Literatura

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«Los perdedores escriben la Historia»

Juan Pedro Cosano
Juan Pedro Cosanolarazon

Jerez protagoniza de nuevo la última novela de Juan Pedro Cosano en la que rescata la lucha de clases de comienzos del siglo XX con una historia de amor de fondo

Cuando Jerez no era conocida por los escándalos políticos y la corrupción, el mundo elegante de Inglaterra y Estados Unidos ponía los ojos sobre los afamados apellidos vinculados al Sherry. Prestigio, clase, dinero y poder en una pequeña ciudad polarizada sobre la que vuelve los ojos de nuevo el abogado Juan Pedro Cosano.

–Para Umbral, Madrid era un género literario en sí mismo. ¿Jerez da para tanto?

–No son comparables. Madrid, desde los Borbones, es la gran ciudad de España. Jerez tiene el encanto de lo pequeño. Madrid es España y es mundo. Jerez es microcosmos. Jerez es Sur y Vino. Bodegas y Misterio. Tópico y dura realidad: paro, desindustrialización y la irrelevante e inconsciente implicación con ese mismo tópico. Mezcla de miserias y grandezas. Y en ese ámbito todo es posible.

–Ha escrito tres novelas ambientadas en siglos distintos, ¿qué etapa le gusta más?

–No soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero sí pienso que cualquier tiempo pasado es buen espejo donde reflejar el presente y observar cuidadosamente esa refracción. De las tres novelas, dos están ambientadas en el siglo XVIII, y «La Fuente de oro», en el siglo XX. Pero antes de publicar con Planeta autoedité una novela, «Hispania», ambientada en la Gades del siglo I a. C. Ésa es mi época, la de la República romana. Pregúnteme en quién me habría gustado reencarnarme y le responderé sin dudar: en un senador romano. En Marco Emilio Escauro, el príncipe del Senado de entonces.

–En este Jerez de los años 30 se ve ya el fin de un momento de cosmopolitismo que vivió la ciudad, algo que ya de por sí era muy literario. ¿Le sirvió de enganche?

–No creo que esos años treinta fueran el fin del cosmopolitismo jerezano sino, muy al contrario, el tiempo de su apogeo. Pero, respondiendo a su pregunta y para ser honrado, he de decir que esta novela no fue idea mía. Fueron Ana Rosa Semprún y Miryam Galaz, de Espasa, quienes me hablaron de que en el Jerez de aquellos años existía una gran novela, y me propusieron escribirla.

–¿Qué parte de la novela le debe a la brecha abierta por Blasco Ibáñez?

–Si el maestro Blasco Ibáñez abrió una brecha cicatrizó hace muchos años. Después de «La Bodega» sólo podría citar a «En la casa del padre», de Caballero Bonald, que es más sanluqueña que jerezana, y la última de María Dueñas, ambientada en el siglo XIX. Blasco Ibáñez pretendía sobre todo una denuncia política; yo pretendo hablar de otras cosas: del amor a extramuros del matrimonio, de la situación de la mujer de la época, de las intrigas empresariales y familiares de los bodegueros y de cómo la política puede influir en quienes pretenden alejarse de ella por todos los medios.

–¿Quiénes son los héroes en «La fuente de oro»?

–Como siempre en mis novelas, mis héroes son los perdedores. Los perdedores escriben la Historia aunque la Historia se olvide de ellos. A «La Fuente de oro» la hacen épica personajes como Juana Fuentes, la madre de Lele; como Antonio Barea, un idealista violento que habría estado dispuesto a renunciar a su ideal por un amor que se le niega; o como Sonsoles Domecq, la esposa que ha de resignarse a un amor clausurado.

–¿Se ha recuperado Jerez de las heridas abiertas entre dos sociedades tan polarizadas como las que cuenta en la novela?

–En absoluto. A Jerez se la privó de la clase media, y esa es una herida que sigue sangrando.

–Existe el Madrid de Galdós, el Dublín de Joyce, el París de Proust, la Roma de Moravia, ¿Qué escritor ha encontrado el verdadero corazón de Jerez?

–Me está obligando usted bien a realizar un esfuerzo de memoria que me temo va a ser infructuoso, o bien a ser inmodesto.

–¿Cuánto hay de homenaje y de crítica a su ciudad?

–En mis novelas sólo pretendo entretener al lector y contar, con buena proa, una historia verosímil y distraída. Nunca pretendí ser cronista ni censor ni panegirista de las cosas de mi tierra.

–Entiendo que un homenaje claro es la inclusión en la novela el apellido Obertos de Valeto, que es el de quien cedió los terrenos para construcción de la Cartuja.

–Ya hablaba de don Álvaro Obertos de Valeto, el fundador de la Cartuja, en «El abogado de pobres». Pero la verdad es que elegí ese apellido porque es eufónico y porque en Jerez se ha perdido y no quería que Maravillas Obertos de Valeto, tal vez el personaje más túrbido de la novela, pudiese ser identificada con nadie real.

–Quien lea el libro se preguntará qué es lo que ha pasado para que Jerez se encuentre como está siendo lo que fue. ¿Está de acuerdo?

–Claro. ¿Cómo aquel Jerez de casinos, hipódromo, restaurantes con cartas dignas de cualquier bistró francés, cabarets de alto copete, teatros y bodegas multimillonarias ha podido perderse? ¿Cómo ha podido aquel Jerez convertirse en una ciudad con un 40% de paro y sin industrias...? El problema no es hacerse la pregunta, sino responderla.

–¿Qué queda de aquella gente, tan inglesa y tan poco andaluzaque protagoniza la novela?

–Pues queda más de lo que se pueda pensar. Queda el habla, que tal vez es la más musical y menos cerrada de Andalucía; queda la elegancia en el vestir; queda la noción de ciudad que, parafraseando a Carlos Cano, «vive en sí misma tan prisionera, que sólo tiene salida por las estrellas». Y, también, algo de su cosmopolitismo, del que muchas veces pienso que, más que cosmopolitismo, es apatridia.

–La novela cuenta una vida muy lujosa para unos y terrible para otros. ¿Le ha costado mucho algunas escenas durísimas que escribe?

–Al contrario. Me encantan las escenas terribles, aquellas en las que los sentimientos explotan como arena bajo las pezuñas de un toro. Más me cuestan las escenas mansas.

–La familia González es la única que mantiene en su totalidad el control de sus bodegas, ¿fueron más listos que los Domecq?

–Es difícil enjuiciar a nadie a ochenta años vista. Pero, si hubiera que hacerlo, pienso que a los Domecq los condenó su apellido. Llamarse González es más llevadero. Pero, ¿llamarse Domecq? ¡Debía y debe ser una exigencia terrible! Recuerde aquello de «Nobleza obliga».

–¿Qué ha pasado con el «abogado de pobres»? ¿Lo ha aniquilado?

–Claro que no. Ahora estoy con la tercera entrega, que se titulará «Las monedas de los 24».

–¿Para cuándo una novela sobre el Jerez de la democracia y la gestión de sus alcaldes?

–Encantado de haberle concedido esta entrevista tan original y tan bien preparada.