Centros de Enseñanza

Por una educación bilbilitana

Entre los gentilicios curiosos de España figura el de Calatayud, bilbilitano por el nombre que los romanos dieron a esta villa celtíbera enclavada en la provincia de Zaragoza y patria chica de Lolita Peinador, señora de Tovar por su matrimonio con un militar andaluz y protagonista de la célebre copla: «Si vas a Calatayud / pregunta por la Dolores; / que una copla la mató / de vergüenza y sinsabores». En Granada, patria chica del (presuntamente) cornudo, dicta sus originales sentencias un magistrado llamado Emilio, justamente apellidado Calatayud, que fue adolescente conflictivo antes que juez de menores, y por eso preconiza la colleja como herramienta fundamental para la (buena) educación, a la salud de los tontos modernitos, valga la redundancia. Es Su Señoría recientísimo abuelo y ha regalado a su nieta neonata «el artículo 155 del Código Civil (para que no digan que en casa del herrero, cuchillo de palo) cuyo enunciado es: los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarlos siempre. Los hijos deben contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella». Vaya crack. Recuerda la autoridad, que para la niña lo es parental por encima de jurisdiccional, las obligaciones a las que el ciudadano está sometido desde su más tierna infancia, ese periodo que la socialdemocracia prolonga hasta rebasada con generosidad la edad de jubilación cuando inculca a las generaciones jóvenes su degenerada cosmovisión: «Tengo derecho a todo, ya, y a cambio de nada». Pues no sólo el sentido común elemental desmiente semejante sandez, sino que también el cuerpo legislativo recuerda el deber de obediencia a esos monstruitos a quienes el afecto fatal entendido acaba por convertir en tiranos.