fue y lo que allí se hablara, allí debió quedar, una vez que aquel amigo recondujo quedarse en este mundo.

Es un heterodoxo, una mezcla de genealogías y autoinvención, con sus evangelios apócrifos y cuarterones de sangre cubana, andaluza y catalana. Le echaría un pulso a Pericón de Cádiz y, luego, descendería a hablar con los hombres de Estado o entrevistaría a los mercaderes del templo. Está sometido al dictado de vivir los días con hechuras de siglo, cita a horas fuera de la costumbre, que los minutos son jornadas: «Nos podemos ver a las 15:47 o a las 16:24». Y al irrumpir, lo hace marcando la esfera del reloj para entrar cumpliendo. Suele hacer el programa desde una azotea, cuando los estudios son sitios claustrofóbicos: espacios cerrados desde donde se toma el pálpito a las aceras... sin ver la luz del amanecer. Herrera podría emitir con una caja de zapatos o mientras aguarda en un aeropuerto en esa vida veloz e intensiva de la que respira, de vuelos trasatlánticos y billetes de tren (de Washington a Cádiz, de Cádiz a Barcelona, de la búsqueda al viaje y del viaje a la huida). La principal mujer de la competencia había oído de sus leyendas e inquieta este verano nos preguntó: «¿Es verdad que Carlos emite desde un estudio de diseño frente al mar?». Será verdad o no, que eso lo sabrá mejor la audiencia. En la suya, en su voz, fluye el célebre Luis Arribas Castro, «Don Pollo», aquel genialoide locutor barcelonés de madre sevillana, que mezclaba reflexiones de Sartre con canciones de Antonio Machín y le encajaban al oyente en la oreja como las piezas de un ferrari. Don Pollo mandaba a Pedro Ruiz a regalar macetas a los vecinos, decía que «ser charlatán es la profesión más bonita del mundo» y le hablaba a un micrófono colocado sobre un ladrillo, «la ciudad es un millón de cosas». La vida es un millón de cosas y a la vez. Un millón de cosas y a la vez para Herrera si seguimos aquella vivencia que desveló el incólume José Antonio Naranjo durante su presentación del Pregón Taurino de la Maestranza de 2009. La copiamos aquí al pie de la letra: «Hace unos años, sería el mes de abril o mayo, Carlos estaba haciéndole una entrevista en directo al entonces presidente del Gobierno, José María Aznar. En el estudio de Sevilla estábamos sólo él, el técnico y yo, como siempre, y el Presidente, en Moncloa. En plena entrevista, después de preguntarle por el Prestige, Herrera cortó el micro y, por línea interna, me dice: 'Estoy dándole vueltas a la cabeza y me parece que no hemos apuntado las tortas de aceite en la lista del Rocío'. Yo le hice una seña con la mano, como diciéndole que luego luego lo miraría, que siguiera con el tema. Y él me contestó: 'Luego no, ahora, que luego se nos olvida'. Yo miré en el ordenador la lista que habíamos hecho dos días antes y, efectivamente, faltaban las tortas de Inés Rosales. Así que le dije que sí. Él volvió a pinchar y me contesta: 'Te lo dije. Es que tenemos la cabeza a las tres menos cuarto'. Ni que decir tiene que él siguió la entrevista como si tal cosa. Por cierto, una entrevista que al día siguiente salía en todos los periódicos alabando la sagacidad de Carlos».