Córdoba

Paseando por Córdoba

La Razón
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Es llamativo, casi un acto de justicia divina, que el primer acto relevante en política cultural de este Gobierno haya sido, dimisión exprés del ministro aparte, la catalogación de Medina Azahara como Patrimonio de la Humanidad. Sería políticamente incorrecto tildar a la Unesco, la institución que otorga esta distinción, como una «merienda de negros» pero es que también resultaría incorrecto a secas: celebradas sus cumbres en lugares como Manama, la capital del emirato de Bahréin, lo atinado es denominar a la tenida en el Golfo como una «merienda de moros», tal es la fruición con la que los capitostes de la cultura acuden a la llamada del petrodólar, pero tampoco este sintagma nos haría acreedores del premio a la concordia. El gabinete de Pedro Sánchez, decía, es un puro anuncio y por eso este timbre de gloria para la villa califal se adecua a su propósito. La residencia de verano de Abderramán III tenía como más destacada atracción una alberca que sus jardineros llenaban con mercurio para que el brillo cegase a sus súbditos a decenas de kilómetros. Fue una construcción que sublimaba la propaganda, una muestra de poder colosal que aún hoy reproducen los señoritos de la Junta cuando reforman para su disfrute los más lujosos palacios de cada una de las ciudades andaluzas: el poderoso no sólo quiere vivir bien, sino que desea provocar admiración, pasmo y envidia entre sus administrados. ¿Existe suntuosidad mayor que la fachada churrigueresca del palacio de San Telmo, sede de la presidencia juntera? Medina Azahara es también, y sobre todo, la banda de rock cordobesa que convirtió en un himno la canción «Paseando por la Mezquita» (que también es Patrimonio de la Humanidad): «Nos unimos en silencio / con una esperanza nueva / de ver surgir en el cielo / unida nuestra bandera». Amén.