Toros
Juan Antonio Ruiz «Espartaco»: «I am a bullfighter from Spain»
El torero repasa su vida en el libro «El largo y difícil camino del éxito», marcado por la disciplina de su padre, al que siempre dio la razón
Espartaco lleva puesta la sonrisa del padrino en el bautizo, pero cuando habla asoma la humildad del que se sabe perseguido por el hambre (de cualquier tipo) y la muerte. Perseguido no por la elección personal de su oficio, matador, sino por su condición humana. Es, en este sentido, un hombre cabal, porque incluso en la fiesta y el frenesí del triunfo nunca olvidó que los sueños sólo son proyecciones, una forma de guarecerse del futuro, no un viaje garantizado a Lourdes. «Sentí un pinchazo, un ataque de miedo, le dije al conductor que volviéramos al hotel. Estaba llegando a Las Ventas. Mi apoderado trató de convencerme: 'Juan mira todo lo que has conseguido. Ya tienes buenos coches y tierras y casas...' «¡¿Sí?, ¿todo ese tengo ya?! Ahora es cuando, de verdad, nos volvemos al hotel», le respondió.
Esa sonrisa, al modo de Espartaco, luciendo todas las piezas frontales, es según los de la antropología, una herencia de nuestro pasado primate: se apretaban los dientes a fin de mostrarlos y marcar territorio. Los toreros conocen la muerte por los nombres de los compañeros y, con los mitos (especialmente Manolete, pero también Joselito, Sánchez Mejías y Paquirri), la muerte hizo orfebrería y España. Este arte recuerda que el final se presenta en una tarde de primavera. En esto, el apoderado de Espartaco, Rafael Moreno, nos contó el otro día que, en los tendidos o en el burladero, se grita «venga, maestro, vamos allá». Un «vamos» inclusivo, que le supone tanto valor al respetable que se está fumando un puro como al torero. Debiera ser sólo «ve allá», porque el único que va es el torero. Espartaco fue cuando era un niño y volvió luego sobre sí mismo. Desde la época del acné hasta Colombia, amaestrado por su padre, al que considera un héroe del plan antiguo. «En la escuela de toros de Espartinas es duro. Le advierto de que debe reducir la intensidad de los entrenamientos, que algún día, cualquier padre protestará. Pero él cree en el esfuerzo y en las cosas que duelen y así me lo enseñó a mí. Yo siempre le hacía caso, aunque muchas veces la razón sólo la llevaba por ser mi padre». De aquellos primeros viajes a la tierra caliente, el torero ha contado en público la anécdota que ya podríamos titular, por célebre, «Bo Derek, el padre de Espartaco y el joven muchacho que le acompaña». «Mientras estaba en un hotel colombiano recibí una invitación para conocer el rodaje de una película que Bo Dereck estaba preparando en Cartagena de Indias. Mi padre, fuera de sí, me dijo que no iría porque distrayéndome con unas y con otros no llegaría a ser torero, 'lo más importante en la vida'. Pero a mí las ganas me comían y le escribí esta carta que dejé a su nombre en recepción: 'Estimado señor Ruiz: Soy una gran admiradora suya. Todas las mañanas lo veo por el hotel y me llama la tentación de abordarle e intimar. Me contengo porque usted, en todo momento, va acompañado de un muchacho'. Al leer la carta, mi padre, me dijo: –'¿Tú no querías ir a Cartagena a no sé qué? –Sí, yo quería, pero me dijiste que no podía distraerme porque así no iba a llegar a ser nadie. –No, pero creo que es bueno que te airees, porque así luego rendirás mejor. –No, papá, lo he pensado mejor, prefiero quedarme, le decía yo para que recalcara el permiso. –No, hombre, no. Vete, vete, que vendrá bien'. Yo me fui, eché unos días en el rodaje y al volver, él no dejaba de hacer flexiones; de preguntar en conserjería si alguien se había interesado por él o de perfumarse». Espartaco padre esperaba a una señora que sólo estaba en una imaginación adolescente, cuya argucia tenía como fin tener visado para conocer en carne mortal a Bo Dereck, a aquella a la que Blake Edwards erró como un animal sexual: 10, la mujer perfecta.
Espartaco es Juan por Belmonte, al que su padre lleva o llevó en un portafotos en el coche como si fuera el antepasado reverencial de la familia. Podría pensarse, por el estereotipo que ha propagado la televisión estercolero de su rica personalidad, que el mundo entero de Espartaco se concentra en una visión miope del toro. Una concepción del universo enchiquerada en aquella llamada que desde la Antártida hizo Espartaco a su progenitor: «–¿Cómo estás por ahí, hijo? –¡Esto es muy aburrido, papá! –¿Y no tienes a algún amigo que te suelte unas vaquillas para que puedas tentar un poco?». Sin embargo, Espartaco es una personalidad en busca de un autor literario, cuya gran humanidad merece ser explorada a fondo, detalladamente y no en ese buceo a pulmón que es el periodismo. Cazador en África, viajero incansable, solitario y coloquial, en el control de un aeropuerto americano la policía de frontera lo retuvo al coincidir su nombre con el de un narcotraficante. Encerrado en una habitación, bajo la mirada escrutadora de una policía oronda, comenzó a chapurrear inglés. «Por favor –decía–, mire en Internet. Soy un torero, de España. I am a bull-fighter». La agente empezó a reírse, vio sus fotos en Google vestido de luces y finalmente, lo pusieron en libertad.
Ahora que presenta el libro de memorias escrito por su apoderado, es justo decir aquí que es un buen hombre, haciendo un trabajo firme para ser humilde y animoso. Está en el camino de la sabiduría, por eso se da la importancia justa. Cenando una noche de abril en El Burladero del hotel Colón, y en presencia de una quincena de personalidades, una voz anónima le preguntó: «–Juan, ¿tú eres el que más veces ha abierto tal puerta grande, no? –Yo, no, el maestro», dijo él mirando con respeto a Curro. Se preguntó por el número exacto y era el mismo en ambos casos. Como se sabe, glorias mundanas, el que más veces abre la puerta grande de cualquier plaza es el portero.
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