San José
Joe Strummer, el punki melancólico
Hoy una estrella del punk, además de estar en algún pliegue de la Historia del rock, sería estudiada por la biología. Los punkis, hijos de la próspera Inglaterra, querían llegar jóvenes a su propia inmolación. Los Sex Pistols se echaron a la parrilla con cazadoras de cuero, imperdibles, cadenas y botas militares. Y todo se pulverizó, una bengala.
Joe Strummer, hijo de un funcionario cosmopolita, estaba allí, en el Londres underground, con una guitarra en las manos. De raíz acomodada, fue squatter, tuvo una novia española y, con tres músicos-voluntariosos, formó Los Clash. Al principio, eran actitud. La actitud en el rock and roll es ser un pretencioso y regodearse. Strummer, ya cuando se hizo mayor, lo explicó muy bien: «Nosotros éramos socialistas para enfrentarnos a Thatcher. Socialistas de Carlos Marx. Pero,claro, si Marx, con lo que sabía, no pudo cambiar el mundo, ¿cómo iban a cambiarlo cuatro músicos dando guitarrazos?» Al grupo se le herró como punk, una marca que se le ha acabado quedando muy estrecha. Bajo una atmósfera caótica, compusieron grandes canciones, audaces y diversas. Para «London Calling» (1979) contrataron a Guy Stevens. Era un productor majara y genial. Un mito de los sesenta que se peleaba con el ingeniero de sonido y arrojaba sillas y escaleras mientras la banda grababa en el estudio. «Era una forma de motivarnos. Tienes que estar más concentrado para evitar que te caiga un mueble en la cabeza mientras tocas el bajo», comentaban los músicos en el dvd extra que celebraba el 30 aniversario del disco. Durante aquel proceso, los miembros del grupo no hacían vida nocturna: jugaban al fútbol, entre ellos o con gente que venía a visitarlos; lo consideraban parte de una terapia para estar más unidos. Aquel álbum –una palabra que, demonios, ya nos suena igual de vieja que transistor– fue un éxito. Después empezaron los problemas de todas la bandas con éxito.
Strummer, abrumado, emprendió una huida española y apareció, hacia mitad de los ochenta, por Granada. Allí hizo piña con la tribu local y mientras en su discográfica dictaban una orden de busca y captura, él deambulaba por bares y se mezclaba con músicos pop que lo veían como a un aparecido. Había generado grandes beneficios (largas giras y discos de éxito) y todavía faltaban un par de años más para que su banda se disolviera definitivamente.
El viajero romántico, versión ochenta, acabó comprándose una casa en San José (en el Cabo de Gata, Níjar) y hacía recurrentes excursiones en Granada y Almería.
En 1986 dejó olvidado un Dodge (3700 GT mod. 1973) en un aparcamiento de Madrid. Once años después, hizo un llamamiento, a través de Radio 3, reclamando a la audiencia que le ayudara a encontrarlo. La operación ha originado un reciente documental; total, una excusa para hablar de su «crossroad» por Andalucía, «su obsesión». En el documental, a los músicos españoles de la época le preguntan por el Dodge y, como la verdadera medida de la vida es el recuerdo, cada uno asegura que era de un color. Pocos se atreven a decir que no vieron el coche de Joe Strummer.
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