Andalucía
Carlos Saura: «Las diferencias entre los españoles las veo en el baile»
Una exposición recoge sus primeros trabajos fotográficos en los pueblos de hace 60 años
“España años 50» es el título de la exposición que Carlos Saura (Huesca, 1932) acaba de presentar en la Fundación Cajasol. Con poco más de 20 años recorrió España para retratar la vida cotidiana de un país sumido en la pobreza con los ojos de un documentalista.
–¿Mira distinto Carlos Saura cuando es fotógrafo o mantiene la misma mirada cuando es cineasta?
–Creo que es algo muy importante, pero pienso que sí, porque son dos mundos muy diferentes. Siempre cuentas una historia, el cine transcurre en el espacio y el tiempo, se mueve todo. La fotografía tiene esa cosa maravillosa, y también negativa si quieres, del estatismo. En el momento que abres el obturador de una cámara lo que se queda es el pasado y ahí se mantiene. En el cine todo va corriendo, es como una novela, es algo mucho más parecido a una obra de teatro o a una ópera.
–Pero sí mantiene una separación, una distancia entre el que mira y el observado.
–No lo sé, pero en ese momento lo que yo hacía eran reportajes y eso te impide tener una relación personal con la gente, porque haces una foto rápida en un momento. No tenía la impresión de que esas fotos se iban a conservar para hacer un libro, en absoluto. Eran fotos que pensaba que tenía que hacer porque me apetecía hacerlas pero sin otro sentido. No creo que haya una frialdad, lo que sucede es que el fotógrafo siempre está fuera. Hasta el que va a una guerra se queda a un lado mientras le saca una foto a un herido o a alguien que está medio muerto. Ese fotógrafo debería ayudarle, no hacer la foto, ése es el dilema, pero el fotógrafo siempre está al margen de las cosas, se dedica a ver y ya está.
–En la exposición hay un primerísimo primer plano de una niña gitana que tiene la misma expresión que Ana Torrent en «Cría Cuervos». ¿Hay alguna relación?
–Es verdad que se trata de una niña muy atractiva, muy bonita, pero no diría eso. Nosotros nos dejamos llevar por ideas de otros, aunque yo no me preocupo demasiado de dónde vienen las mías. Las tengo y ya está, pero seguro que son variaciones de otras ideas que he tenido. Sí es cierto que nadie es original, hasta Picasso que tiene tantas cosas de otros, pero esa relación se da con todo.
–De lo que sí hay bastante es de la mirada de Buñuel en el documental «Las Hurdes, tierras sin pan».
–Es que cuando lo vi pensé que era el único documental personal que se había hecho en España. No sólo presentaba una realidad, sino que había un sentido irónico y cruel sobre lo que estaba pasando allí, que era la forma más descarada de decir que había que arreglarlo. Sin hubiera tenido otra forma, más condescendiente, más objetiva, no hubiera tenido ese efecto que luego ha tenido. Me pareció genial que metiera un movimiento completo de la Sinfonía número 4 de Brahms en toda la película, no se complicó más la vida.
–En una de las fotos de la exposición sale el cartel de una película, casi documental, también muy importante para entender a la España más débil. ¿Qué le pareció «Surcos»?
–Pues era de entonces, una muy buena película de José Antonio Nieves Conde, que en su momento fue muy revolucionaria porque trataba de ser un documental de cómo era el Madrid de entonces. Había una España en ese momento que corresponde a una realidad un poco olvidada por la oficialidad del franquismo. Las chicas de la Sección Femenina eran todas maravillosas y los niños todos falangistas. Había un mundo sesgado de lo que era este país y claro, llegabas a los pueblos y en muchos casos parecía que estabas en la Edad Media.
–¿Había entonces muchas diferencias entre los españoles?
–Le va a sorprender, pero yo las diferencias entre los españoles las veo en el baile. Vas al País Vasco y la gente baila con los brazos rígidos y levantando las piernas, es una cosa religiosa, casi mística. Mientras que en Aragón está la jota que ya es otra cosa, pero llegas a Andalucía donde hay un cambio radical, casi de concepto. Luego llegas a Cataluña y está la sardana, que es un baile muy aburrido porque no avanza. Vas bajando y te encuentras cosas nuevas, como las sevillanas, que es un invento genial.
–¿Qué queda de ese mundo que fotografió?
–Afortunadamente muy pocas cosas, no tiene casi nada que ver con cómo era, pero sí es cierto que hay demasiada uniformidad. En los últimos 20 años han sido brutales, España se ha adaptado muy bien a Europa.
–¿Películas como «Peppermint frappé» se podrían hacer hoy?
–No lo creo, ni esa ni muchas de las mías. El cine ha perdido a los productores, yo he trabajado con tres que eran una maravilla, Elías Querejeta, Emiliano Piedra y Andrés Vicente Gómez. Todos me han dejado trabajar en libertad y no se han inmiscuido en mi trabajo. Hoy no hay y se ha cambiado todo, hay una especie de «financieros» en función de ciertos intereses como los de las televisiones.
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