Literatura
«Hemos sustituido la reflexión por la ocurrencia»
Conversaciones con José Antonio Gómez Marín al hilo del XVI Premio Romero Murube por su artículo «Vivir para el otro».
Conversaciones con José Antonio Gómez Marín al hilo del XVI Premio Romero Murube por su artículo «Vivir para el otro».
Sobre la terraza de la casa de José Antonio Gómez Marín (Huelva, 1949) caen el azul del cielo otoñal de Sevilla, el tañer de los campanarios cercanos y el griterío de las aves díscolas que vuelan al mediodía. Mientras saborea una cerveza, comenta las vicisitudes que le llevaron a ganar el XVI Premio Romero Murube que entrega ABC de Sevilla por un artículo sobre las Hermanas de la Cruz, «Vivir para el otro», publicado en El Mundo el 20 de octubre de 2015. Entre sorbo y sorbo, el nuevo articulista del periódico de las tres letras confiesa que pese a su amplia trayectoria en los medios de comunicación entiende más de la entrevista sociológica, por su vertiente de profesor universitario, que de la periodística aunque lleve décadas encadenado al oficio de escribir. «Escribía desde muy joven en ‘Triunfo’, en la ‘Revista de Occidente’, en ‘Cuadernos hispanoamericanos’.
Básicamente soy un lector crítico y siempre he tenido tendencia a escribir, no eso que se llama crítica literaria, que la he hecho pero en la que creo poco, sino en la espontánea. Lo que de verdad soy es un lector con un gran interés por dilucidar lo que se lee».
Discípulo de José Antonio Maravall, le gusta el editorialismo y el columnismo con cierta nostalgia en sus palabras por los grandes escritores de una generación que participaba activamente en la prensa. Ahora todo es diferente, el momento actual, saturado de información, no deja claros los límites de la verdad. «Hay un exceso cuantitativo de opinión, tertulias, articulistas y un cierto déficit de calidad; lo que se explica por la falta de formación de fondo de las nuevas plumas. Mi generación estaba más formada que las nuevas, lo que no quiere decir que no hubiera borricos, pero en las nuevas no se encuentra una formación intelectual de base». Hablamos del periodismo de Ortega, Pérez de Ayala, Unamuno o Marañón.
«Grandes maestros, extraordinarios, que hoy son muy raros. Es muy difícil encontrarse con un Antonio Elorza, que es especialista en Ciencia Política, porque hay un exceso de opinión que lleva acompañado un déficit de la formación básica de los escritores».
Nombres y textos imposibles ahora que falta papel, espacio y sobre todo lectores, que han sido sustituidos por «likes». Ahora los huecos son cada vez más pequeños, no hay sitio suficiente para que el pensador pueda volcar sus reflexiones. «Al recibir el premio dije que hemos sustituido la reflexión por la ocurrencia. No hace falta dar nombres, pero mañana dice alguien que la veleta del Salvador está torcida y hacemos una rueda de prensa. No es lo mismo que si dice por qué las mujeres cobran menos que los hombres, lo que exige una respuesta fundamentada». Gómez Marín pone el dedo en la llaga y señala a la debilidad del sistema educativo actual y a las tentaciones que ofrecen las nuevas tecnologías para una generación que no lee ni reflexiona pero que es capaz de dominar las máquinas más punteras con total facilidad sin haber pensado jamás, eso sí, en enfrentarse a las principales obras del pensamiento del ser humano: «Tendrán una formación light y una forma light de escribir», sentencia.
Aprendió a leer en los periódicos dentro de una tradición del saber escrito basado en el magisterio, ahora otea el horizonte no demasiado halagüeño de un mundo que deberá tomar conciencia de su situación y coger por los cuernos la necesidad de afrontar una verdadera reforma educativa. «Los medios, incluyo todos, tienden a la banalidad, como habla Hannah Arendt sobre el mal». Un tema sobre el que ha trabajado la tesis doctoral que próximamente leerá, un concepto adherido a la condición humana, siempre presente en la Historia. «La lucha por el poder, por la distinción como dijo Pierre Bourdieu. Una obsesión que pierde al hombre en definitiva hacia el poder, como dicen incluso desde la teología: ‘El mal es el poder’, algo contra lo que hay que luchar».
Niño bien de Huelva, comparte su afición por el fútbol donde llegó «a jugar bastante bien aunque esté mal que yo lo diga», con la Tauromaquia. Le gustan los toros y Curro Romero, con el que tiene una cercana amistad. «Admito que se trata de un espectáculo brutal, cruel, pero no sé explicarte como español de mi generación por qué a mí me gustan tanto los toros, por qué me emociono ante esa fuerza estética. Sé que hay una crueldad en las corridas, porque no soy tonto, pero yo y la mayoría de los taurinos no la vemos». Ante esta idea, una parte de la sociedad que vive de espaldas a la realidad de la muerte, que oculta en los tanatorios y los hospitales, porque todo parece ya una ficción, niega la realidad del último rito de la cultura mediterránea.
Cuando los intelectuales han caído en la escala apreciativa de la sociedad, los políticos sin formación se han sentido a sus anchas en la arena de la opinión pública, pero Gómez Marín descarga de la «responsabilidad» a los primeros. «Hay un equívoco que es preciso explicar. Eso del deber del intelectual habría que aclararlo, porque los intelectuales, yo lo soy en el sentido etimológico, no valorativo, también tenemos nuestra paciencia y ésta se acaba. Se produce un alejamiento de la sociedad de la que es culpable pero que tampoco es real, porque en cierta forma nunca dejamos de estar con el ojo pendiente». Al intelectual se le exige más en este país pese a que haya sido «sustituido el valor referencial del intelecto por el del casuismo político».
Vuelven a sonar las campanas mientras muestra su biblioteca, laberínticamente borgiana, perfectamente clasificada por materias y campos del pensamiento. A mano desde la mesa de su despacho los clásicos de la literatura española, más alejados los manuales de investigación sociológica. «Soy un lector disperso, obsesivo, ávido, relector, en muchas ocasiones sistemático, siempre subrayo. Soy disconforme incluso con lo que he señalado en lecturas anteriores». En los estantes hay tomos de astrofísica, biología, teología, historia...
«Hay tipos como yo que se han perdido en una visión postrenacentista, aunque yo no soy Leonardo». ¿Quiso ser polímata y acabó sociópata? «En absoluto, pero sí soy una persona desengañada de muchas cosas. Creo que hemos llegado a un modelo de sociedad que no le ofrece al intelectual ningún aliciente para estar en la vida pública. Es más, ésta lo rechaza violentamente».
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