Política

El insulto como bella arte

«La infantilización del espacio público es uno de los males más profundos»

«La infantilización del espacio público es uno de los males más profundos»

El escritor y showman argentino Hernán Casciari tiene contado que nunca termina de leer un poema de Borges sin dedicarle en voz alta este admirativo estrambote: «¡Qué reverendo hijo de puta el ciego de mierda!» Sir Thomas de Quincey nos legó un ensayo satírico titulado «Del asesinato como una de las bellas artes» que los hispanohablantes podríamos parafrasear aprovechando que nuestra lengua hace del insulto un virtuoso homenaje al insultado. Dolores Delgado, (todavía) ministra de Justicia, caerá victimada por la misma carcunda progre que la ha entronizado. Ya puede desgañitarse la doña explicando que su «maricón» dedicado a Grande Marlaska era cariñoso, una justificación plausible y muy probablemente cierta pero inaceptable para el partido que controla el medio público en el que un imitador tuvo que dejar saludar al presentador con el consabido «¿Qué pasa, Yuyu, maricona?» porque el epíteto hacía sangrar los castos oídos de una audiencia tenida por tan estúpida, que se la considera incapaz de distinguir una ofensa de un latiguillo. La infantilización del espacio público es uno de los males más profundos, y a lo peor irreversibles, de este tiempo tenebroso. Así, la vida política se rige mediante normas de guardería por las cuales cae en desgracia el que dice una palabrota mientras se prodigan mimos al terrorista añoso o al sedicioso huido en virtud de «nosequé» afán de diálogo «flower-power» o psicoanalizable añoranza del poder papal para conceder indulgencia plenaria. Hemos escuchado la charla tabernaria de una miembro del Gobierno y su padrino, Baltasar Garzón, con dos sicarios de la mafia policial: no es tan malo imaginarse cuántas conspiraciones hayan podido pergeñar como comprobar, fehacientemente y sin género de dudas, en manos de quiénes estamos. Qué nivelito, madre mía.