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Fernando Delgado: «Vicente Aleixandre lloraba al recordar a Federico»

«Mirador de Velintonia: de un exilio a otros (1970-1982)» recopila los recuerdos literarios en la intimidad del Premio Nobel

Fernando Delgado: «Vicente Aleixandre lloraba al recordar a Federico»
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Por la casa que habitó Vicente Aleixandre pasaron durante su exilio interior todos aquellos que con mayor o menor fortuna quisieron ser alguien en el mundo de la literatura española durante la segunda mitad del siglo XX. Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) llegó desde las Canarias a la capital madrileña, hasta el hotelito donde residía y recibía el Premio Nobel. Sus recuerdos de amistad y literatura se recogen ahora en «Mirador de Velintonia: de un exilio a otros (1970-1982)» editado por la Fundación José Manuel Lara.

–¿Qué era aquella casa de Velintonia?

–Además de una casa acogedora, era el lugar de recepción de los contemporáneos de Vicente Aleixandre, que iban y venían, el sitio por donde pasaban incluso escritores extranjeros. Velintonia era mucha Velintonia, no era un lugar de fiestas y devaneos. Era al mismo tiempo un lugar de conversación, porque Vicente no podía salir mucho de su casa por su enfermedad. Iba al cine y a la Academia una vez por semana, por eso se hizo aquello como un punto de encuentro. Recuerdo al comienzo del libro el paso de Pablo Neruda por Tenerife cuando iba camino de Chile para apoyar la campaña de Salvador Allende. Durante la conversación que tuvimos con él nos confesó que estaba deseando ir a Madrid para comer mariscos en Cuatro Caminos y visitar la casa de Aleixandre en Velintonia. Desde entonces ese nombre se convirtió en una obsesión, me convertí en un asiduo a esa casa donde compartimos algunas intimidades. Se enteraba de todas las golfadas que yo hacía en Madrid a través de Carlos Bousoño.

–Cuénteme más lo de Neruda.

–Aquello fue de una gran emoción, porque para nosotros Neruda tenía una significación enorme no sólo por el valor de su poesía, si no por su lado político. La lectura que yo hoy hago de él ahora tiene muy poco que ver con alguna vinculación política, pero sí por su poesía pura y dura. En aquel momento era un mito, una sorpresa. En realidad, fue Juan Cruz el que se enteró de que venía. Cuando salió el pasaje nos quedamos un poco extrañados porque no lo veíamos, pero yo lo identifiqué a lo lejos antes que Juan que es más bajito.

–En el libro sí es verdad que se hace un repaso de las principales figuras de la literatura hispanoamericana. ¿Cómo ha sido reencontrarse con ellos después de tanto tiempo?

–Pues observo esas conversaciones con emoción, porque no es un manual sobre su obra, y dándole el valor que tenían los comentarios que ellos hacía del trabajo de otros. Por ejemplo, Martínez Nadal, que fue un cronista privilegiado, me ofreció mucho información. Ahí se habla de ellos y sobre ellos, es un libro visto como un relato humano. De aquella gente que se fue, de los que lo hicieron y volvieron, pero también de los que se quedaron. Hay conversaciones con ellos, pero no es un libro de análisis. Aquello fue un privilegio. Participar de esa casa, era muy emocionante, aunque Vicente no hacía grandes reuniones. Recibía a cada uno por separado y tenía muy buenos amigos de todos los niveles. Se podía desarrollar muy bien con Dámaso Alonso, que era muy buen amigo suyo, pero también tenía una relación distinta con Gerardo Diego. Entonces nosotros, los «progres», lo veíamos con rechazo, absurdamente, pero gracias a Vicente tuve la oportunidad de conocerlo a fondo y saber que era una persona excepcional.

–Hábleme de Vicente Aleixandre.

–Bueno, Vicente tenía una intimidad, era homosexual, que había vivido con gentes de su generación y nos contaba unas cosas y otras no.

–¿Por esa casa planeaba la sombra de Federico García Lorca?

–Claro, pero para él planeaba siempre la sombra de Federico, donde estuviera. Vicente lloraba al recordar a Federico. Tuvo dos grandes amores, no digo amores sexuales, en la amistad y la admiración que fueron García Lorca y Miguel Hernández.

–Usted ha escrito que España «esperaba la muerte del dictador». ¿Tan adormecidos estaban los españoles?

–No estaba muy adormecida, pero la verdad es que nos cuesta decir eso porque nos cuesta aceptar que la dictadura fuera tan blanda al final. Esto no lo suelo decir, pero todos corríamos el riesgo de que en un momento llegara la Policía y se nos llevara a algún sitio, pero teníamos bastantes libertades consentidas. Esa España era relativamente grata y se veía venir el cambio. El propio Max Aub tenía la esperanza de aquello iba a cambiar, lo que pasa es que el pobre tuvo la desgracia de morirse antes que Franco.

–Qué compleja la figura de Max Aub..., sólo con sus cuatro nacionalidades.

–Sabes que el decía uno es de donde ha hecho el bachillerato y por eso se consideraba un valenciano. Me parece el escritor más importante de esos tiempos. Es el más prolijo, tiene una gran riqueza en todo lo que escribe, generoso, entregado con los demás. Era un hombre muy interesante que quiso mucho a España, con más patriotismo que muchos otros españoles. Max Aub es el escritor total, sorprendente y maravilloso. Fíjate, que yo le hice entrevistas a todos ellos, pero nunca le hice una entrevista y lamento no haberlo hecho, aunque teníamos muchas conversaciones.

–Y con Alberti en el Trastevere también las tuvo. ¿Cómo era su exilio?

–Era doloroso aunque él siempre tenía una visión optimista, combativa ante la vida. No se lamentaba mucho, la verdad. Una vez tuve un día delicioso con una conversación muy amplia. Alberti, que también era muy vanidoso, a veces tenía alguna envidia con el pobre Aleixandre y la tuvo más cuando le dieron el Nobel.

–En el libro queda bien claro lo bien que se lo pasaba usted.

–La vida me ha dado la satisfacción de conocer a toda esta gente no sólo desde el punto de vista literario, sino de amistad y familia como pasó con José Hierro, Francisco Brines y Bousoño. Todos fueron fundamentales para enriquecerme, al final tener ese privilegio también lo tuve con Juan Marichal y Solita Salinas, su mujer.