Viajes
Lo que don Cristóbal permita
La sobredosis política del curso pasado, y también Donald Trump, aconsejaron en 2016 el adelantamiento al 27 de junio de estas tonterías estivales con las que hoy empezamos a castigarlos. Bullen los sanfermines en el año I después de la manada, unos hideputas que dejaron grato recuerdo (por las que hilan) de los andaluces por Pamplona pero la cosa no irá de encierros, a no ser que un juanpedro ensarte a un yanqui despistado o que Diego Cañamero cambie la moqueta del Congreso por la gañanía de un cortijo ajeno. Pasó la edad del desenfreno y ahora no hay más «Fiesta» navarra que la inspirada por una improbable relectura de Hemingway, sobrevalorado al modesto entender del firmante. Hay planes, sin embargo, por supuesto que sí. No puede faltar la visita a la casa solariega de los Pirineos, siquiera para recoger la ración anual de fuagrás, ni los repentizados «blitz» a los distintos puntos de la costa andaluza, e incluso puede que las obligaciones laborales nos lleven fugazmente a Asturias y futbolísticamente, a ver qué dice el bombo de la UEFA, a alguna capital europea rondando Ferragosto. Tampoco es negociable asomarse a Portugal, cuyos educadísimos ciudadanos tienen la excelente costumbre de hablar quedo, quizás para diferenciarse de sus vecinos ibéricos, tan ruidosos. Pero el viaje con todos sus avíos, esta vez, va a ser a la misteriosa Islandia, la nación más septentrional del globo. Ya les contaré. No es escaso movimiento para un autónomo mileurista obligado a encajar las escapadas vacacionales entre el pago de la renta y la declaración del impuesto de sociedades. Montoro envenena nuestros sueños, en efecto.
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