Sevilla
Domingo de Ramos
En toda Andalucía, al oír o leer este titular a millones de personas les sacude una especie de descarga eléctrica intensísima por todo el cuerpo. Para los «jartibles», entre los que me encuentro, el tiempo que transcurre entre un Domingo de Resurrección y el siguiente Domingo de Ramos es una especie de erial de tierra pantanosa, porque sabemos por años de experiencia que en esos ocho días te instalas en la mismísima felicidad, vives entre maravillas, portentos entre los que tu vida a veces parece que no va a poder superar. Pero lo cierto es que el primer «arreón» fuerte lo notas el miércoles de ceniza. A medida que va transcurriendo la Cuaresma, la corriente sanguínea se acelera hasta llegar a la hipertensión. Los cultos con las novedades que los priostes nos ofrecen en los altares, los Vía Crucis, los conciertos, las exposiciones... van dando un ritmo célere al tiempo. El domingo de Pasión ya todo está a punto, el pregón y ese largo recorrido por todas las iglesias que tienen a sus titulares en besamanos o besapiés. Hasta el viernes de Dolores hay una pausa, parecida a esas que se producen después de horas callejeando para ver las cofradías en esos puntos donde morir con ellas, que termina sentándote en un banco de una plaza tranquila para coger resuello y volver a la bulla. En este tiempo, entre domingos, he tenido la fortuna de presentar el anuario de la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santisima de la Esperanza Macarena, para colmo de mi fortuna era la primera vez que este acto se celebraba en la Basílica y allí, delante de lo más grande de la vida, la Esperanza, y en este caso de la Esperanza Macarena, hice la presentación. Al glosar los artículos que contaba el libro, escrito por grandes personalidades, me quedé con el que me pareció el mejor de todos, y no por su calidad, porque expresaba como ninguno el verdadero amor a una hermandad y a la Semana Santa. Lo escribía un hermano macareno de trece años, Ángel Ramírez González. Una terrible enfermedad lo ha dejado en silla de ruedas, ya no puede hacer su carrera de penitencia pero tiene la inmensa fuerza de gritar: «Volveré a vestir mi túnica de nazareno y la luciré con orgullo por las calles de Sevilla, viviendo la Madrugada con la alegría de quien vuelve de una larga batalla, orando por todos mis compañeros y pidiendo que sobre todas las cosas la palabra esperanza se convierta en nuestro estandarte». Este niño, este hombre recio de trece años deja todo tan claro que ya poco se puede añadir. Aquí sí hay relevo generacional, aquí no pasa como con las pensiones que están sin futuro, aquí sí ha funcionado el pacto de «nada sin mis hermandades». Hay otra muestra, otro niño de doce años asegura con toda la vida por delante que ya ha llegado a la cima del mundo. Les cuento el porqué. Como otras veces, se acercó a su iglesia para oír la lectura de la lista de los monaguillos que acompañarían al Señor de la Sentencia por las calles de su amada Sevilla. De pronto se produjo el milagro, oyó con la mayor claridad que había oído nada en su vida «Ignacio Rueda Hidalgo, monaguillo del Señor de la Sentencia». Lo más grande del mundo para Ignacio. Con esa verdad, con esos sentimientos, todo queda claro cristalino.
Les había dejado en esa especie de descanso que se produce entre el Domingo de Pasión y el Viernes de Dolores. En ese día ya la velocidad alcanza su grado máximo, en los barrios de la periferia ya están las hermandades haciendo carrera de penitencia con la ilusión de que llegue el día de hacer la carrera oficial. Y otra vez con los nervios que te devuelven a tu infancia te acercarás casi al amanecer, abrirás el balcón y, aunque esté diluviando el Domingo de Ramos, lo verás absolutamente luminoso porque te queda algo tan decisivo como la Esperanza, y esa virtud es de hierro, inasequible al desaliento. Buena Semana Santa, están en la mismísima gloria, cuidemos entre todos que nadie nos la arrebate.
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