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Sevilla

Juan Miguel Vega: «El centro de Sevilla se ha trasladado a Nervión»

Las antiguas puertas de la ciudad y su pervivencia en el imaginario colectivo de los sevillanos dan forma a «Veinte maneras de entrar en Sevilla»

Juan Miguel Vega: «El centro de Sevilla se ha trasladado a Nervión»
Juan Miguel Vega: «El centro de Sevilla se ha trasladado a Nervión»larazon

Hubo un tiempo en el que Sevilla estaba rodeada de una muralla defensiva con una veintena de puertas que se convirtieron, con el paso de los años, en señas de identidad de la ciudad. El periodista Juan Miguel Vega acaba de publicar «Veinte maneras de entrar en Sevilla» (Abec Editores), un recorrido histórico y sentimental por las puertas que servían de acceso a la ciudad y que se fueron transformando, desde una primitiva concepción militar, en verdaderos monumentos que incluso llegaron a plasmar los hispanistas del siglo XIX. La obra surge a raíz de una serie de reportajes que el autor publicó en prensa. «Siempre me ha llamado la atención el patrimonio de Sevilla y su muralla, ya que es el monumento más expuesto al uso, más desprotegido». Vega considera que es un «elemento cotidiano» al que «no se le presta una vigilancia ni un cuidado especial», lo que le lleva a preguntarse «¿cómo sería la ciudad con la muralla en pie?».

Efectivamente, la mayor parte de las puertas y sus correspondientes lienzos de muralla se derribaron en 1868, con motivo de la Revolución Liberal. Sin embargo, los sevillanos todavía se ubican tomando como referencia las antiguas puertas. El mercado de la Puerta de la Carne, la farmacia de la Puerta Carmona o la parada de autobús de la Puerta Osario son algunos de los hitos espaciales que se mantienen vivos y que «llaman la atención de la gente de fuera». «Esto remarca la fuerza identitaria que tenían las puertas, que incluso dieron nombre a barrios enteros». ¿Fue un error su derribo? «Evidentemente, sí». El autor asegura que «ahora tenemos conciencia de que la muralla y la puerta de la Macarena es un monumento, pero antes no, puesto que se consideraba una obra pública cuya utilidad había desaparecido». Además, estas construcciones llegaron al siglo XIX «muy degradadas y, con la cantidad de enfermedades que existían, había que ventilar las ciudades». Otro inconveniente era la estrechez de los vanos y la imposibilidad de que pasaran carruajes de grandes dimensiones.

Algunas de las entradas y postigos más desconocidos son la Puerta del Sol –que se ubicaba en la calle del mismo nombre–, la de San Juan en la calle Torneo, la de la Basura en la calle Feria o el Postigo del Jabón, en las inmediaciones de la calle Tintes. Una de las más espectaculares era la Puerta de Triana, concebida como un gran arco del triunfo y que Vega sitúa como el paradigma de la «gran pérdida patrimonial» que supuso el derribo de estas edificaciones. Ahora tan sólo quedan en pie la de la Macarena, el Postigo del Aceite, el Postigo de la Plata y la Puerta de Córdoba.

La muralla y el crecimiento de la ciudad en torno ella provocó también una división imaginaria –intra muros y extra muros– que permanece en la conciencia de los sevillanos y sus políticos, que consideran que «Sevilla es su casco histórico y un poco de Triana, cuando esto supone en realidad el 10 por ciento». Vega defiende que «hoy en día, el centro de Sevilla se ha trasladado a Nervión», al tiempo que critica que «todo se hace pensando sólo en el centro, como las obras emblemáticas». Un ejemplo de esta nueva realidad es la calle Luis Montoto, una de las vías «más horrendas» de la ciudad pero que «es su arteria principal». A su juicio, «no se le da el cuidado y la importancia que tiene» porque no se ubica en el centro, a pesar de que atraviesa una gran extensión de la ciudad sobre una antigua calzada romana, desde la Puerta Carmona hasta Torreblanca. El autor, igualmente, considera descabellado el intento hace años de reconstruir la antigua Puerta Carmona, precisamente «una de las principales» que se alojaban en la muralla: «Un hermano mayor de una cofradía soñaba con este proyecto, incluso el Ayuntamiento de entonces vio con buenos ojos la iniciativa, pero no tenía sentido».