Política

Elecciones andaluzas

Pidiendo la hora

Susana Díaz se presentará a la investidura como la fuerza más votada, pero sin respaldo suficiente para ser reelegida (Foto: Manuel Olmedo)
Susana Díaz se presentará a la investidura como la fuerza más votada, pero sin respaldo suficiente para ser reelegida (Foto: Manuel Olmedo)larazon

«Mantenemos la ilusión por el cambio intacta», aseguran desde el seno del Partido Popular, aunque VOX apriete y apriete de cara a la galería. Cuando anunciaron los resultados de las votaciones, cuando bajaron la escalera con la cara descolgada, cuando gritaban «¡Juanma, Juanma!», la emoción por lograr desbancar a Susana Díaz no dejaba ver lo largo que era el camino hacia San Telmo. Dicen que lo importante no es llegar a Ítaca, que lo bonito es pasar por un escenario y luego por otro y por otro. Vale, pero si las gaviotas no se ven ni se escuchan, si no se ve la costa, el marinero comienza a temerse lo peor, porque hay que bajar a tierra en algún momento y mejor hacerlo en puerto amigo. Los hay que de inquietud, más que de ilusión, van a caer malos.

Pese a las líneas rojas, con la voz baja todos comentan que «la cosa está hecha» y que sólo es cuestión de tiempo, que tiene que haber un poco de paripé para que no parezca que llegar a la Junta es un camino de rosas. Pero antes de llegar al capullo, en el tallo, se concentran las espinas más dolorosas que hacen que se abra la mano y caiga la flor. Los mismos, con menos convicción, sostienen que sería un desastre si hubiera que volver a las elecciones. No se trata de debilidad, sino de oportunidad. Una suerte de voluntarismo histórico que por una carambola, aritmética pero carambola, ha dejado fuera de juego al PSOE. Una y no más, Santo Tomás. Como no se pongan de acuerdo para lograr el cambio, la maquinaria socialista y el miedo serán los responsables de un cambio radical en la situación actual. Luego podrán hablar de responsabilidades, de que la ciudadanía no se lo perdonará, de quedar retratados para la Historia. De lo que quieran. Si el PP, Cs y Vox no consiguen dejar de lado sus intereses de partido en lugar de defender un movimiento que transforme de verdad esta comunidad habrán fracasado como organizaciones políticas, cuya finalidad pasa por encontrar soluciones a los problemas de la ciudadanía.

A golpe de «tuit» se ha quebrado más de una carrera. Primero se piensa lo que se va a escribir, se le da al botoncito y al poco empieza el sudor frío en la nuca cuando se escuchan los ladridos cerca de uno. No dura demasiado, es cierto. Mucho ruido, mucha intensidad, mucho cabreo virtual y a las pocas horas se ha olvidado todo, pero el daño queda. Parecía que las redes sociales iban a cambiar el mundo, a hacerlo más democrático y accesible para la masa vulgar, pero no. El altavoz puede ser potente, como un cañón enorme, pero se necesita la pólvora adecuada y un poco de puntería para ajustar el tiro. Francisco Serrano sabe por su propia experiencia que en ciertas materias se exige una sensibilidad especial si no se quiere sufrir un calvario añadido. El magistrado no olvida todo lo que sucedió por alterar el turno de custodia para que un niño saliera en una cofradía sevillana y siempre ha mantenido que fue una venganza por sus críticas a la ideología de género que se desarrollaron en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. Políticamente incorrecto, no se anda por las ramas y ha subido la tensión a más de un alto cargo popular esta semana. En la distancia corta se queja de que quienes critican a su formación no se han parado a leer el programa electoral. Detrás de la dureza, de su imagen a caballo, la gente de Santiago Abascal desea que los conozcan, «para que se den cuenta de que comparten con nosotros muchas cosas». Así de primeras, en ese «desconocimiento», las encuestas ya adelantan que en las generales van a tener mucho que decir, que había cierta razón cuando defendían aquello de que la reconquista comenzaba por Andalucía. Sin embargo, esas salidas de tono en las redes sociales sacan de sus casillas incluso a quienes muestran cierta sintonía con su manera de ver la vida. En este país, afortunadamente, se han conseguido derechos que son inalienables y que se encuentran por encima de cualquier ideología.

Como suele suceder cuando se acaba la campaña, se ha vuelto a ese espacio ajeno a la realidad que es la política doméstica. ¿Qué dije en el mitin? Conformada la Mesa del Parlamento, negociando la investidura, cortando por aquí, alargando por allá se han vuelto a meter en el ovillo de los despachos, aislándose de lo que se cuece en la calle. Al miedo en el cuerpo de los amamantados por el régimen del PSOE, que siguen esperando un milagro in extremis, se suma ahora el cansancio de quienes desean a toda costa ver ya en la oposición al Grupo Socialista. Aquí ya no tiene nada que ver la política sino los intestinos, los bajos fondos que guarda el ser humano y que afloran cuando se tiene una mínima oportunidad. En la Revolución Francesa, el pueblo lo que realmente deseaba no era cambiar el régimen, ansiaban ver al conde, al rey, al obispo con la cabeza colgando tras caer la guillotina. El mundo sería igual o peor sin ellos, puede que mejor, pero la carreta repleta de poderosos, presos del pánico, ya les había dado la mayor de las satisfacciones. Lamentablemente, muchos de los que esperan este «cambio» lo que de verdad desean es ver caer la cabeza de Susana Díaz. Nada más, y eso sucede incluso en su propio partido. Como dijo Danton: «Las revoluciones no se hacen con agua de rosas».