Andalucía

Manjar o guarrada

Plato cocinado a base de hormigas y gusanos / Foto: La Razón
Plato cocinado a base de hormigas y gusanos / Foto: La Razónlarazon

No hay que meterse treinta horas en un avión para comer carne de canguro. A sabiendas, la había probado en un bar de Huelva que la servía picada en hamburguesas. Mi querida Inma Carrasco, que es persona de orden, se decantó por los consabidos chocos fritos. Puede que alguna vez le hayan colado el rabo de este simpático marsupial en vez de la cola de toro, según descubrió hace unos años la Policía, que detuvo a los responsables de esta versión actualizada del «gato por liebre». Al horno, como es preceptivo aquí, sabe a ternera y tiene la textura de la caza, quizás venado o gamo, ya que es un animal fibroso que vive en libertad. Choca zamparse a un bicho tan amigable y bonito, pero tampoco el cordero da motivos para entregarlo al matarife y bien que lo disfrutamos en los asadores castellanos. La comida es una actividad cultural, en efecto, y alguien escrupuloso sólo puede concebir un manjar más repugnante que nuestros caracoles: esos «escargots» tan apreciados en Francia, que exceden el tamaño de una babosa y puede ser entremés que preceda a guisos de caballo o rana. Es casi obligatorio tomarse un snack de hormigas y saltamontes fritos en China, igual que todo restaurante peruano ofrece en su carta cuy, una especie de hámster que lo mismo puede asimilarse al rico conejo que a la asquerosa rata. Me contó un guía camboyano que la serpiente es parecida a la pechuga de pollo y es el plato estrella de la cocina jemer, exquisita por otro lado, aunque no hubo manera de comprobarlo. En casa, siempre me pregunto qué pensarán los turistas japoneses al contemplar las patas de cochino grasientas colgadas del techo de los bares. Seguro que nada bueno y a muchos será necesario convencerlos para que no se vuelvan sin probar el jamón. Viajar, o sea, es abrir la mente. También en lo culinario.