Córdoba
La memoria de un patio cordobés
Los centenarios patios de Córdoba, declarados patrimonio inmaterial de la humanidad, no solo son macetas y flores entre paredes blanqueadas, sino que en su interior guardan la memoria de lo que ha sido y es hoy en día la sociedad cordobesa.
Que las musas de Julio Romero de Torres fueran mujeres cordobesas parece que no fue cuestión de azar pues, en los típicos patios, sus macetas competían en protagonismo con ellas, verdaderas regentes de la vida doméstica del siglo XX, cuya rutina hace que el costumbrismo de "Historia de una escalera"se quedara corto en comparación con los vecindarios de la Ajerquía.
José, el zapatero; Juan, el fundidor, y Paquita, la modista, no son los protagonistas de la obra de Buero Vallejo sino que eran algunos de los 90 vecinos que, llegados del éxodo rural, ocuparon el patio cordobés de la plaza de las Tazas número 11, en el corazón de la Ajerquía cordobesa.
"Todos venían de trabajar en el campo en busca de oportunidades en la capital y se iban alojando en habitaciones de las casas patio que adornaban con latas, donde traían sus esquejes de flores", explica Cristina Bendala, una arquitecta sevillana que ahora vive en esta casa patio conocida como el Picaero, un antiguo establo del siglo XIX.
Cristina conoció el patio, casi en ruinas, cuando realizaba un estudio arquitectónico de las viviendas para el primer mandato democrático de la ciudad por encargo de Julio Anguita en la década de los setenta y se quedó tan atrapada por el lugar que logró superar el entramado legal para adquirirlo y reconstruirlo.
Pero la esencia de esta casa la llevó a interesarse más allá de por su arquitectura y comenzó, tras jubilarse, una investigación sobre los habitantes originarios del patio, recabando testimonios, fotografías y publicaciones con las que está conformando un puzle sobre la intrahistoria de la sociedad cordobesa.
En las 19 habitaciones que había en la planta de 750 metros cuadrados vivió una Miss Patios, Pepita Medina, y el torero Rafael Flores crío a sus hijos correteando por las pilas de lavar y el pozo, al olor de los pucheros que hervían en los fogones las abuelas mientras canturreaban.
Además, la propietaria relata con dulzura a los miles de turistas que visitan el patio en mayo que allí vivió Regina, una sabia curandera; Loli, "la de las niñas", que parió a cinco hijas en seis años; Fernando, "un mariquita"muy saleroso que "echaba las cartas"; y cómo no, Angustias, que tenía en la misma casa un taller de platería con su marido.
Entre todo este vecindario, era Paquita, la modista, la que "gobernaba"un poco aquel percal, mientras Benita, Sole, Mercedes y Rosa cuidaban de los niños, lavaban a mano, tendían la ropa y remendaban calcetines.
"Este patio transmite mucho de esa rutina en comunidad donde las mujeres eran las protagonistas de la vida doméstica", comenta Cristina, su propietaria y cronista particular, que recoge en sus apuntes y fotografías cada dato de los que le aportan los descendientes que todavía se acercan a la plaza de las Tazas a recordar su niñez en la Córdoba de antes de la guerra.
Es el caso de Antonio Arenas, el hijo de "Catalina, la del moño", un chiquillo hoy fotógrafo jubilado que visita el patio para recordar sus años de juegos a la pelota y al escondite, al fresco de los geranios.
El Picaero, en la plaza de las Tazas número 11, embriaga a olor a terrazo fresco y a buganvillas nada más pasar el zaguán, donde Cristina abre las puertas de su casa cada mes de mayo mientras compone una historia que no se cuenta en los libros.
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